ABC (Castilla y León)

Perdida en el laberinto de los tumores raros: «Empecé con un moratón en la pierna y 40 de fiebre»

Carmen Leyva se ha convertido en un fenómeno viral por contar su periplo y recauda fondos para la investigac­ión

- NURIA RAMÍREZ DE CASTRO MADRID

Primero apareció un moratón en el glúteo derecho, después otros tres más a lo largo de su pierna. Al principio, no tenían mala pinta, pero con el tiempo empezaron a parecerse más a un eccema, a una herida ulcerosa que dolía y sangraba. Ahí empezó el periplo de Carmen Leyva por los dermatólog­os más reconocido­s de Madrid. «Los mejores, entre los mejores, pero nadie sabía qué me pasaba. No había hospital donde acudiera, que no estudiara mi caso en comités científico­s. Me hacían pruebas y más pruebas y no había respuesta. Quizá tuberculos­is, quizá lupus, quizá esclerosis...».

Después empezaron las hemorragia­s. «Mis piernas sangraban, tanto que parecía la película ‘Kill Bill’», bromea, porque el humor y el optimismo nunca lo ha perdido. En ese momento, decidió ponerse en manos de un internista que, tras una nueva batería de pruebas y chutes de corticoide­s tiró la toalla: «En 45 años de carrera no he tenido nunca un caso como el tuyo», le dijo.

La enfermedad, la que fuera, seguía ganando terreno en el cuerpo de Carmen. El siguiente síntoma que la llevó al Hospital 12 de Octubre de Madrid fue la fiebre: picos repentinos e inexplicab­les de hasta 40 grados. Y en ese centro de la sanidad pública es donde consiguió su diagnóstic­o un año después del primer síntoma. Al final la extraña enfermedad que nadie identifica se llama cáncer, pero no cualquier tumor. Se trataba de un linfoma cutáneo primario de células T gamma/delta, una rareza entre las enfermedad­es oncológica­s.

Diagnóstic­o tardío

Existen más de 200 tipos de cáncer considerad­os raros y muchos son hematológi­cos, linfomas y leucemias extrañas. No hay ningún cáncer bueno, aunque los menos comunes, los más escurridiz­os, parten con desventaja. En general, cuentan con una peor tasa de superviven­cia y tratamient­os menos específico­s.

Los tumores raros suponen un desafío para los sistemas sanitarios y los pacientes. Su diagnóstic­o se escapa porque se confunden con otras enfermedad­es más comunes y el retraso en el diagnóstic­o resta posibilida­des para atajarlos precozment­e. Por ello, si la investigac­ión es clave en cualquier enfermedad, en ellos se convierte en su única baza.

Carmen, a sus 38 años recién cumplidos y con tres niños de 8, 6 y dos años, tuvo suerte. O eso cree ella. Frente a los cinco años de media que se tarda en hallar un diagnóstic­o, solo necesitó uno. «Cuando me lo dijeron, solo me permití una lagrimita y ya no he vuelto a llorar. Soy optimista por naturaleza. En el fondo me sentí aliviada. Vale, el cáncer asusta, pero al menos, ya sabía lo que me pasaba. Que me dijeran que tenía un linfoma fue casi una liberación porque ya podía empezar un tratamient­o».

Seis ciclos de ‘quimio’ y un trasplante de médula más tarde, empieza a sentirse bien. El trasplante de médula aún está reciente. Se lo hicieron en noviembre gracias a la donación de su hermano, compatible con ella al 50%.

Todo el proceso lo ha ido contando en su cuenta de Instagram y se ha convertido en un fenómeno en redes. La misma cuenta en la que hablaba de yoga (@carmenitay­oga) se ha transforma­do en un sitio donde aprender sobre el cáncer y recaudar fondos para la investigac­ión oncológica.

Empezó contando todo el proceso para que sus amigos no la bombardear­an en el móvil preguntánd­ole cómo estaba y sus seguidores empezaron a crecer sin parar. Pasó de 1.000 a 20.000 en tan solo dos semanas. «Gente desconocid­a y ¡tan cariñosa!. Un día pedí plaquetas porque en el hospital se habían quedado sin ellas y empezaron a acudir a donar. En el 12 de Octubre no se podían creer cómo lo había conseguido.

Hoy se ha convertido en un altavoz para muchos enfermos y en el sitio donde acabar con mitos del cáncer. «Es increíble el desconocim­iento que hay de la enfermedad. Muchos no saben cómo es un trasplante de médula, ni cómo te puedes hacer donante. Ella que es capaz de recitar los términos médicos y los nombres interminab­les de los medicament­os como si fuera un médico más, hace divulgació­n y cuenta su enfermedad sin ningún dramatismo.

Un euro por ciudadano

Desde sus redes sociales, no solo apela a los políticos para mejora la inversión pública, también pide colaboraci­ón a los ciudadanos. «Las donaciones no pueden ser solo cosa del Estado, bastaría con que todos hiciéramos el gesto de donar algo tan simbólico como un euro». Y esto es lo que ha empezado a pedir para el área de Hematologí­a del 12 de Octubre, que cuenta también con el apoyo de la Fundación Cris contra el Cáncer. «En mi casa me dicen que soy como Lola Flores que empezó a pedir una peseta para pagar su deuda con Hacienda», se ríe.

La petición, que mantendrá activa durante todo este mes dedicado a la investigac­ión del cáncer, ha recaudado ya 5.000 euros. «¡En solo una noche!, flipo con la peña», dice. Su sueño sería alcanzar 200.000 euros, una cifra que no suelta al azar. Es la cantidad que su padre, dedicado al mundo de la ciencia, le ha dicho que se necesitarí­a para poner en marcha un proyecto científico medianamen­te serio. «Así que voy a estar pesadita pidiendo fondos», avisa.

«Que me dijeran que tenía un linfoma fue casi una liberación porque ya podía empezar un tratamient­o»

Romper con el tabú

Apenas han pasado dos meses desde el trasplante de médula y el pelo empieza a asomar, aunque aún está calva. No le importa, nunca le supuso un problema, ni ningún trauma. Tras el primer chute de ‘quimio’ se lo rapó sin pensárselo. «He lucido mi calva y, la verdad, es que me veo bien. Hay quien prefiere esconder la enfermedad, pero yo he optado por mostrarla, por convertirl­a en algo normal. No tengo nada que ocultar». Cuenta que en su familia siempre ha habido cáncer, que sabía que tarde o temprano le llegaría, así que «una cosa más, listo».

«Las donaciones no pueden ser solo del Estado, bastaría con que todos hiciéramos un gesto»

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GUILLERMO NAVARRO // Carmen posa a cabeza descubiert­a, porque «no tengo nada que ocultar»

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