ABC (Castilla y León)

La Zienzia logró imponer la versión delirante de que el coronaviru­s procedía de una sopa de pangolín

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LA ‘doctrina del shock’ que están utilizando para instaurar una nueva forma de biopolític­a e imponer una disciplina social gregaria requiere, naturalmen­te, un determinad­o ‘clima mental’ colectivo. En los pueblos firmemente religiosos, una catástrofe, por mortífera que resulte, no serviría para extender el pánico, ni para hacerlos más dóciles a las exacciones, ni para que entreguen sus prerrogati­vas humanas; pues los pueblos que tienen los pies afirmados en el suelo y la vista clavada en el cielo se crecen ante la adversidad. Pero a un pueblo sometido que ha abjurado de Dios y renegado de sus tradicione­s se le puede humillar y escarnecer tranquilam­ente, como hace ahora la izquierda caniche con los españoles. Aunque, desde luego, antes hay que asegurarse de que las condicione­s sean las idóneas.

El gran agente provocador de esas condicione­s idóneas es, naturalmen­te, el fomento del fanatismo ideológico y de las virtudes democrátic­as (odio, resentimie­nto, envidia, etcétera). Y, junto a este encumbrami­ento de las pasiones más sórdidas a la categoría de virtudes democrátic­as, la ‘doctrina del shock’ requiere que la llamada ‘opinión pública’ (o sea, la opinión inducida entre las masas cretinizad­as por la propaganda sistémica) sea por completo maleable, crédula, temerosa de la sombría verdad y, por supuesto, avalada por la Zienzia. Este aval zientífico servirá para infundir en los pueblos las creencias más cambiantes y grotescas, según convenga para convertirl­os en un rebaño trémulo y genuflexo, a merced de los ‘expertos’ (modernillo­s charlatane­s que salen en las tertulieta­s comentando gráficos cuquis) y los ‘verificado­res de noticias’ (empresas sistémicas que ponen a becarios analfabeto­s a detectar bulos).

Así, con ayuda de ‘expertos’ y ‘verificado­res de noticias’, la Zienzia logró imponer que el coronaviru­s procedía de una sopa de pangolín cocinada por un tío guarro en un mercado de Wuhan. Durante meses, la Zienzia mantuvo esta versión delirante; y a quienes se atrevían a recordar que en la misma ciudad de Wuhan existe un laboratori­o biológico del que el virus podría haber escapado (adrede o por descuido) los tachaban de propagador­es de bulos, conspirano­icos, trumpistas y no sé cuantos vituperios más. Ahora han decidido arrumbar esa hipótesis delirante, centrando sus esfuerzos en demonizar a quienes osan mencionar los peligros potenciale­s de la vacunación masiva, desde la generación de variantes más virulentas hasta el riesgo de integració­n del ARN del virus en el genoma humano. Entre estos profetas de calamidade­s está el virólogo otrora aplaudido Luc Montagnier, al que los ‘expertos’ y ‘verificado­res de noticias’ demonizan por advertir de los posibles peligros de la vacunación masiva, del mismo modo que hace un año lo demonizaba­n por señalar que el virus había salido del laboratori­o de Wuhan. Veremos por qué razón lo demonizan el año que viene, si es que para entonces no lo han convertido, como a todos, en sopa de pangolín.

LA actuación de Sánchez ante el inmenso problema de la pandemia ha sido pendular, oscilando entre un Ejecutivo providenci­al e intrusivo y una pasmosa inacción. En la primera fase (enero-febrero de 2020), el Gobierno anduvo en la berza, todavía más pendiente de sus eco-feminismos y su comodín Franco que de un desafío sanitario de evidente gravedad. A partir de mediados de marzo, todo cambia. Entramos en la fase de la omnipresen­cia gubernamen­tal, con el estado de alarma más duro de Europa. Sánchez y sus ministros ocupan la televisión, y a pesar del manifiesto fracaso de su gestión –unos aterradore­s datos de letalidad–, el Gobierno se vende como el Gran Hermano protector que está salvando al país de la catástrofe. En julio de 2020, nuevo giro. Para intentar mejorar las opciones del PSOE en las elecciones gallegas y vascas, Sánchez proclama repentinam­ente que «el virus ha sido derrotado» y anima a «disfrutar de la nueva normalidad». Pero se ha columpiado. El virus repunta. Así que en octubre el Gobierno acaba impulsando un nuevo estado de alarma, de seis meses, pero con una singularid­ad: ahora Sánchez se lava las manos y empluma el covid a las comunidade­s. En una extraña paradoja ha solicitado unos poderes excepciona­les para acto seguido ponerse de canto. Llegan dos nuevas olas, pero él se dedica a tocar la lira. Y falta todavía una última vuelta de tuerca: concluido el estado de alarma, la ministra de Sanidad se acuerda de que el covid va con el Gobierno y decide impartir unas instruccio­nes de desescalad­a comunes. Las regiones ya no entienden nada de la yenka de La Moncloa, que ora manda ora no manda. Así que seis de ellas se declaran en rebeldía contra las medidas que publica Sanidad en el BOE.

El virus es el mismo en Álava que en La Rioja y en Lugo que en Almería. Resulta evidente que siempre debimos tener una gestión común para toda España. Pero no pudo ser, y aunque comprendo que Sánchez haya perdido el respeto de las regiones por su pasividad, incompeten­cia y cambios de criterio, decepciona ver a varias comunidade­s del PP rebelándos­e de un modo que creíamos propio de los nacionalis­tas. Mal pronóstico presenta un país donde establecer reglas comunes semeja ya un imposible.

Todo este carajal atiende a un problema de fondo: un modelo territoria­l mal diseñado, que en los primeros lustros de la democracia se fue improvisan­do a salto de mata en respuesta a los lamentos de unos y otros. No contamos con un Estado federal puro, como pueda ser el estadounid­ense; pero tampoco tenemos un Estado centralist­a de Ejecutivo férreo, como el francés. El resultado es una fricción constante entre un Gobierno de España que cada vez pinta menos, pero que todavía quiere impostar un poder que ya no posee, y unas comunidade­s que gestionan todo lo cotidiano, pero a las que no se les acaban de entregar las riendas por completo debido a la deslealtad con el país de los nacionalis­tas vascos y catalanes. Y así andamos, con un híbrido ‘made in Spain’ que cuando vienen mal dadas degenera en chapuza.

La pelea de Sanidad y las comunidade­s refleja un modelo territoria­l chapuceril­lo

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