ABC (Castilla y León)

«Daría lo que fuera por poder despedirme de Villa Rosa, de Chinitas...»

▶ El músico habló con ABC días antes de ser detenido por un presunto delito de violencia de género

- Cantaor NACHO SERRANO MADRID

La idea parece sacada de un manual sobre cómo detectar y vigilar la violencia de género y plantea y sugiere varios puntos interesant­es al respecto, o prospecto. Es película de tres personajes y casi un único escenario; el trío lo componen una psicóloga del servicio de atención a mujeres maltratada­s, un hombre que tiene que acudir a ella obligado por una denuncia de su esposa y la mujer denunciant­e, y el escenario es ese despacho-consulta en el que se van a dirimir los conflictos. El principal de los conflictos es que él considera que todo es un malentendi­do y ella, la esposa, corrobora su versión, pues ambos son profesiona­les de éxito, tienen dinero, clase y personalid­ad, se quieren y la denuncia ha sido, en efecto, producto de un malentendi­do o un mal día.

Ahí, el espectador hace piña con la psicóloga y con su intención de llegar a la verdad mediante un careo entre ellos, y en esa ‘investigac­ión’, en ese cara a cara, está el interés del relato, que forzosamen­te sujetan las interpreta­ciones de los actores: Álex García y Silvia Alonso, el matrimonio del malentendi­do, han de construir mediante el manejo de la sutileza y el detalle el progreso interior de sus personajes, los cambios y el clima de su relación y fuerza, mientras que Ariadna Gil, la psicóloga, es la lista de la función, la que conoce la leña que hay que ir echándole a las brasas para que no se apaguen.

La intriga, o el intrínguli­s de ‘Solo una vez’ está ahí, en ir colocando nuestra ficha de afinidad en las tres casillas… Para darle vuelo a la moraleja, se añade una subtrama, también muy de manual, alrededor del personaje de Ariadna Gil, que conoce el acoso de primera mano.

El Cigala coge por fin el teléfono al otro lado del océano, en su casa de Punta Cana, para hablar sobre la gira por España que empieza este sábado en el Parador de Nerja, dentro del festival Caprichos Musicales. Cuesta cogerle el punto a la entrevista, pero cuando sale el tema de la debacle de los tablaos flamencos, el cantaor se enciende y pasa de cero a cien en pocos segundos. Lo que ni él ni su entrevista­dor imaginan es que el deseo que expresa en su primera respuesta no se iba a cumplir porque, horas después, acabaría encerrado en un calabozo de Madrid tras ser detenido por un presunto delito de violencia de género cometido en Jerez de la Frontera. —¿Cuántas ganas tiene de venir a España?

—Muchas, muchas. Tengo ganas de llegar y ver a mis colegas, a mis amigos. Tengo ganas de España, de esos pucheros, esos cocidos, y de volver a mi Andalucía después de andar por los ‘madriles’. ¿Qué tal está la cosa por ahí? Aquí en Santo Domingo ha habido otro rebrote, y han puesto toque de queda a las seis de la tarde. Pero aquí no respetan mucho las normas. Es que ya están asfixiados, y tienen que comer. —¿Está al tanto de la situación de los tablaos flamencos en España? El último en cerrar ha sido Villa Rosa. —Qué falta de vergüenza. Cómo han podido dejar que una pieza turística tan elemental, del flamenco, Patrimonio de la Humanidad, caiga de esta forma. Hay mucha gente detrás que come de eso. Y los cantaores que han trabajado allí tantos años, que han hecho posible esos tablaos, se han ido sin indemnizac­ión, sin seguro... Es inexplicab­le. Qué fuerte lo de Villa Rosa, con lo bonito que era, Dios mío. Allí cantaba mi padre. Imagínate. Allí se juntaba toda la tropa de ese Madrid bonito. Me hubiera gustado dar cualquier cosa por vivir la época que vivió mi padre, esa época del flamenco de poderío, en ese Madrid. Y daría cualquier cosa por poder despedirme de Villa Rosa, con todos los míos. Sería magistral. Sí sé que Torres Bermejas está cerrado.

—Pero se supone que va a reabrir en algún momento. Los que sí han cerrado para siempre también son Café Chinitas y Casa Patas.

—Qué pena me da... Con Casa Patas también tenía una relación muy especial. Yo era muy amigo de Martín, yo empecé allí. Hay un vídeo en YouTube buenísimo de su debut. Ahí yo estaba en la mili. Estoy con el pelito corto. Te cagas. En el 88, hace treinta y tres años, Dios mío de mi corazón.

—En Café Chinitas también paraba bastante.

—Sí, íbamos cada dos por tres. Recuerdo una noche con el Tío Moro, el Indio Gitano, El Rubio..., salió a bailar Pilar López, con una bata de cola y un mantón. Estaba cantando el Tío Moro, ¡y le pisó el mantón! Pilar se enfadó mucho (risas). Tiró el mantón para el suelo y se fue (risas).

—Qué bien se lo ha pasado.

—Pues sí, me lo he pasado muy bien, y ahora intento ser un buen embajador de España para llevar nuestra música por el mundo entero.

—¿Se ha cabreado mucho con la pandemia?

—Al principio pensé que esto venía de la mano del hombre. Las farmacéuti­cas han dicho ‘este mundo está muy masificado, vamos a empezar por los mayores’. Ha sido muy fuerte. Ahora hay que abrir la mano de una maldita vez, porque la hostelería está muriendo. Hay muchos sueños rotos, muchas vidas destrozada­s. No se puede tener ahogado al pueblo, subiendo impuestos nada más. No hay oportunida­des para los jóvenes españoles, no hay futuro. Por eso tantos se van del país, en busca de un buen trabajo y una buena vida. Los políticos dirán que saben mucho, pero yo siempre voy a estar con el pueblo.

«Me lo he pasado muy bien, y ahora intento ser un buen embajador de España para llevar el flamenco por el mundo»

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