APAREJOƫDEƫLIBERTAD
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Cuando uno decide escribir sobre una cumbre, de la naturaleza que sea, como es este caso, creo tan importante como aproximarse, e iniciar factualmente su ascenso, comenzar con la labor crítica medular del olvido de espejismos: espaciales, psíquicos, históricos, y sobre todo, con la extinción de las necesidades especulares privadas de la actualidad. El autor de ‘Una hermosura extraña’, Antonio Piedra, vence en muchos de los trabajos de esa poda, en esa higiene necesaria, sobre todo lo hace en el no siempre democrático don de escribir con libertad este libro excepcional, escrito durante la pandemia del Covid-19, y en sus laboratorios de aislamiento.
Como en la breve obra de Pushkin donde sólo en banquete celebrado en tiempos de Peste se pueden dar revelaciones no esperadas, y enunciaciones incómodas y vitales, el autor, en tiempo de penurias, dispuso su propio banquete e intercambio de nutrientes con santa Teresa, nada menos que para indagar en el reloj de su mecanismo poético, en realidad, por la Ur-brújula sin la cual la orientación de ningún vuelo o fuga mística poseería aparejo de viaje, de transición, de transformación en primer término: macro-tema del libro que goza ahora de la luz de ser publicado, y cuyo potencial lector debe pertenecer a un amplio abanico, debido a lenguaje accesible, teresiano-desenfadado aunque estricto en pensar.
Escritura por igual para poeta novicio, para ciudadano cabeceando entre restricciones ideológicas o identitarias, estudiante de las inmanentes historias coloniales y post-coloniales, y para el teólogo-cardenal, dudando su sitio y su lenguaje. Y por ese rasero la ambición de clarificación y de buceo ha de ser medida y juzgada, pues asoma un humilde pero pertinente balcón al panorama de una de las grandes mentes de Occidente, la que fue esa mujer, española de origen judío, la conocida monja y andariega ‘celebrity’ de su tiempo, Teresa de Ávila.
Entre los doctos interlocutores con que ha contado la elaboración de ‘Una hermosura extraña’, Antonio Piedra nos regala retrospectivamente la emoción de su diálogo con el gran escritor, poeta, y tal vez aún mejor lector, José Jiménez Lozano, el cual apoyó el proyecto del libro, sugirió correcciones, estuvo allí. Incluir las palabras de su correspondencia precisa el cariz que se intenta reseñar: «Tu escrito sobre santa Teresa, es muy, muy nutriente y apasionante. Ya no se trata de que santa Teresa sea poeta o no, se trata de que lo que muestras es que la
Teresa tiene representación y formulación poética de la realidad. No sé lo que es la Mística, lo que sabemos es que es un discurso personal, que es un discurso filosófico-teológico en el maestro Eckart, poético en san Juan de la Cruz, pero creo que aciertas con santa Teresa».
A través de siete grandes capítulos se desgrana el libro, ayudado por un ritmo interior en ellos de cortos subcapítulos –vértebras que aligeran rítmicamente cubrir la fisonomía en veloz lectura–. El primer capítulo –’Agravios de tan poco tomo’–, no exento de incisivo espíritu polémico, repasa a ciertos y extravíos en la recepción de la santa, capítulo que se goza como ‘vendeta necesaria’, y desfilan todos, desde Quevedo y Góngora a Juan Ramón y Lorca, y otros menores. Desde luego, si el intento es determinar la poética de alguien, y así enmendar, es adecuado y casi lúdico preámbulo apuntar cuántos, con la ‘cosa’ ahí, sufrieron las diferentes gradaciones de ceguera; y Piedra para eso, y para gozo lector, tiene buen puntero.
Mente universal, santa Teresa, en compensación, también fue celebrada por figuras análogas de la grandeza del filósofo Leibniz, regresando a la santa el protagonismo poético, experiencial y filosófico, mientras su patria dormitaba, y a tirones, aún lo hace… Leibniz taumaturgo en 1696 escribe a André Morell: «En cuanto a santa Teresa, tenéis razón en estimar sus obras; un día encontré en ella este hermoso pensamiento: que el alma debe concebir las cosas como si no hubiera en el mundo más que Dios y ella; lo que incluso sugiere una reflexión filosófica estimable, que he empleado recientemente en una de mis hipótesis».
Corriente del libro es el carácter escandaloso y de peligro latente, que implica la proposición poetizadora de los escritos de santa Teresa, consistente en una nueva soberanía emanando del fondo experiencial del ‘nuevo’ sujeto moderno; algo hallado en aguas interiores no escritas por la cultura, tampoco derivado, en su radical originalidad, de la autoridad de las Escrituras. (Por ello el hincapié higiénico de su distinguirse de los letrados –meros autores del TOMO–). El campo abierto por esa mera posibilidad en el mundo alrededor de Trento, si no es perfume de revolución es lo que portan nuevas gentes que se hacen cargo de un nuevo mundo.
Del hincharse desde vislumbres interiores de ella –crece esa marea de agua, y su trascendencia, de hecho, desborda lo cristiano, como desborda lo sufí mismo la palabra de Rumi, como los muros de Kabir caen al nosotros heredarlo. Tomar posesión de lo propio es muchas veces más difícil, ‘lo difícil’. Heredemos a Santa Teresa. Piedra ha desbrozado una difícil trocha de acceso y de lucha contra el prejuicio, que ella aplaudiría niña y escribiría con su ‘mágico desaliño’ llevando «más estilo de ermitaños y de gente retirada que no ir tomando vocablos de novedades y melindres».
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