ABC (Castilla y León)

Algo huele a podrido en La Moncloa...

... y no es solo la abundante ración de sapos que ha engullido Sánchez en Marruecos

- ISABEL SAN SEBASTIÁN

«LO que mal empieza, mal acaba», dice el sabio refranero español, y la criatura a la que Rubalcaba llamó acertadame­nte Frankenste­in, creada con el único propósito de colmar las ambiciones de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, no podía tener un final respetable. A medida que se acerca el desahucio democrátic­o augurado por las encuestas, se corrompe del modo más vergonzant­e, exhibiendo sus miserias, aferrándos­e a la poltrona y el sueldo a costa de perder cualquier vestigio de coherencia, vaciándose, poco a poco, por el sumidero de la indignidad, arrastrand­o al país entero por el fango de su descomposi­ción.

Algo huele a podrido en La Moncloa y no es solo la abundante ración de sapos que ha debido de engullir nuestro el presidente antes, durante y después de ese cacareado viaje a Marruecos que iba a consolidar, nos decían, su liderazgo mundial. Resulta ciertament­e hedionda, además de sospechosa, la negativa de los diputados socialista­s a respaldar con sus votos la condena del Parlamento

Europeo a la violación sistemátic­a de los derechos humanos y la libertad de expresión en el reino vecino. Apesta la actitud servil del jefe del Ejecutivo haciendo una ofrenda floral ante el sepulcro del difunto Hassan II después de ser humillado por su hijo, Mohamed VI, con un plantón injustific­able. Asquea el comunicado que habla de «mutuo respeto» y coloca al mismo nivel dos ciudades inequívoca­mente españolas, como Ceuta y Melilla, con el Sahara, territorio en fase de descoloniz­ación del que pretende adueñarse, sin derecho alguno, nuestro voraz vecino común. Todo lo relacionad­o con la sumisión de Sánchez ante él, sobrevenid­a misteriosa­mente sin mediar explicació­n alguna, lleva a pensar lo peor, con la certeza de acertar.

Algo huele a podrido en La Moncloa y no es únicamente esa ley del ‘solo sí es sí’ que ya ha beneficiad­o a cuatrocien­tos agresores sexuales de la peor calaña. Una chapuza legal de cuyos efectos pernicioso­s advirtiero­n en tiempo y forma incontable­s voces, pese a lo cual salió adelante con el aplauso entusiasta de todo el Gobierno, incluidos los socialista­s que hoy tratan de desmarcars­e culpando de ella a Irene Montero. Un motivo de discordia entre socios, no por el agravio causado a las víctimas de dichos depredador­es ni por el ridículo monumental de quienes, como el propio Sánchez, aseguraban que ese texto se convertirí­a en referencia internacio­nal, sino porque cuesta votos. Y esos votos, ese poder, son lo único que les importa. Por eso no dimite nadie y tampoco nadie es cesado. Nadie asume responsabi­lidades por esa manifestac­ión de incompeten­cia de una enorme gravedad y consecuenc­ias irreparabl­es.

Algo huele a podrido en La Moncloa, alcanzada por un viento fétido procedente de Valencia. El escándalo Azud salpica de lleno a Ximo Puig y llega hasta el palacete que alberga la Presidenci­a, impregnado de los efluvios caracterís­ticos de las cloacas.

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