Un mes de mayo inolvidable
«Quitando a tres o cuatro ministros, disciplinados por el carácter técnico de las carteras que desempeñan, nos encontramos con que el Gobierno vigente padece un síndrome que no consiste meramente en la falta de competencia o la ausencia de credibilidad. Lo que le pasa a este Gobierno, es que desafía a la razón. La política gubernamental es ininteligible en el sentido radical en que lo es un drama que no se atiene a ningún género homologado»
ME enteré del lance un poco a la buena de Dios. Primero, por la radio, luego viendo unos vídeos en el ordenador, por fin a través de varios correos electrónicos. Empiezo por la radio. Hacia las siete de la mañana del 28 de mayo me llegó, mientras me cepillaba los dientes, la voz levemente nasal de Iván Redondo, quien había comparecido ante una comisión del Congreso el día anterior. ¿Qué decía Redondo? Que él estaba dispuesto a tirarse por el barranco. Por Sánchez, haría lo que fuere, hasta romperse la crisma. He estudiado un poco la retórica del asesor de Sánchez, desplegada en una larga serie de blogs accesibles por internet. Redondo compagina referencias culteranas y bastante traídas por los pelos, con evocaciones procedentes de la cultura popular.
Lo del barranco heroico y la carga a ojos cerrados contra el enemigo me sonó a ‘Hazañas bélicas’, el cómic que los niños españoles leíamos a finales de los cincuenta y principios de los sesenta. ¿Se ha inspirado en ‘Hazañas bélicas’ Redondo? Tal vez. Y si no en ‘Hazañas bélicas’, en otro cómic por el estilo. Redondo captura una imagen, un perfil, y los adopta con el fin de provocar una sensación, sin que importen demasiado los antecedentes o los consecuentes. Esa es la causa probable de que los argumentos de Sánchez, su asesorado, nunca sean, en rigor, argumentos, sino superposiciones de estampas, que van empalmándose unas con otras como las instantáneas que en los anuncios de televisión sirven para publicitar una película. Con una diferencia, claro. Además del anuncio, suele existir la película entera; en el caso de Redondo/Sánchez, el anuncio es la propia película.
Más tarde, vi el vídeo. Las inflexiones de la voz de Redondo, sus pausas, son un calco de las de Sánchez. Sin proponérselo, uno se pone a especular. ¿Ensaya Sánchez delante de Redondo? ¿O existe entre ambos una entrañable amistad y se comunican garatusas y manierismos, como a veces ocurre entre compañeros de colegio? ¿Y las ideas? ¿Quién las inspira a quién? La de crear una NASA española, ¿es de Sánchez o de Redondo? ¿O quizá del consejero Puigneró, que ha anunciado lo mismo, a escala catalana, en enero de este año? ¿Y lo de abrir la intervención en euskera? ¿Qué quería transmitir Redondo? ¿Que defender a España es también defender al País Vasco? Como el contexto no ayudaba, nos quedamos solo con el ‘collage’ absurdo: Redondo se descoyuntaba y hacía visajes espantables mientras emitía palabras que los miembros de la comisión, salvando tal o cual excepción, si es que la hubo, no podían comprender.
Produce pasmo que estemos en manos de quienes estamos. También preocupación, claro, pero sobre todo pasmo. Hablar de un sainete nacional sería inexacto. Si a un sainetero le hubiesen propuesto un guion con las cosas y las personas que afligen ahora a la España oficial, lo habría rechazado por pasado de rosca.
Reparen en los dos últimos meses de Pablo Iglesias, que nadie previó y que, bien mirado, nadie termina de entender todavía. Primero, el exvicepresidente segundo proclama que dejará el cargo para lanzarse al desafío de rescatar a su partido en Madrid. El 2 de mayo, dos días antes de las elecciones autonómicas, hace saber en una entrevista concedida a ‘Il Corriere della Sera’ que se va de la política. ¡Dos días antes de presentarse a las elecciones, no dos días después de haber salido descalabrado de ellas, como corresponde! Luego se corta la coleta, lo que equivale, no solo a una despedida torera, sino a una suerte de emasculación; evoca a Stalin ante el fotógrafo; y por fin se da de baja en Twitter, lo que supone también una emasculación. Yo no estoy en Twitter, y usted, lector, seguramente tampoco, o en caso de que lo esté, no por dejar de estarlo perdería el uso de la palabra, que seguiría aplicando a las conversaciones, al trato con los amigos, a la cátedra o a la vida doméstica. En el caso de Iglesias, sin embargo, salirse del Twitter es como seccionarse las cuerdas vocales: un suicidio, un holocausto de uno mismo. Y no sabemos por qué. El sainetero, otra vez, habría declinado el guion por inverosímil.
Los ejemplos pueden multiplicarse ‘ad nauseam’. Por las mismas fechas, unos días antes del episodio del barranco y de la NASA española, Irene Montero, en plena crisis marroquí, pidió perdón a los trans y recordó que su Gobierno tiene una deuda con ‘ellas, ellos y elles’. ‘Elles’ es una prenda del lenguaje inclusivo, que nadie, fuera del círculo en que se mueve Irene Montero, ha empleado jamás. La gramática no admite ese voquible, y especialmente no lo admite el sentido del ridículo, que es un hecho social y no meramente ideológico. La ministra de Igualdad se mostraba cariacontecida, casi traspasada de un dolor matizado por la indignación. Esto, repito, en lo más recio de la crisis marroquí. Con su ‘elles’ pretendió borrar, intuimos, discriminaciones intolerables e instituir la justicia allí donde, hasta ahora, ha reinado solo el prejuicio. Fue también impresionante, aunque no a la manera que la ministra habría preferido.
Quitando a tres o cuatro ministros, disciplinados por el carácter técnico de las carteras que desempeñan, nos encontramos con que el Gobierno vigente padece un síndrome que no consiste meramente en la falta de competencia o la ausencia de credibilidad. Lo que le pasa a este Gobierno, es que desafía a la razón. La política gubernamental es ininteligible en el sentido radical en que lo es un drama que no se atiene a ningún género homologado: ni el de la comedia, con sus ritos e implícitas pautas, ni el de la tragedia, que quizá estemos rondando pero que sería un desenlace, no algo inscrito en la lógica intrínseca de la representación. De esta ininteligibilidad previa, fundante, de la acción dramática, deriva el resto, empezando por la incompetencia y terminando por la falta de credibilidad. No se puede ser competente si el guion no habilita a los personajes un hueco en que desarrollar su papel, ni se puede ser creíble cuando las palabras dependen de lo que se le ocurra sobre la marcha al apuntador, el cual, para más señas, resulta que es Iván Redondo. Esto, señores, no hay quien lo arregle. En algún momento, piadosamente, caerá el telón.