Rabia y violencia en el callejón trasero del país más feliz del mundo
▶ ‘Shorta. El peso de la ley’ convierte un gueto de Copenhague en el escenario de un thriller
Cuenta el director Frederik Louis Hviid desde su luminosa casa en Copenhague que, antes, el resto del mundo veía a Dinamarca como «el país más feliz del mundo». «Las cosas cambian muy deprisa», remata rápido el joven cineasta, que junto con su compatriota Anders Ølholm apuntan y disparan con su cámara al callejón trasero de esa otrora Arcadia feliz. Lo hacen en ‘Shorta. El peso de la ley’, en donde viajan al corazón de un gueto en el que ni la Policía se atreve a entrar y, lo que es peor, una vez dentro no les dejan salir. Es lo que les pasa a los dos agentes protagonistas, que se ven atrapados en un barrio donde estalla la violencia después de que un joven muriera por accidente mientras era detenido.
La rabia y la violencia contagian de igual manera a los chavales que viven sin esperanzas y a los policías, que descargan sus frustraciones contra los más inocentes. Un mundo que los cineastas creían haber exagerado «para hacer un relato de lo que puede pasar en el futuro». Pero la escena que rodaron en 2019, y que abre la película, de pronto se hizo realidad en los telediarios de todo el mundo un año después: el asesinato de George Floyd en Estados Unidos a manos de un policía. «Cuando ocurrió estábamos montando el tráiler y tuvimos muchas discusiones sobre si cambiarlo. Era una situación rarísima, porque vimos que había ocurrido lo que grabamos. Decidimos no cambiar nada de la película, pero sí del tráiler para no parecer que nos aprovechábamos», relata Ølholm. Su compañero se fija en lo que pasó después de la muerte de Floyd y que, de alguna manera, narran en el filme: «Es alucinante lo rápido que pueden descontrolarse las cosas, es una bola de nieve».
Ølholm y Hviid no disimulan su cercanía a otros títulos que recorrieron las calles que normalmente el cine ignora. Desde ‘El odio’ (1995) de Mathieu Kassovitz a ‘Los miserables’ (2019) de Ladj Ly. «Te hace polvo ver que pasa el tiempo y nada cambia», relata Hviid sobre el primer referente, ya convertido en cinta de culto. Ellos han apostado, en lugar de centrarse tanto en la cultura de esos barrios, por diseñar un thriller que parece más americano que europeo, donde la tensión y la acción superan a los paseos por las habitaciones de esos jóvenes del barrio. «Shorta tiene un rayo de luz al final del túnel, hay algo esperanzador», remata sobre su guion Hviid, que reflexiona sobre la «globalidad» de un problema que ha marcado a todas las cinematografías de todos los lugares. Claro, que su particular callejón de atrás no se parece a las calles del cine quinqui o a los bloques de los ‘projects’ de Detroit. En el peor barrio de Dinamarca los parques y las casas parecen sacadas de Ikea. «Dinamarca es diferente», terminó riendo el director.
Intérpretes: F. L. Hviid y A. Ølholm. Intérpretes: Jakob Ulrik Lohmann, Simon Sears, Tarek Zayat...
El último cine danés tiene toque para el thriller y, en el caso de esta película, más que toque es un porrazo con un bate de béisbol. Un policíaco duro, seco y de respiración ruidosa que pone en juego varios elementos que están en plena y mala digestión en la urbe actual: la agresividad del gueto, el miedo y el abuso policial y la cohabitación entre razas y culturas. El argumento puede parecer convencional porque está más vivido que el día de ayer: la brutal agresión a un joven inmigrante, los disturbios violentos en el barrio multirracial de Svalegarden, la cautela oficial para entrar en ‘territorio apache’ a restablecer el orden y la lucha por la supervivencia de dos policías atrapados en
la tela de araña de ese barrio. interesado en su ‘fans’ como en el resto del mundo. El argumento se centra en ella, en sus sueños y su carácter delicado e ingenuo, y solo trata la figura de Salinger con alcance de teleobjetivo; la película se beneficia del carisma de su protagonista, Margarett Qualley (hija innegable
Los directores, también guionistas, construyen la constante y ascendente tensión en modo viaje, y sin separar la acción de los dos policías (y un joven apresado), sus distintos caracteres y su afán de supervivencia en su paseo por el infierno; no se sale de la partitura, poli brutal y malo, poli sensato y equidistante, en esa guerra abierta, ni tampoco renuncia a difuminar la línea que separa el bien del mal y la ley de su excesivo peso y pegada. Sobre el salvaje choque entre ‘nosotros’ y ‘ellos’ sobrevuelan con más interés los conflictos dentro de la misma zona, entre policías que se desprecian y entre apocalípticos e integrados del gueto.
Rodada con brío, con furia, e interpretada con chulería, con soberbia y exigencia física y moral, mantiene al espectador clavado al desarrollo de la trama, aunque algunas soluciones de guion, como el reparto de dignidad, integridad y nobleza entre los personajes, tenga más una función moralista que lógica narrativa. de Andie MacDowell), y del impacto visual que produce en la pantalla Sigourney Weaver, una actriz que sabe mirar a la cámara como si le hubiera endosado un cheque sin fondos.
Ella es la dueña de la agencia y da un recital de filo, malicia y estilo que le ponen roce de ortiga, chispa, a la crónica y composición. Es una película agradablemente convencional y alentadora, y no es difícil dejarse cautivar por ella y su protagonista, siempre y cuando no se pretenda llegar a escritor torturado y (aún peor) torturador de lectores.