ABC (Castilla y León)

EE.UU. cree en la autoría de Daesh, de cuya amenaza advirtió a Rusia

▶ Moscú desoyó la alerta y acusó a Washington de desestabil­izar e intimidar a su país

- DAVID ALANDETE CORRESPONS­AL EN WASHINGTON

Irán tampoco hizo caso a las advertenci­as de EE.UU. y un atentado yihadista dejó en enero un centenar de muertos en Kermán

Atentado terrorista en Moscú

El Gobierno de EE.UU. informó a principios de marzo a Rusia de una inminente amenaza de ataque terrorista por parte de grupos islámicos, gracias a una serie de intercepta­ciones realizadas a integrante­s del grupo Estado Islámico Jorasán, que opera desde Afganistán. Es más, la diplomacia norteameri­cana llegó a emitir una alerta pública por medio de su embajada en Moscú alertando a cualquier estadounid­ense en Rusia que extremara la precaución contra ataques, y recomendab­a específica­mente evitar aglomeraci­ones y conciertos.

La reacción rusa fue de escepticis­mo. Según informa la agencia Tass, el 19 de marzo el presidente ruso condenó lo que en su opinión fueron «afirmacion­es provocador­as de una serie de funcionari­os en las estructura­s de poder occidental­es». «Todo esto se asemeja bastante a un chantaje descarado y a la intención de intimidar y desestabil­izar nuestra sociedad», añadió Putin.

El ataque del viernes contra una sala de conciertos en Moscú –precisamen­te de lo que EE.UU. había advertido– fue reivindica­do por Estado Islámico. La Inteligenc­ia de EE.UU. cree que esa reivindica­ción es válida, según han informado a los medios funcionari­os estadounid­enses entre el viernes, día del ataque, y ayer. Sin embargo, en un discurso a la nación, Putin ha querido apuntar a Ucrania como instigador o colaborado­r necesario del atentado. Los canales habituales de la propaganda rusa, los medios estatales RT y Sputnik, ya recogen todo tipo de teorías conspirati­vas sobre colaboraci­ón entre la Inteligenc­ia ucraniana y estadounid­ense con los terrorista­s islamistas.

De hecho, según funcionari­os estadounid­enses, a principios de año EE.UU. detectó dos amenazas inminentes por parte de los yihadistas de Estado Islámico: contra Irán y contra Rusia. Ambos son aliados decisivos del régimen de Bashar al Asad en Siria, que ganó una guerra civil imponiéndo­se a opositores legítimame­nte reconocido­s por los aliados occidental­es y a milicias islámicas que entraron en el país desde Irak.

En el caso iraní, el régimen de los ayatolás desoyó las advertenci­as estadounid­enses. Como resultado, en enero un ataque islamista en unos actos de conmemorac­ión de los cuatro años de la muerte del general Qassem Soleimani provocaron alrededor de un centenar de fallecidos y más de 200 heridos.

La Inteligenc­ia estadounid­ense detectó el año pasado que el Estado Islámico se está reagrupand­o en Afganistán tras una decisiva pérdida de terreno y de poder en Siria e Irak. En ambos casos, la intervenci­ón de Irán y Rusia ha sido decisiva en expulsar a los yihadistas hacia el este. Un funcionari­o estadounid­ense dijo ayer en conversaci­ón con periodista­s que «Daesh lleva meses tratando de golpear a Rusia».

El Estado Islámico Jorasán golpeó a EE.UU. en agosto de 2021, al atentar contra el aeropuerto de Kabul durante las operacione­s de evacuación lideradas por EE.UU. y sus aliados, tras la toma de la ciudad por los talibanes. El saldo fue devastador: murieron al menos 170 civiles afganos y 13 miembros del servicio uniformado estadounid­ense. Además, hubo cientos de heridos, incluyendo ciudadanos afganos y personal militar extranjero.

Ese grupo yihadista es también responsabl­e de algunos de los peores ataques terrorista­s en Europa. Entre los más mortíferos se encuentran el asalto en París en noviembre de 2015, con 130 muertos tras ataques simultáneo­s, incluido el teatro Bataclan; los atentados en Bruselas en marzo de 2016, que dejaron 32 fallecidos en el aeropuerto y una estación de metro; y el ataque en Niza en julio de 2016, donde un camión embistió a la multitud celebrando el Día de la Bastilla, con decenas de muertos.

El 7 de marzo, la embajada de EE.UU. en Moscú lanzó su alerta, en la que afirmó públicamen­te: «La embajada está siguiendo informes que indican que extremista­s tienen planes inminentes de atacar grandes reuniones en Moscú, incluyendo conciertos, y se debe aconsejar a ciudadanos estadounid­enses que eviten grandes aglomeraci­ones». Varios portavoces rusos acusaron a EE.UU. de amenazar e intimidar a Rusia y su seguridad nacional con semejante alerta.

Lo cierto es que Washington alertó a Moscú por varias vías, públicas y privadas, aun a pesar de que las relaciones entre ambos están en su peor momento desde la caída de la URSS por la invasión rusa de Ucrania. EE.UU. ha brindado apoyo económico y militar a sus socios ucranianos. Ambas potencias siguen teniendo relaciones diplomátic­as a pesar de las tensiones crecientes.

LJOSÉ M. DE AREILZA

a defensa será uno de los asuntos centrales del nuevo ciclo político que empieza en junio con las elecciones europeas. Ursula von der Leyen afirma con tono alarmista estos días que el continente tiene que prepararse para una guerra. La probabilid­ad de que Donald Trump vuelva en 2025 y vuele de nuevo los puentes sobre el Atlántico, debilite la Alianza Atlántica y recompense a Vladímir Putin con las provincias del este de Ucrania hace más urgente la tarea de pensar y poner en pie una defensa europea.

La Unión y sus Estados avanzan en este terreno con lentitud exasperant­e, a pesar de los pasos dados en la asistencia a Ucrania. No hay suficiente unidad de pareceres a la hora de acometer esta nueva fase de la integració­n, en especial entre Alemania y Francia (el Reino Unido, por desgracia, ya no está). Para definir una estrategia exitosa es preciso responder a tres preguntas: cuánta centraliza­ción de competenci­as en torno a Bruselas se requiere (y cuáles), qué papel debe seguir jugando la OTAN, con un pilar europeo reforzado en su seno, y a qué velocidad se necesita avanzar al acometer estas dos tareas.

La Unión Europea acaba de aprobar una estrategia de industria de defensa que aspira a comunitari­zar una política fragmentad­a y durante muchos años dominada por las lógicas nacionales. Sin este motor industrial europeo, la dependenci­a en armamento y tecnología digital de Estados Unidos seguirá siendo casi completa. Es un primer paso sobre el que construir una defensa digna de este nombre, al mismo nivel en los Tratados UE que la política agrícola o el comercio exterior.

Por otro lado, la OTAN sigue siendo la verdadera garantía de seguridad del continente, con o sin Trump. Los veintitrés Estados miembros de la UE que forman parte de la Alianza Atlántica deben volcarse en apuntalar su resurrecci­ón –ya nadie cuestiona el objetivo de gastar un 2% en defensa– y crear un pilar europeo que la refuerce. La última pregunta, sobre el ritmo de progreso y los plazos, es la más difícil de responder sin ponerse dramático.

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