Cinegética vuelve a la Feria de Madrid
imposibilidad de hacerlo con un duende tragabalas en terreno batueco.
En mi Castilla siempre hubo presencia del ‘Capreolus’ en los segovianos pinares de Valsaín, en la garganta del río Moros o en el soriano Pinar Grande. Todos ellos tienen una cosa en común: sus pinos son silvestres (apenas dan resina), lo que además supone necesaria para su crecimiento una mayor altura sobre el nivel del mar, lo que añade que son mas fríos; los pinares de producción resinera son solo sobre ejemplares de pinos negrales. Estos reductos de corzos siempre existieron a pesar del encarnizado trabajo de los furtivos que año tras año los aclaraban sin medida pero apenas se producían ejemplares de excepción; el bosque no daba el aporte necesario alimenticio para un mayor desarrollo de la especie.
Los corzos españoles saltaron la barrera de los 200 puntos CIC en los albores de este siglo XXI, cuando inundaron los campos de cereal, primero, aledaños a los montes y luego se asentaron definitivamente en el propio cereal. Lo mismo había pasado en Europa veinte años antes: la mecanización del campo y la falta de presencia humana hicieron que este animal inundara las llanuras cerealistas. Siempre sostuve que vería corzos en Olmedo (Valladolid), la única provincia peninsular española que no la cruza un importante
Recordamos a los lectores del ABC de la Caza que del 10 al 13 de junio se celebra la feria de caza Cinegética en el pabellón 14 de Ifema, en Madrid, un encuentro obligado para todo aficionado a la actividad cinegética o para quienes quieran acercarse a ella. Este año, para facilitar el cumplimiento de las normas de seguridad impuestas por el Covid 19, se ofrece la opción de compra de entradas electrónicas por anticipado, online, con un 20% de descuento en
// JULIÁN GARCÍA
macizo montañoso, hasta que una mañana primaveral, llegando a la Ciudad del Caballero, me paré en el arcén de la carretera para contemplar un ejemplar atropellado.
La pandemia me ha tenido apartado de viajar por España durante meses; y ahora, hasta que vuelva a reorganizar mi estancia en África, empiezo a desquitarme de este encierro. Hace unas pocas fechas estuve con un amigo en su apañado coto soriano; como tantos otros, ha estado dando unos excelentes corzos en las dos últimas décadas, amén de venados y una buena existencia de cerdosos con batidas de resultados satisfactorios. Nada más entrar, le hice ver a mi amigo que se estaba resinando; él no se había dado cuenta de que cada pino tenía un pote (no tiesto), ahora de plástico, no como los antiguos de barro cocido que se hacían casi en exclusiva en los hornos de los tejares de Portillo y Arrabal de Portillo.
Empezamos a comprobar las fotos de las cámaras y en todas se veía a los jabalíes machos entrando a los comederos, pero nunca una hembra con crías. Ante su extrañeza, le afirmé que era porque la presencia del resinero había hecho emigrar a las hembras; además, las matas de resinación estaban limpias, lo que añadía la pérdida del necesario refugio.
La caza y la resina tienen un punto de incompatibilidad. Personalmente, prefiero que haya resineros en esta pobre Castilla nuestra olvidada, aunque ya empiezo a oír el lamento del propietario del coto que por pura lógica va a ver reducido a corto plazo sus existencias de caza. Algunos cotos de inicio se beneficiarán, sobre todo con los guarros; pero si la resinación se intensifica y se siguen creando fábricas nuevas en puntos estratégicos, como ha sucedido en Coca, Cuéllar o Almazán, la necesidad de materia prima supondrá un gran estímulo a la resinación y entonces la densidad de caza en los pinares de llanura sufrirá de modo irremediable a la baja.
El que un oso atacara a una persona, según está prosperando la especie, estaba cantado. El pasado 31 de mayo Carmen Suárez recibió el zarpazo de un oso en la cara cuando paseaba cerca de Cangas del Narcea. Sin ser frecuente, no es el primer ataque registrado. Según datos de la FOP hay otros ocho sucesos similares documentados desde 1988.
El abandono rural y una limitada gestión del campo han favorecido la proliferación de grandes mamíferos como osos, lobos o jabalíes, lo que hace sospechar que los encuentros desagradables con ellos serán cada día más frecuentes.
Que haya ataques de osos aunque sea con poca frecuencia es algo natural, algo inevitable –bien lo saben en Rumanía o Estados Unidos–, igual de natural que los lobos maten ganado o que los jabalíes destrocen sembrados. Son impuestos con los que tenemos que contar si se quiere conservar estas especies en nuestros montes. Es comprensible que se intente quitar hierro al asunto diciendo que se trata de un «caso aislado», un «encuentro fortuito», etc., aunque eso no ayuda a concienciar a la sociedad de que los animales salvajes son eso, salvajes.
El desapego con la realidad del campo de nuestra sociedad se hace patente al ver el impacto que causan noticias como estas y se compara con la impresión que causan las muertes en carretera, por ejemplo, que sí se entienden como un tributo por tener coches.
En pocos años se ha pasado de temer y odiar a estas especies hasta el punto de querer aniquilarlas por completo de la forma que fuera a verlos como peluches o quererlos más que al prójimo, como tristemente demuestran algunos comentarios en las redes del tipo «la balanza está aún de parte de los osos». Ni una cosa ni la otra.
La buena noticia es que, si cada vez se atropellan más linces, se pierde más ganado en lobadas, se pagan más indemnizaciones por daños de jabalí o se incrementan los desafortunados encuentros con los osos, quiere decir que las poblaciones de estas especies van al alza, aunque no creo que esto consuele a muchos conductores, ganaderos o agricultores y ahora tampoco a doña Carmen.
El abandono rural ha favorecido la proliferación de osos, lobos o jabalíes