TODO IRÁ BIEN
Ni él es el presidente que yo prefiero ni creo que yo sea su español favorito
LAS mesas petitorias son de gente que tiene problemas. Yo cuando veo una mesa petitoria no pienso en ir a cenar a Nobu sino más bien en que me lo cerraron. Hace tiempo que el Partido Popular actúa como si el independentismo no hubiera sido derrotado, como si no se hubiera rendido, como si sus líderes no fueran poco más que truhanes de provincias haciéndose los soldaditos en las redes sociales mientras en los despachos suplican sólo una salida personal. A veces parece como si el Partido Popular no deseara esta derrota, o no quisiera celebrarla; como si Pablo Casaso no asumiera que fue el presidente Rajoy quien aplicó el artículo 155 y los catalanes en su totalidad acudieron al día siguiente a trabajar, incluídos Pere Aragonès y Elsa Artadi, que se pelearon como auténticos servidores del Estado por ver quién cumplía con más prontitud las órdenes de mi querido Roberto Bermúdez de Castro.
Nunca he pensado que ser catalán me dé un plus de autoridad para escribir sobre política catalana, pero detecto a lo lejos un cierto desinterés en los pasos que Cataluña da en la correcta dirección –que es la de la convivencia y la tranquilidad– cuando estos pasos no contribuyen a la destrucción política de Pedro Sánchez. Ni él es el presidente que yo prefiero ni creo que yo sea su español favorito, pero su caída no puede ser más importante que el orden, la estabilidad y el bienestar de Cataluña y del conjunto de España. Aunque momentáneamente las encuestas le sonrían, el PP sabe por experiencia que para recuperar La Moncloa necesita centrarse y ofrecer un proyecto de vocación mayoritaria que no es serio que sea marginal en Cataluña y País Vasco. No es razonable que el partido de la clase media y los empresarios no sepa ni cómo dirigirse a los catalanes, y ni siquiera les voten los que estarían dispuestos a hacerlo y acaban decantándose por otro –Ciudadanos en 2017 y Salvador Illa el pasado mes de febrero– por no tirar su voto a la basura.
No se trata de hacer giros catalanistas ni de hablar en catalán en la intimidad, pero ponerse a recoger firmas o ir a manifestaciones es el mismo folklore del otro lado. La presidenta Ayuso y el alcalde Almeida, centrados en el mensaje positivo de la economía y la libertad, son la esperanza del Madrid más emocionante de las últimas décadas, del Madrid emergente que a todos da la bienvenida, que a todos ayuda a trabajar y a prosperar, y que hoy es la historia de amor más bonita del mundo.
Tan poco inteligente es que Sánchez, por su rabia contra Ayuso, se haya montado en la vaca loca de ir a por los madrileños, como que Casado, por su lógica y necesaria oposición al independentismo, no entienda que cuando el adversario se atreve a romper el inmovilismo, hay que ser valiente y prescindir del griterío, sobre todo el de los tuyos. La realidad es el único punto de partida de las personas inteligentes y en Cataluña hay que bajar a la arena, arremangarse y trabajar con lo que hay hasta reconducirlo y mejorarlo.
La unidad de España no es una pancarta.