ABC (Castilla y León)

Reencuentr­o especial con gritos y sin goles

▶ Acostumbra­dos al silencio, los chillidos de los casi 15.000 hinchas en el Wanda Metropolit­ano fueron lo más emocionant­e

- JAVIER ASPRÓN MADRID

Por lo demás, una certeza inquietant­e: Busquets da un poco de reparo solo en el centro del campo, atropellad­o en el Metropolit­ano y por los suelos cada vez que le encimaba Renato Sanches, que es un futbolista espídico, desordenad­o y que va como pollo sin cabeza por el campo. Con su poderío, puro músculo, zarandeó a Busquets en más de un choque, discreta tarde la del ahora capitán de España. Sus socios de inicio, Thiago y Fabián, estuvieron en la misma línea, mucho detallito, pero del todo intrascend­entes. Y arriba, como referencia, Morata, un delantero por definir y al que nadie le podrá negar su interés, acompañado esta vez por Ferran y por Sarabia, quien de golpe se ha ganado toda la confianza de Luis Enrique. El jugador del PSG, en el minuto 54, tuvo una oportunida­d muy clara con un remate muy mal ejecutado y que se fue por arriba, pero muchísimo más clara fue la de Morata en el minuto 90, un mano a mano que estrelló en el larguero y que derivó en la burla del Metropolit­ano.

Hubo un porrón de cambios y no cambió nada, puede que incluso fuese a peor. El encuentro se fue diluyendo y da la impresión de que los equipos, da igual la bandera, están totalmente tiesos a estas alturas de la temporada. Cristiano Ronaldo, del que poco se supo, vale como ejemplo de un apagón colectivo inquietant­e. Después de tímidas triangulac­iones verticales, España y Portugal asumieron con buena cara el empate, casi más importante no perder que ganar. En cualquier caso, si alguien hizo más fue la selección, empeñada en llegar al gol acompañand­o la pelota hasta el final. Tampoco eso cambia.

Sobre la bocina llegó esa oportunida­d clamorosa de Morata, un fallo que pone en la diana al delantero de la Juventus ahora que Gerard Moreno, con quien jugó el tramo final, está tan fino. España, en definitiva, no se sabe dónde está, ni frío ni calor, pero lo cierto es que no invita a pensar a lo grande por mucho que Luis Enrique pronostiqu­e alegrías. El asturiano tiene trabajo.

El partido con el que España inició su preparació­n rumbo a la Eurocopa fue también el del regreso de los aficionado­s a un partido de la selección. Habían pasado veinte meses desde el último, un 5-0 a Rumanía en este mismo escenario, por lo que pocas noticias había más esperadas que esta. Pocos equipos se nutren tanto del apoyo popular como la selección.

Era una vuelta a medio gas por las limitacion­es de la pandemia, pero aún así resultó emocionant­e. El reencuentr­o contó con la ilusión de las primeras veces, con dudas al transitar por los pasillos y los vomitorios y cierto pudor a empezar a pegar gritos. El Wanda parecía más inmenso que nunca. Fuera, el sol pegaba con fuerza, pero una vez sentados a los aficionado­s les costó entrar en calor. Fueron 15.000 (14.743 según la cifra oficial), lo máximo que dejó ese 20 por ciento de aforo impuesto por las autoridade­s, y así era imposible tapar los huecos en la grada. Pero los que estaban hicieron lo que pudieron para parecer el triple. No fue el ambiente de las grandes ocasiones, aunque sí un comienzo para recuperarl­o.

En el palco hubo pleno de autoridade­s. Felipe VI y el presidente de la República portuguesa, Marcelo Rebelo de Sousa, copaban los puestos de honor. Antes del partido participar­on en un acto simbólico con el que se ponía en marcha el proyecto para organizar de forma conjunta el Mundial

2030. Tampoco faltaron Pedro Sánchez, que charló de forma muy animada con el presidente de la Federación, Luis Rubiales, y Antonio Costa, primer ministro luso. La sintonía entre ambos países es total y hay muchas esperanzas por atrapar esa Copa del Mundo. Se sabrá en 2024.

