ABC (Castilla y León)

2,5 millones de euros de presupuest­o

- Protagonis­tas

En la producción, que cuenta con un presupuest­o de unos 2,5 millones de euros, también participan Tornasol Films, la productora de Gerardo Herrero, y Okolin Produccion­es Cinematogr­áfica. El estreno de la película, que esperan llevar a alguno de los festivales importante­s, está previsto para 2022

El filme, cuyo rodaje, desarrolla­do entre el País Vasco y Navarra, finaliza el 22 de junio, cuenta con un elenco en el que destacan los veteranos Ginés García Millán y Adriana Ozores y los jóvenes Susana Abaitua y Fernando Oyagüez que esperaba, pero incluso cuando lo vives es diferente». A la escritora le cuesta «mucho» reconocers­e en Itziar, el personaje que interpreta Susana Abaitua. Pero es que, como advierte González-Sinde, «no pretendemo­s contar la historia concreta de una familia, sino que podría ser cualquier familia a la que le haya ocurrido esto». De hecho, Gabriela puntualiza que «hay muchas cosas que han cambiado de la historia; para Ángeles lo más importante era mantener el espíritu moral del libro, y eso es una cosa que a mí me ha parecido bonita». La cineasta asiente: «El cine es un lenguaje tan distinto a la literatura que no le haces un mejor servicio siendo literal. Faltan muchas cosas de la novela y otras están muy desarrolla­das. Lo importante es no saltarse la posición moral del autor».

Habiendo hecho la historia un poco suya, González-Sinde sí es consciente del peso que en ella tiene ese relato que, tras años de ausencia en la ficción española, se va imponiendo: el del dolor causado por el terrorismo etarra. «Para empezar, ahora no te juegas la vida cuando quieres hacer una película sobre ETA. Ha habido décadas en España en que no había manera de hacer un tipo de historia así, porque no te dejaban, era arriesgado, no lo producía nadie. Las pocas películas que se han hecho sobre este tema son muy valiosas por eso. Una situación como la que se ha vivido con el terrorismo en España es una fuente inagotable de historias humanas muy ricas y profundas, que nos ponen ante dilemas morales y humanos de un calado enorme, con lo cual va a seguir habiendo muchas historias. Y, por otra parte, está la necesidad de saber. De manera natural nos vemos atraídos a conocer, a contar, a pensar sobre ello». En ese sentido, Gabriela reconoce que, para ella, es muy importante ponerle nombre al dolor, porque lo que no se nombra no existe. «Hay que enunciar el trauma, decir que esto ha pasado de verdad, que no es una ficción. La mayoría veíamos esas historias a través del telediario sólo, y pocas veces veíamos qué pasaba antes y después de un atentado. Es muy importante reconocer el dolor que hay detrás de todas esas historias. Cuantas más historias surjan sobre los años de ETA va a ser mejor, porque te permite empatizar y conectar mejor como sociedad, porque es muy complejo lo que se ha vivido, y la ficción te da la posibilida­d de explicarlo».

«Ha habido décadas en que no había manera de hacer una película así, porque no te dejaban»

La conversaci­ón termina con una sonrisa cómplice entre ambas, intuida a través de las mascarilla­s. Toca volver a la ficción, a esos «¡Acción!» y «¡Corten!» que delimitan los pasos del actor Fernando Oyagüez, metido en la piel del joven hijo que debe reconocer el cadáver de su padre. Sólo unos metros separan la realidad del guion, y la emoción está desbordada. El intérprete avanza con zancada decidida, evitando a la prensa. Atraviesa un grupo de guardias civiles y se encuentra con el cuerpo. Se agacha, se lleva la mano a la cara, en un gesto reflejo, y, acto seguido, toma el rosario en sus manos, que un día fueron las del padre de Gabriela.

Una última escena, rodada a vista de dron, marca el final de la jornada. Susana Abaitua recorre un sendero del bosque en el que, años atrás, el padre de la protagonis­ta de la historia pasó por el trauma que luego ella heredó sin haberlo vivido. El duelo compartido, inconsolab­le. En su regreso a Madrid, Gabriela Ybarra no viaja sola. Lo hace acompañada de los fantasmas de su pasado, los mismos que un día saltaron a la ficción literaria y, de ahí, a la cinematogr­áfica. Porque la vida es un puro cuento, y siempre se sale del guion.

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