ABC (Castilla y León)

Pobres, tontos y felices

- DAVID FRONTELA

En la radio truena cómo arde París porque Macron ha elevado la edad de jubilación a los 64 años mientras Perico Delgado dice en la primera de ABC que de pequeño «nunca me di cuenta de que en casa pasábamos hambre». Media hora después en otro dial y en otro periódico, Pedro Sánchez anuncia que dará 50.000 pisos en alquiler barato y que todo aquel que tenga un problema podrá cambiar de sexo para resolverlo.

Perico Delgado fue uno de los ciclistas que más dinero ganó y en la adolescenc­ia nos burlábamos del nombre de su equipo ‘PDM”’ afirmando que aquel acrónimo quería decir ‘Perico Delgado Millonario’. El segoviano no dice que no pasara hambre sino que «nunca supo» que en su casa la pasaran aunque según él mismo- su padre era uno de esos «sindicalis­tas broncas» que ahora estarían echando la culpa de todo a Franco y que se van a manifestar a París porque allí no gobiernan.

Mientras Sánchez regala pisos para ganar elecciones, Macron les dice a los franceses que si no le quieren volver a votar que no lo hagan pero que él hace lo que hace porque es bueno para su país aunque le amenacen con la guillotina. Una vivienda digna es algo tan sagrado como que el Gobierno gobierne en aras del bien común y no de la mayoría electoral. Porque una cosa es cambiar la realidad y otra bien distinta es convencern­os de que vivimos en otro planeta. Los ricos son ricos en su casa pero es que Sánchez es presidente del Gobierno de todos y si les quita sus casas, buenos o malos, se irán con sus empleos como los de Ferrovial y aquí sólo quedarán casas llenas de pobres que para entretener­se tendrán sexo con la regla como dice Irene Montero.

No podemos entender el mundo bajo parámetros de libro de autoayuda como «puedes conseguir todo lo que te propongas» o «lo importante es que seas feliz contigo mismo». El mundo no es así, hay veces que hay que trabajar dos años mas y otras hay que hacer que tus hijos sean felices aún pasando hambre en lugar de buscar unos culpables que curiosamen­te nunca somos nosotros. Los que no somos ni listos ni ricos podemos ser felices y de hecho lo éramos hasta que alguien vino y nos convenció de que lo gratifican­te de verdad es conseguir que los demás estén peor que tú.

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