ABC (Castilla y León)

No puedo soportarlo

El ‘sí’ del ‘solo sí es sí’ requiere, por lo que se ve, de un refrendo en el tiempo, un sí que se renueve cada año, como la ITV

- LA JOSÉ F. PELÁEZ

YO tampoco sabía que aquella chica iba a ser tan hija de puta, la verdad. Si lo llego a saber, «desde luego el perfume se lo compra Rita» (Krahe). Estoy pensando en denunciarl­a por no avisarme, como esas catalanas que no se dieron cuenta de que aquel maromo estaba abusando de ellas hasta que no se enteraron de que no era maromo sino madero. Esto ya lo inventó Evaristo hace mucho tiempo: «Era un hombre y ahora es poli». En cualquier caso, lo de las catalanas fue la muestra originaria, la semilla –esto es, la muestra seminal– de sexo cuántico, un tipo de sexo que puede ser abuso o no a la espera del devenir de los acontecimi­entos. El ‘sí’ del ‘solo sí es sí’ requiere, por lo que se ve, de un refrendo en el tiempo, un sí que se renueve cada año, como la ITV, con sus bodas de plata a los veinticinc­o. Mientras tanto es y no es abuso. Polvo de Schrödinge­r, sí. Mas polvo de Schrödinge­r enamorado.

En la era de la posverdad, el poscoito dura hasta que te llega el certificad­o de empadronam­iento y una copia del contrato de trabajo para ver quién era él, a qué dedicaba el tiempo libre. Y una foto con la papeleta de voto, no vayamos a liarla. Y cuando te pregunten qué tal ha ido la cosa puedes decir que no lo sabes bien, porque, al no haberte llegado aún toda la informació­n del ‘partenaire’, el acto no ha terminado del todo. Lo bueno es que, así, el sexo dura más. Lo malo es que entre acto y acto se fuma mucho. Eso y que la pastilla del día después no sirve para quitarte esa sensación de suciedad que te entra cuando un españolazo te pone encima unas de esas manos que solo Dios sabe cuántas banderas rojigualda­s habrán tocado.

De cualquier forma, es necesario conocer bien a una chica antes de meterte en la cama con ella, ya lo decía mi abuela. Imagínate que luego es como una esas parisinas a las que les ha dado por bajar a la calle con botas, gorro y abrigo, pero en pijama, oliendo a sueño de lunes y a repollo de la vecina. O peor aún, imagínate, como dice Luis Alberto de Cuenca, que es de esas que dice ‘dijistes’ por ‘dijiste’. Se empieza diciendo ‘dijistes’ y se acaba bajando a por un paquete de Gauloises con pijama de felpa y encamada con uno que hizo la mili en Regulares. Pocas cosas peores que bajar a la calle en pijama. Pocas cosas peores que ser tan vago como para no ponerte unos vaqueros y salir sin duchar y con un pijama que tiene un agujero en la axila y una mancha de kétchup en el muslo. Aunque eso de bajar en pijama y abrigo se lo he visto hacer a un columnista en Madrid y dudo que sepa que es ‘trendy’, lo que posiblemen­te implique que lo es. Hay cosas más graves. Peor que el paseo-pijama es el pensamient­o-camisón, el amor-guatiné o la ideología-albornoz. Cuando la vulgaridad aparece, lo ocupa todo. Y es entonces cuando se empieza a creer en ‘algo tipo energía’ o a sentir cosas como lo de táctica y estrategia de Benedetti. Y eso se avisa. Porque –de nuevo Luis Alberto– «no puedo soportarlo, vida mía. Me horroriza. No puedo soportarlo».

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