Y que sólo tengamos aliados y no clientes comerciales
—¿Qué hay que saber cuando uno se enfrenta a una crisis?
—El grado de imprevisibilidad hoy es más importante que antes. Así que hay que integrarlo en la mentalidad. Ni la pandemia ni la guerra de Ucrania se previeron. O fueron el triunfo de lo imprevisible o nuestras capacidades en materia de análisis de riesgo son deficitarias. Y la volatilidad. Pensemos en el G-20 hace unos meses, primera reunión Biden-Xi, inicio de una posibilidad de diálogo. Sale un globo espía y todo se suspende. Así que, imprevisibilidad y volatilidad. Es posible aprender de errores pasados. Pero es más fácil decirlo que hacerlo: EE.UU. puede aprender de la crisis de 1979, con el euro no hay memoria. —¿En qué tipo de crisis está la economía mundial hoy?
—No soy tan pesimista como muchos. Primero, porque tenemos tendencia a mirar al mundo como si Occidente fuera todo o como si el hemisferio norte lo fuera. Pero hay dos cosas buenas en 2023: África va a crecer muy por encima de la media global y Asia en desarrollo va a crecer más que China, por segundo año consecutivo. Así que el mundo no está tan problemático como pensamos en el hemisferio norte. Ahora, sí, y yo no soy dogmático, quizás la globalización, que es mejor que tener un mundo proteccionista y cerrado, necesite alguna gobernanza. Tú no puedes vivir en economía global y no tener ninguna regla. Y además la poca que teníamos, que era la Organización Mundial de Comercio, está paralizada.
—Se habla del retorno de la geopolítica.
—Sí, es una suerte de venganza sobre la geoeconomía. La globalización de estos últimos 40 años ha sido la única revolución no ideológica que ha transformado profundamente el planeta. Eso es difícil de comprender desde Europa porque nos sentimos perdedores y amenazados. Y preferimos culpar a otros antes que analizar nuestras debilidades. Pero el hecho de que hayan salido casi 900 millones de personas de la pobreza ha sido un logro extraordinario. Así que lo que trajo, no tanto la pandemia pero sí la invasión rusa, fue un retorno de la geopolítica. Y el riesgo principal que yo veo en la economía mundial no es la desglobalización –no creo que todo el mundo decida ser tonto al mismo tiempo, cerrarse y empobrecer, dejar de innovar y perder competitividad–, el riesgo más grande es esa presión de Washington y de Pekín para que haya un alineamiento de las relaciones económicas por bloques geopolíticos, la idea de que tú haces negocios con tus aliados y no con tus clientes. —El llamado ‘friendshoring’… —Esa es una tendencia que favorece a EE.UU. y a China, Europa no tiene nada que ganar ahí. Esa idea de fragmentar la globalización y que
los occidentales se entiendan con occidentales, y los orientales con orientales, además de reduccionista es absurda. La tercera economía del mundo está en Oriente y es perfectamente occidental. ¿Qué es Japón en el sentido económico? Y quizás la economía más interesante del momento, Corea del Sur, igual. —¿Hay ganadores y perdedores en este escenario?
—No hay. Hay una cosa indiscutible: China, por obra y gracia de Deng Xiaoping, es la gran revelación de los últimos 40 años. La gran beneficiaria de la globalización, la gran sorpresa de la digitalización, a un punto que amenaza el poder del incumbente, que es EE.UU. Preparémonos para vivir un largo periodo de tensión entre estos dos polos. Ese va a ser nuestro futuro, con dilemas muy difíciles para Europa. Cuando digo que el diálogo entre China y EE.UU. es absolutamente necesario, no es para que lleguen a acuerdos, es que sepan lo que unos quieren de los otros, el teléfono rojo. Y el riesgo más grande que tenemos hoy es el error de percepción, que los chinos se equivoquen sobre EE.UU. y estos sobre China. El error más probable de los chinos sobre América es creer que su declive es irreversible. Parte de las elites chinas están convencidas de eso.
—De su decadencia, sí.
—Y si miras el sistema político te cabe la duda. Pero la fuerza de EE.UU. no es el sistema político, es el capitalismo, son sus universidades, su capacidad de I+D, la diversidad... Esa es la fuerza de América. Y sería bueno que EE.UU. no se engañara en cuanto a Taiwán. Hay una forma de regular el tema de Taiwán sin guerra. Los chinos dicen que si hay declaración de independencia deberían atacar y los estadounidenses tienen que defender si China ataca. Conclusión: hay que evitar una declaración de independencia. Y, como todos los que conocemos Taiwán sabemos, dicha declaración no es determinante para su éxito. Pero para eso hay que tener un diálogo mínimo.
—¿Qué papel juega Europa en todo esto? Porque has dicho que Europa se siente perdedora.
—Europa tiene, a mi juicio, dos problemas que no consigue doblegar. Se está quedando vieja e innova muy poco. Y son dos cosas que, juntas, son muy difíciles de debatir en la democracia digital. El problema demográfico es que tienes una edad mediana en países como Portugal o España cercana a los 46 o 47 años. Eso quiere decir que no tendrás activos suficientes para financiar un número de pensionistas que va a vivir muchos más años. Esto va a revolucionar totalmente la política de salud y la de pensiones. Y ¿cuánto tiempo invertimos en el espacio público europeo en discutir de demografía? Cero.
