ABC (Castilla y León)

Un infortunio despide a España

▶La selección sub-21 juega una gran semifinal, pero Portugal se clasifica para la final por un autogol de Cuenca

- J. CARLOS CARABIAS

Un infortunio condena a la refrescant­e España sub-21, un grupo que juega de maravilla y que pierde con Portugal en el Europeo de la categoría. Un autogol de Cuenca, central del Almería, castiga a los españoles, que no jugarán la final.

No ha cuajado ninguna teoría fiable respecto a una situación cíclica que se produce en el fútbol español. La selección sub-21, sus futbolista­s adolescent­es y barbilampi­ños, generan un fútbol de alegre contenido. Refrescant­e sensación que conecta con su edad, chavales que buscan un lugar en este deporte y que juegan sin agobios, sin ese vínculo con la responsabi­lidad que obliga a conservar a los profesiona­les.

La sub-21 española ha ofrecido en la última década dos generacion­es campeonas de Europa, producto tal vez de la pasión futbolera que existe en nuestro país. En 2019 fue la quinta de Ceballos, convertido el exjugador del Betis en coronel de un equipo que jugaba de cine, puro toque a la española, técnica y despliegue, gobierno con balón de los partidos. Vallejo, Fabián, Soler, Dani Olmo, Oyarzábal... Espléndido­s todos.

En 2013 otro escalafón dominante con el oro colgado del cuello de Thiago (nombrado mejor jugador del torneo), Koke, Bartra, Isco o Morata. Estrellas que hoy nos parecen camino de la veteranía y que fueron novatos un día.

En las semifinale­s del Europeo que se disputa en Eslovenia, España propone ante Portugal, los hijos de Cristiano, una nueva hornada en la que deslumbran Brahim, el madridista cedido al Milán, el sevillista Bryan Gil o el barcelonis­ta Mingueza. La primera mitad provoca la sensación conocida de sus antepasado­s. Un grupo que la mueve con criterio y propiedad, que juega sin mirar lo que deja atrás y que inventa a partir de la fantasía de Brahim y Bryan Gil. Todos tienen oportunida­des para quebrar con un gol a los portuguese­s, otro equipo que se gusta en el fútbol, que no regala la pelota sino que la adiestra y la traslada con velocidad a Mota, una centella con el balón en el pie, y a Leao, un arbusto con espaldas infinitas. El partido es un intercambi­o de golpes con estilo, Portugal defensiva por obligación y España imaginativ­a, siempre a partir de Brahim y Bryan.

España se estira como un acordeón en la segunda mitad, reconocibl­e en todas sus señales, siempre con el balón por el suelo para llegar en ventaja a posiciones de remate. Son quince minutos frenéticos en los que la selección de Luis de la Fuente mira de frente al partido e imagina la final. Cucurella chuta al palo, Cuenca cabecea mal cuando estaba solo, Brahim la echa fuera después de una jugada excepciona­l, Manu García se abre entre portuguese­s y dispara muy ajustado, pero fuera. A Brahim le penaliza que no haya VAR en el campeonato, porque hubo penalti de un defensa luso sobre el habilidoso delantero del Milán.

Son minutos de expresión lanzada del equipo español en los que carece de lo principal, puntería, la contundenc­ia de la que habla Simeone. Se ha marchado Bryan, luego Brahim y la selección lo acusa porque eran los más creativos. Aunque no ceja en el empeño, el partido ya no es suyo. Portugal avisa un par de veces y a la tercera, ingresa fácil por un costado con la mala fortuna para Cuenca, que desvía sin querer y cierra el partido con un gol en propia que España ya no remonta.

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