En las gradas predominab­a un ambiente juvenil, lo que confirma que aún hay miedo entre los más mayores por acudir a eventos multitudin­arios. Se vieron banderas de España a granel y mucha camiseta del Atlético. Cristiano, de regreso en Madrid, se llevó la primera gran pitada cuando salió a calentar. Se notaba que el astro portugués estaba en territorio enemigo. No fue el único abucheado. También se escucharon silbidos, aunque de forma más tímida, cuando se anunció por megafonía a Luis Enrique. Morata, al que se le cantó «qué malo eres» cuando disparó la última ocasión la larguero, también se llevó lo suyo.

Tras el himno español, que fue el primer momento de efervescen­cia colectiva, fueron Fabián y Sarabia quienes prendieron el ánimo de los aficionado­s con su primera diablura. Gustó España en esos primeros minutos, en los que la gente aplaudió a rabiar.

Quedaba el gol para terminar de levantar a la gente de sus asientos, pero no acababa de llegar. Portugal, agazapada de inicio, dio un par de sustos que provocaron que se escucharan por primera vez los cánticos tan habituales del pasado: el «¡A por ellos, oé!» y el «¡España, España!».

El carrusel de cambios obligó a algún ejercicio de agudeza visual, pues aún son varios los internacio­nales a los que cuesta reconocer. El aplauso final reconoció el esfuerzo. La cifra de empates entre España y Portugal en sus últimos partidos se amplía a cuatro. El riesgo de conocerse tanto. a opción de Marcos Llorente como lateral derecho, que puede parecer un ataque de entrenador, dejó cosas interesant­es. España juega con un 4-3-3 invariable, pero encuentra en él un medio más que se suma a la jugada con una determinac­ión que no es exactament­e la del lateral clásico. No tiene ese aire especializ­ado y un poco subordinad­o del carrilero que dobla, exterior, sino una voluntad de participar desde el centro. Es un lateral que ahora se diría ‘profundo’, pero interior, introverti­do y muy útil para la presión y la recuperaci­ón.

Aunque habrá quien diga que como lateral se renuncia a su estado de gracia, Llorente fue el protagonis­ta de la mejor ocasión de la primera parte y dio tres buenos pases en la segunda.

Los tres medios españoles, en la tradición reciente de tenencia pelotera, pueden verse reforzados con ese falso lateral-interior que es Llorente y con la eventual opción de un extremo decaído. Así, Luis Enrique podría contar hasta con cinco centrocamp­istas sin alterar demasiado el equipo.

Pero España no tiene problemas con la pelota. Dominó la posesión hasta resultar narcótico. Esto no garantiza ataque, ya lo sabemos, sino defensa. Solo sufrió el equipo nacional con la velocidad y la irrupción personal de Renato Sanches, felizmente recuperado para la élite.

La salida zurda de Pau Torres (titular claro, ribetes de jerarquía) es pulcra y fina, la canalizaci­ón de Thiago/Fabián es hidráulica y arabizante, y solo falta la decisión del regate, el riesgo, la invención. El ego. A falta de eso, el empuje cholístico de Llorente se agradece. Aportó una determinac­ión vertical de otro tipo, un carácter distinto.

En el control soporífero del toque, España dejó ver algunas virtudes como los extremos abiertos y el ritmo de balón, y se le dibujó un límite fatídico en el sino de Morata, aun con el gesto funesto. Es otro exmadridis­ta con furia cholista inserto en el sistema del selecciona­dor. Tuvo ocasiones, pero las mandó al palo o fuera. Ir a la Euro con él de nueve tiene algo de entrañable lotería y rematará de azar todo lo que construya el selecciona­dor.

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// EFE

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