—¿Y respecto a la innovación? —En 2016, hubo un hecho que no preocupó a mucha gente: China sobrepasó a Europa en su gasto en investigación y desarrollo sobre su PIB. Hoy somos el cuarto bloque mundial y este es un problema para el sector privado y el público. Si miramos las diez compañías tecnológicas más grandes, ninguna es europea. ¿Se puede corregir? Sí, pero o tienes un liderazgo que tiene una visión de porvenir o seguiremos culpando a otros de nuestros problemas. Es muy difícil para un europeo reconocer que el mundo se mueve al margen de Europa, pero es verdad.
—¿Cree que debemos garantizar a Ucrania su integración en la UE? —Hay una cosa que debería estar en la cabeza de los europeos: si Putin gana en Ucrania, no parará ahí. ¿Por qué digo esto? Porque basta con analizar las siete intervenciones que tuvo Putin durante 22 años de poder. Ucrania es solo la más grande, pero no es la primera. Putin es un nostálgico del imperio de los zares, un admirador metodológico de Stalin, lo que lo dice todo. Así que o lo frenas en Ucrania y pierde, o tienes otra guerra a plazo. Para contestar a la pregunta, esto es difícil de evaluar en tiempo de guerra, pero parece inevitable que Ucrania, después de todo esto, ingresará en la UE. Lo único que digo, desde hace mucho tiempo, es que los europeos deben de ser conscientes del desplazamiento del eje de gravedad de Europa.
—El primer ministro portugués también ha manifestado esta preocupación. ¿Por qué es tan habitual esta visión en Portugal?
—Cualquier persona lúcida comprende que el mundo se está moviendo fuera de Europa y que Europa se está moviendo hacia el noreste. Nosotros nos habituamos a vivir con el eje franco-alemán, que ya no está funcionando. El día que Ucrania esté en Europa se va a hablar mucho del eje Varsovia-Kiev, porque esa será frontera de seguridad.
—¿Qué consecuencias tiene eso? —Convendría aclarar que Europa tiene reglas. Ya tenemos problemas con húngaros y polacos que podemos resolver, pero si al final de no sé cuántos años de integración europea tu tribunal superior llega a la conclusión de que las leyes nacionales prevalecen sobre las comunitarias es que estás engañando a todos. Si destruyes ese principio, se acaba el mercado interior. Quien venga ha de ser acogido, pero tiene que respetar las reglas. —Y ¿corremos el riesgo de decepcionar a los ucranianos?
—No podemos. Si dejamos ganar a Putin somos la próxima presa. El arma más peligrosa que tiene Putin es la fatiga de los occidentales. Las dictaduras pueden esperar, y nosotros tenemos elecciones, y la gente hace asociaciones que son apenas parcialmente verdaderas. Por ejemplo, entre inflación y guerra. La inflación ya estaba aquí antes de la guerra. —Coincide con China. Ambos ven la democracia como una debilidad. —O como una fuerza si ganan los que deben ganar. Ahí es el liderazgo el que marca la diferencia. Si el mundo de Churchill hubiera sido un mundo de encuestas, ¿los sondeos habrían favorecido ir a la guerra? No, porque no era lo más confortable.
—En España siempre se mira con autocrítica el ajuste de la crisis del 2008. Y siempre se cita a Portugal como un país que lo hizo mejor. —Portugal tuvo un rescate general. España tuvo un rescate del sector financiero. Y eso se debió, en el último minuto, a una reforma de la Constitución. La gente ya no lo recuerda, pero el hecho de que España haya inscrito «techo de deuda» en la Constitución fue lo que evitó su rescate total. Y yo te puedo decir, porque he vivido un rescate general, que es mucho más duro. En segundo lugar, no era la primera vez que teníamos al FMI dentro de Portugal. Era la tercera vez en democracia. Siempre que hemos tenido un problema de deuda, o perdimos la libertad o la soberanía.
—Caray.
—Así es. Pasó al final del siglo XIX, con la Sociedad de las Naciones, antes del ‘Estado novo’. Pasó con los acuerdos con el FMI. Espero que esta vez haya sido la última. Siento mucho orgullo de haber participado en esa tarea dificilísima que era salvar a un país insolvente e intentar construir un modelo competitivo para Portugal. Ahora bien, existen otras consideraciones sobre los rescates. El país más exitoso es Irlanda. ¿Cuántos años necesitaron los países europeos para recuperar el PIB de 2019? Irlanda es el único que lo recuperó en 2020. Portugal en 2022 y España, en el mejor escenario, lo hará en 2023. Así que ‘time is money’, perder un año o perder cuatro es diferente. Lo que me impresiona es la constancia de la competitividad de Irlanda. No cambia con los gobiernos ni con los humores coyunturales. A mí no me impresiona que su impuesto corporativo sea del 12,5%, me impresiona que sea del 12,5% desde hace más de 25 años.
—¿Qué necesitamos?
—Lo que necesitamos –y yo diría que España también, pero eso es un tema de los españoles– es crecer constantemente por encima de la media europea durante una década. Y tener esa ambición, no estar muy satisfechos con un año en el que recuperaste lo perdido. Hay que ser constante, ese es el modelo de Irlanda que terminará en 2023 con un 142% de lo que tenía en 2019. Nosotros, apenas entre el 102% y 104%.