ABC (Castilla y León)

Tsitsipas, un romántico con florete

▶El griego, una maravilla estética, vence a Alexander Zverev en la semifinal de menos edad de la década y se aúpa a su primera final en un grande

- LAURA MARTA ENVIADA ESPECIAL A PARÍS

Se presentó en 2019, melena al viento, estilo surfero, 20 años. Había estrenado palmarés ATP en Estocolmo en 2018, pero su revés a una mano se hacía un hueco entre los mayores con los triunfos en Marsella, Estoril y, por supuesto, en la Copa de Maestros. Solo dos años más tarde, a nadie sorprende ya su presencia en las rondas finales de cualquier torneo, finalista en Roland Garros por primera, pero seguro que no última vez. Ya no es el joven que prometía, ya es el joven que marca el ritmo de la nueva generación, un paso todavía por detrás en número de entorchado­s que Alexander Zverev, pero un paso por delante en mentalidad. El estilo surfero ha mutado en una figura de antiguos dioses griegos.

Con un currículo todavía en construcci­ón, tachado su primer debe este año con su primer Masters 1.000, en Montecarlo, había firmado tres semifinale­s consecutiv­as: Roland Garros 2020, Abierto de Australia y este París, dato que explica su crecimient­o porque solo dos tenistas que no se apellidan Federer, Nadal o Djokovic lo habían conseguido antes: David Ferrer y Stan Wawrinka. Y para entender lo que puede conseguir en el futuro, otro número: es el más joven en ganarse esta oportunida­d de conquistar la Copa de los Mosquetero­s desde que lo hiciera, y con mordisco, claro, Rafael Nadal en 2008 con 22 años y 5 días.

Presenta un tenis distinto, más de vieja escuela que de la nueva, pero con la potencia que se exige en estos tiempos. Ese revés a una mano casi en peligro de extinción que está, con Dominic Thiem, rescatando del olvido y demostrand­o que, además es efectivo, fino, elegante. Como es su estilo en la pista: sorprenden­te porque varía las alturas como pocos de esta nueva generación, y también encuentra fácil las líneas y los ángulos, que tanto daño hacen a los rivales porque hace falta más tiempo para responder a esas pelotas ladeadas. También, por estilo fuera de la pista, es una nota atípica entre sus congéneres, pues se escapa de los estereotip­os y esconde un lado romántico –le gustan las rosas y desconecta­r el teléfono para hacer las cosas con calma, a la vieja usanza,

«Trabajo las emociones porque me di cuenta de que estar enfadado no me gustaba y tampoco me convenía», admite

confesó a este diario–, que también le conecta de otra manera con el mundo. No rehúye de las redes sociales, pero las utiliza para darse a conocer y conocerse a sí mismo en el proceso.

Nieto de un jugador de fútbol, Sergei Salnikov, medallista en los Juegos Olímpicos de Melbourne 56; el tenis lo ha ido labrando desde los tres años y con su padre, Apostolos, y su madre, Julia, como entrenador­es. Se conocieron en un torneo en Atenas, donde ella, extenista rusa, jugaba, y él arbitraba. Mantienen con el hijo una relación muy estrecha que ha tenido sus momentos anecdótico­s como la presencia de la progenitor­a en la rueda de prensa en la que cuestionó al vástago sobre las declaracio­nes que había hecho días antes sobre que quizá no era lo más convenient­e mezclar tanto lo personal con lo profesiona­l. Madre e hijo se pusieron a discutir si era sano y si había habido algún campeón entrenado por sus padres. Ella replicó con nombres como Martina Hingis o Steffi Graf; él le exigió nombres del circuito masculino y ante la falta de ellos, la madre zanjó el tema: «Tú puedes ser el primero». Y durante la ATP Cup, la lección pública con regañina incluida por lanzar la raqueta al banco por un ataque de rabia mientras jugaba contra Nick Kyrgios.

Educación, no obstante, que ha sabido asumir a su formación como tenista total y que lo ha convertido en finalista de Roland Garros. Él mismo admitía a este periódico en mayo que se había quitado lo que no le beneficiab­a. Entre otras cosas, esos arrebatos de rabia. «Trabajo las emociones porque me di cuenta de que estar enfadado no me gustaba y tampoco me convenía», admitía. Y se nota en la pista, más centrado en cada punto, superior en los momentos de presión. Ya sabe lo que es ganar a las leyendas, pues mantiene un empate a dos con Roger Federer, especialme­nte recordado esa presentaci­ón victoriosa del griego en el Abierto de Australia (6-7 (11), 7-6 (3), 7-5 y 76 (5)), y le dio dos mordiscos a Djokovic en rápida -aunque con cinco derrotas- (en Canadá en 2018 y en Shanghái en 2019). También dos le dio a Rafael Nadal, de nueve encuentros; uno en dura y otro en tierra, que no es cualquier cosa: cuartos de final del Abierto de Australia 2021 y sobre la tierra del Mutua Madrid Open 2019. Y a un centímetro se quedó en la final del Conde de Godó, con bola de partido escapada por esa distancia.

Es, por tanto, el que mejor está haciendo los deberes, aunque le falta la prueba definitiva en los Grand Slams; avanzar ese pasito para confirmar que no solo va a alcanzar a los mayores, sino que puede recoger su testigo con responsabi­lidad y honores.

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