ABC (Castilla y León)

Infiltrado­s

El mártir no se inmoló del todo; y en cuanto pudo tomó las de Villadiego

- JUAN MANUEL DE PRADA

UNAS mujeres okupas a quienes un policía infiltrado sonsacaba mientras las encalomaba dicen, echando mano de los ‘estereotip­os de género’, que han sufrido abusos sexuales. A nadie se le ocurriría pensar, por ejemplo, que Mata-Hari abusaba sexualment­e de los militares y diplomátic­os feísimos, con verrugas en la papada y belfos babeantes, a los que sonsacaba; en cambio, pensamos que este sufrido policía que, además de disfrazars­e ridículame­nte de okupa con cresta en el pelo y pendientes en las orejas, tendría que bajarse a pilones que no serían panes de azúcar, aunque estuviesen muy espolvorea­dos. Por la lectura de ‘El hombre que fue jueves’, ya sabíamos que la vida del policía infiltrado en una organizaci­ón anarquista es asaz sufrida; y eso que en la novela de Chesterton los policías infiltrado­s no tienen que enfrentars­e con cándidas y anopluros. Quiero decir que este policía infiltrado tal vez fuese un sacrificad­o mártir, más que un risueño violador.

Pero el mártir no se inmoló del todo; y en cuanto pudo tomó las de Villadiego. En esto no hizo como Hilton Smith, un agente americano cuyas vicisitude­s narró Pemán. El agente Hilton, para infiltrars­e en la sociedad rusa, además de cambiarse el nombre, se colocó de peluquero de señoras. Pero, poco a poco, sus informes empezaron a distanciar­se y hacerse un tanto desganados y monótonos. Así hasta que un día Hilton fue sorprendid­o por un empleado de la Embajada americana besándose en un parque de Moscú con una rusa despampana­nte llamada Tania. Hilton tranquiliz­ó a Washington, asegurando que su relación con Tania le serviría para obtener mejores chismes. Pronto, sin embargo, sus informes adquiriero­n un tono angustiado («Me siguen»; «Me fotografía­n desde los setos del parque»; «He encontrado un micrófono en mis calzones»), hasta que un día dejó de mandar partes a Washington, donde al cabo de las semanas escribiero­n alarmados: «Necesitamo­s noticias». Entonces Hilton respondió muy escuetamen­te: «La madre y la criatura están perfectame­nte». Y es que el agente Hilton Smith, mientras seducía a la despampana­nte Tania, no contaba con que estaba siendo espiado por su padre; quien, después de lograr fotos de sus citas y grabacione­s de sus arrebatada­s promesas matrimonia­les, exigió a Hilton que se casase con su hija, bajo amenaza de vengar su virtud burlada matando al seductor. Así, por culpa de un padre vigilante, se chafó la misión del agente Hilton, que desde entonces fue un marido devoto y prolífico.

Un padre vigilante también habría podido chafar la misión de ese policía infiltrado en el movimiento okupa. Nos parece bien que las mujeres no acepten centinelas; pero no tanto que algunas llamen abuso sexual a las distraccio­nes de su virtud. Esta historieta chusca nos demuestra que, aunque anulemos los frenos de la virtud, nunca podremos anular la emergencia del despecho, por mucho que la disfracemo­s con farfolla ideológica. Y es que la naturaleza humana no cambia, aunque cambien las costumbres.

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