Cómo viajar en el Metro
POR PABLO SALAZAR que ha sufrido en un restaurante la tabarra de un niño malcriado y consentido por unos padres ‘millennials’ incapaces de imponerse ante el pequeño dictador?
Hay una razón ideológica que puede explicar esta progresiva degradación del comportamiento público y que tiene que ver con la buena prensa que entre la corrección política española ha tenido tradicionalmente el anarquismo. La autoridad es sospechosa, sobre todo si es de derechas, mientras que el ácrata es un personaje literario, romántico, soñador y bien valorado por la intelectualidad. ¿Quién eres tú para decirme a mi cómo sentarme o a qué volumen puedo escuchar mi música?, parecen preguntarse los jóvenes cachorros de ‘progrelandia’ camino de esos campus en los que profesores de su cuerda alentarán ese espíritu rupturista con lo establecido.
El ‘porque yo lo valgo’ ha hecho mucho daño. Pero junto a esta causa política hay otro motivo que tal vez arroje algo de luz. El problema de la educación en España no está solo en las sucesivas leyes de enseñanza, ni en lo que luego se aplica en los colegios. Sino, sobre todo, en la ausencia de normas en muchos hogares.
Bien porque se han roto, con lo que los niños transitan entre dos casas distanciadas física y emocionalmente, sin un programa claro al que ajustarse. Bien porque muchos padres han renunciado a su labor primordial, la de educar a sus hijos con paciencia, siempre con cariño pero a la vez con exigencia.
Ceder el asiento a una persona mayor o no hablar a gritos no hacía falta que nos lo enseñaran en el colegio, ya lo llevábamos aprendido. Al igual que a comer con corrección, empleando a utilizar los cubiertos o a limpiarnos con la servilleta antes de beber. Estas normas de urbanidad formaban parte del programa de urbanidad que los padres inculcaban a sus hijos. Antes de que el progresismo pedagógico lo tildara de franquista, retrógrado, conservador, ¿fascista también?
El populismo está más infiltrado en las estructuras de la sociedad de lo que podemos creer. Sabido es que ofrece soluciones simples a problemas complejos. Con la educación, todos hemos sido un poco populistas. La culpa del desastre de la enseñanza en España, concluimos, la tienen los políticos por su incapacidad de consensuar una ley de enseñanza moderna y a salvo de vaivenes ideológicos. Y no quisimos ver, o preferimos no hacerlo, que en casa también había un problema, que la niñez, la adolescencia y la juventud son hoy idolatradas por unos adultos que no hacen honor a su condición y a su supuesta madurez. Y que por no enseñar, no son capaces ni de mostrarles a sus retoños cómo comportarse en un vagón del Metro.
Su asistencialismo es degradante y su manera de pensar en nosotros es un insulto