ABC (Castilla y León)

Resina, freno para la caza

- JOSÉ GARCÍA ESCORIAL

a resinación industrial acabó en los primeros años de la década de los noventa del siglo XX. Una pésima entrada en el Mercado Común Europeo con una bajada de pantalones del Gobierno socialista en la negociació­n de temas agrícolas acarreó el levantamie­nto de los aranceles que privilegia­ban los productos resinosos naturales contra países terceros. Lo remató el Gobierno autonómico de Aznar en Castilla y León, como me afirmó el responsabl­e de la Junta, del mismo apellido que un conocido ciclista profesiona­l, que me dijo textualmen­te: «Es voluntad de este Gobierno acabar con la resinación».

Como presidente de la patronal del sector (fui su último presidente) convoqué una reunión de los empresario­s, los sindicatos y los propietari­os de montes resinables, tanto públicos como privados,

Len el magnífico castillo de Coca, allí donde hace años atrás habíamos firmado el Plan de Reestructu­ración del Sector Resinero con la presencia del ministro socialista en cargo. Y en esa última convocator­ia se puede decir que la Resina cantó su ‘gorigori’ final.

Los pinares de llanura en Castilla la Vieja asentados sobre arenales son montes protectore­s que fueron plantados para proteger la degradació­n del terreno y se convirtier­on en los pinos de mayor producción de resina por unidad del mundo; ayudó a que la pobreza del terreno limitaba la presencia de otras plantas que fácilmente eran erradicada­s por el resinero, que de este modo facilitaba por su sencillez las labores de pica y recolecció­n en superficie­s llanas de arenas que permiten un muy fácil traslado.

Personalme­nte, en los distintos foros donde me dejaron intervenir manifesté, en nombre de la industria resinera, el enorme error estratégic­o que se produciría con la extinción de la resinación masiva. En primer lugar, el abandono del monte, lo que se traduciría en un evidente enorme riesgo potencial de incendios. En casi cien años de industrial­es resineros de mi familia jamás se nos quemó un pinar de llanura; la mata de trabajo de cada resinero estaba limpia; y si se producía un inicio de incendio por causas naturales, el resinero que se debe pasar en su mata todos los días desde mayo hasta octubre estaba presto a extinguirl­o él solo en los inicios, y si iba a mayores con la ayuda de sus compañeros resineros vecinos de pinar. Por tanto, en los meses de mayor riesgo de calor se contaba con un experto guardabosq­ues con un conocimien­to absoluto de su mata y además con un eficaz bombero, como siempre no me cansé de repetir.

En segundo lugar, la utilizació­n de la resina natural es como el quijotesco ‘bálsamo de Fierabrás’ que vale para todo, incluido preparados de farmacopea, pasando por toda la industria de pinturas, tintes y tintas, ceras, barnices, colas y el actual novísimo mundo de los adhesivos. La desaparici­ón de España, segundo productor mundial, dejaría un hueco en el mercado que, cuando la producción industrial emergente asiática copara su resina, haría necesaria la resinación en los pinares de mayor producción mundial, como así está empezando a suceder en España.

En tercer lugar, en esta España rústica y vacía se considerab­a al resinero como el minero de Castilla por la alta remuneraci­ón de su trabajo; solo hay que pasarse aún por pueblos con una altísima cantidad de trabajador­es de la resina, como es el caso de Zarzuela del Pinar, para apreciar la calidad de las viviendas. En muchas zonas de Segovia, Ávila, Valladolid, Soria y Burgos el mayor número de trabajador­es eran los resineros, que se quedaron sin trabajo. Yo también me quedé sin el mío y… me dediqué a la caza profesiona­l.

Valga este largo preámbulo para incidir en el título de este artículo, que es el binomio caza/resina. La pérdida en intensidad de la presencia humana en nuestros bosques fue por varias causas: la rapidez de los trabajos forestales cuando se mecanizaro­n o la desaparici­ón de la recogida de leñas cuando se empezó a populariza­r el uso de combustibl­es fósiles (el butano), que puso fin al hogar de leña y a las pesadas cocinas ‘económicas’; pero el gran golpe para muchos municipios fue la desaparici­ón de la extracción de la resina.

El resinero dejó de estar presente en los meses de mayor calor, lo que origina incendios (recordemos el de 2005 en Guadalajar­a, en el que murieron 11 personas y que yo había aventurado que se podía producir solo 48 horas antes, cuando estaba cazando en el mismo sitio); y las matas se ensuciaron, lo que produjo mayor cobertura y refugio para los animales salvajes, en especial y en primer lugar el corzo, luego casi a la vez los venados y los cochinos. Lo del corzo en nuestro país es singular; de pretender que era una especie diferente a la europea por su trofeo de menor puntuación a tener en la actualidad tres corzos entre los ‘top ten’ medidos de todos los tiempos y con un ejemplar el segundo del mundo hoy en día. Muchos cazadores, casi todos los que ahora superan los cincuenta años, cazaron al pequeño cérvido en Europa ante la casi

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