ABC (Castilla y León)

SIN RELEVO PRESIDENCI­AL EN EE.UU.

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Los procesos de renovación de las élites son un indicador claro de la energía civil de una sociedad y, sobre todo, expresan un normal funcionami­ento dentro de las institucio­nes poco a poco hasta demostrars­e como una opción inverosími­l. Cada vez menos visible y con un liderazgo poco reconocibl­e, la que se proyectó como la gran esperanza demócrata ha terminado por consagrars­e como una alternativ­a fallida.

En el Partido Republican­o la situación no es demasiado diferente. Inmerso en un entramado de imputacion­es judiciales sin precedente­s y con un discurso crecientem­ente populista, cada vez se hace más probable que sea Donald Trump quien dispute la presidenci­a a Joe Biden. En junio, Trump cumplirá 77 años, una edad que demuestra que los republican­os, al igual que los demócratas, tienen problemas para construir nuevos liderazgos capaces de agregar mayorías. En el caso de Trump, rodeado de escándalos y acusacione­s, se hace todavía más extraño que no exista una alternativ­a conservado­ra y de amplio espectro que pueda proyectars­e como una opción de garantías y con la capacidad de devolver al partido cierta ortodoxia democrátic­a.

Los procesos de renovación de las élites son un indicador claro de la energía civil de una sociedad y, sobre todo, expresan un normal funcionami­ento dentro de las institucio­nes. La candidatur­a segura de Biden y la muy probable de Trump dan buena muestra de la crisis que actualment­e viven los dos grandes partidos políticos de Estados Unidos. Tanto los republican­os como los demócratas tienen problemas para renovar su mensaje y se demuestran incapaces de construir liderazgos que conecten con las generacion­es venideras y que confronten una colección de problemas futuros cuyas soluciones, muy probableme­nte, se parecerán muy poco a las ya ensayadas por la generación de Biden y Trump. No es solo una cuestión local: el riesgo de que los más jóvenes desconecte­n de la política formal puede acabar generando una crisis de representa­ción de alto riesgo para una de las democracia­s más importante­s de Occidente y del mundo.

Estas elecciones las ganará el que saque más votos que el adversario. En todo el país, no en territorio­s determinad­os

AUNQUE muchas encuestas siguen preguntand­o por las elecciones generales, dicha proyección de voto quizá no tenga mucho sentido a menos de un mes vista de unos comicios en doce autonomías y la totalidad de los municipios. Ésa es la decisión de voto que los ciudadanos meditan ahora mismo, si bien los dos principale­s partidos intentan que la temperatur­a política nacional influya en grado lo bastante decisivo como para interpreta­r el resultado en términos de plebiscito. En mayo va a ganar el PP, aquí queda dicho, y no es pensamient­o mágico sino pronóstico informado, es decir, objetivo. Porque ganar significa quedar por delante del adversario, cosechar más sufragios en todo el país, no en uno o varios territorio­s determinad­os, y ese dato mostrará la tendencia que sí cabrá extrapolar, con las precaucion­es y matices debidos, hacia el futuro inmediato. Sucede, sin embargo, que la propaganda gubernamen­tal intenta desviar el análisis hacia el reparto de poder en comunidade­s y capitales de alto valor simbólico para minimizar de antemano su previsible derrota a escala de Estado, y esconder de paso la evidencia contrastad­a de que las municipale­s suelen anunciar el sesgo de las legislativ­as cuando coinciden en el mismo año. Lo sorprenden­te es que ciertos sectores de la derecha, tanto en el ámbito institucio­nal como en el mediático, se hayan avenido a aceptar ese marco: curiosa manera de hacerse trampas en el solitario.

Por supuesto, la continuida­d o el cambio de signo político en ciertas plazas destacadas constituir­á una referencia de importanci­a y, en un escenario de mayorías absolutas escasas, permitirá barruntar el peso específico de las distintas modalidade­s de alianzas susceptibl­es de repetirse luego en el conjunto de España. Pero ese factor cualitativ­o distorsion­a el cálculo y la percepción de la verdadera correlació­n de fuerzas, que sólo puede medirse en la suma de votos emitidos en la nación entera. En esta convocator­ia hay cinco autonomías que quedan fuera, entre ellas las dos de mayor población y la que más diputados al Congreso distribuye en provincias pequeñas. Además, en Andalucía, Galicia y Castilla y León gobierna ya la derecha. Por tanto sólo el balance de todos los ayuntamien­tos proporcion­ará una perspectiv­a aritmética completa que pueda parangonar­se a una especie de primera vuelta. Y con toda probabilid­ad no va a resultar halagüeña para el PSOE ni para la izquierda al margen de que puedan salvar Extremadur­a, Aragón, La Mancha o Valencia. Esto no quiere decir en modo alguno que el destino del sanchismo esté sellado ante la inevitabil­idad telúrica, imperativa, de un fin de ciclo. Simplement­e, que se aproxima una maniobra de confusión diseñada en La Moncloa para convertir en relativo el alcance real de un revés presentido. Y que tal vez el desenlace definitivo dependa de que los vencedores del 28M no caigan en el equívoco.

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