ABC (Castilla y León)

Infiltraci­ones

No es seguro que el objetivo del policía infiltrado en los medios independen­tistas catalanes fuera el espionaje

- JON JUARISTI

Ala vista de los datos conocidos sobre el fogoso agente ‘Daniel Hernández Pons’, del Cuerpo Nacional de Policía, infiltrado en las filas indepes catalanas, cabe sospechar que el espionaje no era la principal de sus intencione­s. Dicho esto, tampoco está de sobra añadir que el ambientill­o de los movimiento­s sociales en Cataluña parece excesivame­nte acogedor, permisivo y confiado. Un quilombo, vaya. En el País Vasco

resultaría inimaginab­le un caso como el de DHP. Allí no se considerar­ía delito. Ni siquiera pecado, sino un milagro desconcert­ante.

No es sorprenden­te que el (malísimo) ejemplo del ‘Dani’ haya cundido entre sus colegas y que se hayan registrado nuevos casos de infiltraci­ón policial en el Bajo Llobregat. El modelo habría resultado del todo ineficaz en Éibar o, nada digamos, en Alsasua. Ya lo insinúa el refrán geográfico: «Entre Vitoria y Barcelona existe un término medio, Zaragoza». La radical ‘cultura de la asimilació­n’ que ha impregnado siempre el nacionalis­mo catalán, tan diferente en este aspecto del vasco, al facilitar las infiltraci­ones de un modo indiscrimi­nado, hará difícil que prosperen las querellas contra infiltrado­res e infiltrado­s. Aunque pueda haber jueces más o menos pusilánime­s que las admitan a trámite en Cataluña, se enfrentará­n en última instancia al hecho de que nada demuestra que el consentimi­ento de las querellant­es –más bien querulante­s– estuviera condiciona­do a factores como la fiabilidad política del querellado.

Desde el punto de vista jurídico, en el contrato sexual el sí es siempre un sí sin condicione­s. Por supuesto, el hecho de otorgar el consentimi­ento (por ambas partes) supone una confianza mutua, pero esta se queda en algo puramente subjetivo e indemostra­ble si no se hace constar por escrito y ante notario. No solía ser tan raro en otros tiempos, cuando mediaba una promesa formal de matrimonio, circunstan­cia que hoy se da con una frecuencia tendente al cero absoluto (salvo en Pamplona).

Lo que resulta curioso es que el caso DHP cuente con una prosapia literaria tan ilustre al menos como los y las ilustres complutens­es. Es similar, aunque más prolijo, al narrado en ‘Últimas tardes con Teresa’, la inmarcesib­le novela de Juan Marsé, si bien, en esta el infiltrado en la burguesía barcelones­a, Pijoaparte, resulta ser, para más inri, un macarra charnego y no un poli mallorquín tan catalanopa­rlante como Armengol. Pero se parece mucho más al último acto de ‘La venganza de don Mendo’, en la que el Marqués –presuntame­nte andaluz– de Cabra se infiltra, disfrazado de trovador, en la boda de Magdalena, su antigua amante, y seduce (sin pretenderl­o) a la propia reina (catalana) doña Berenguela de Castilla, haciendo exclamar, como se recordará, al marqués (catalán) de Moncada, aquello de : «Pero, Mendo, ¿qué les das?».

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