EL PRECIO DE LA VORACIDAD FISCAL
Sánchez ha cumplido su promesa de cerrar la brecha entre la presión fiscal de España y la de la UE, pero lo ha hecho a costa de que nuestras rentas sean hoy las de una economía mediocre de rentas: la pandemia y la inflación. Ambos le han permitido no tener que dar la cara anunciando subidas generalizadas de impuestos. A cambio, ha usado el principio de divide y vencerás, creando impuestos ‘ad hoc’ sobre sectores como la banca o las energéticas, debilitados reputacionalmente. La pandemia le brindó la ocasión de reducir la economía sumergida por dos vías: el control fiscal de los ERE y el pago electrónico. Pero el gran aliado del Gobierno ha sido la llamada ‘progresión fiscal en frío’ que se produce cuando no se deflactan las tarifas de los distintos impuestos, decisión que Hacienda se ha negado a considerar. De esta manera, el poder adquisitivo de los españoles se ha reducido mientras que la presión fiscal se mantuvo, desembocando en un aumento de impuestos que resulta invisible para la ciudadanía.
En 2018, cuando Sánchez llegó al poder, la eficiencia del gasto público se hallaba en un punto equivalente al de los mejores países de nuestro entorno. Esto significa que el Estado era capaz de gestionar virtuosamente los ingresos que recibía. Hoy no sabemos si los cuantiosos recursos adicionales que ha reunido en estos años los ha podido utilizar con igual efectividad. Pero hay algunos indicadores de lo que puede haber ocurrido: las grandes dificultades para administrar los fondos europeos son un síntoma. Otro de los efectos indeseados de este aumento acelerado de la voracidad fiscal tiene que ver con el crecimiento. Las rentas en España no crecen al mismo ritmo que nuestros vecinos europeos. El Banco de España ha advertido de que nuestra economía ya no converge sino que diverge del promedio de la UE. Los datos son estremecedores: el salario más común entre los españoles es de 18.502 euros brutos anuales según los últimos datos del INE. No es para estar orgullosos. El Gobierno puede haber conseguido su objetivo de haber llevado la recaudación tributaria a los promedios europeos, pero lo ha hecho a costa de que nuestra renta esté quince puntos por detrás de la media.
Es un hecho cierto que los mecenas de la esposa del presidente recibieron adjudicaciones millonarias del Gobierno
«Brindo por el doctor Esquerdo, gracias a cuyos cuidados no tardaremos en recobrar la razón, que tanta falta hace»
Cuna democracia la toma con la palabra democracia, se puede decir que ha entrado en patocracia, última estación del viaje de la izquierda en su huida de la realidad. «Dicen que Trump es una amenaza para la democracia; ¿lo cree usted así?», pregunta la CNN a Kennedy, que responde: –Tengo argumentos para decir que Biden es una amenaza mucho peor para la democracia. Es el primer presidente en la historia americana que ha utilizado las agencias federales contra sus oponentes políticos.
El mundo sólo ha conocido dos democracias: la directa de los ‘idiotai’ en Grecia, que aquí sólo ha estudiado Rubio Esteban, y la representativa en los Estados Unidos de los Founding Fathers, a quienes James Woods agradecía ayer su previsión en la Declaración de Derechos («¿Se imaginan la locura que la administración Biden y sus ‘lemmings’ liberales impondrían a nuestros ciudadanos?»), a propósito de los problemas de JK Rowling con la inicua ley escocesa contra los discursos de odio, animándola con una media verónica: «Brava, Ms. Rowling!».
La estrategia de los ‘lemmings’ la resumió en su día muy bien Iglesias Turrión en un youtube: «Lo nuestro es la dictadura del proletariado, pero la palabra dictadura no hay quien la venda, así que decimos democracia, que gusta a todos». Y ahí tenemos a los ‘lemmings’ americanos, roe que te roe en la palabra mágica, como en el poema de Octavio Paz: dándole la vuelta, cogiéndola del rabo, azotándola, sorbiéndole sangre y tuétanos, secándola, capándola, desplumándola, destripándola, arrastrándola… hasta que de ella no quede ni la raspa. Es el proceso ponerológico hacia la patocracia final, cuando la vida se reduce al patio de locos del doctor Esquerdo que tan entretenidas estampas regaló a nuestro costumbrismo. Así la del loco que, viendo que el doctor Esquerdo estaba solo, entró a su despacho con un cuchillo y gritó: «¡Hoy no se me escapa, hoy le voy a degollar a mi gusto!». «Bien, hombre –contestó el doctor–, me parece bien. Pero ¿has pensado lo que vas a hacer con la sangre?». El loco, desconcertado, se fue por un barreño, y entonces el doctor fue rescatado por los loqueros. O la del brindis con que otro loco, levantando su copa, sorprendió a los periodistas de la época de Camba que estaban de visita en un manicomio madrileño reporteado por el Caballero Audaz: –Brindo por mis compañeros de reclusión, brindo por los representantes de la prensa reunidos en esta sala y, sobre todo, brindo por el doctor Esquerdo, gracias a cuyos cuidados no tardaremos en recobrar la razón, que tanta falta nos hace.
En las patocracias-franquicia, el patio del doctor Esquerdo es el Estado de Partidos. Todo en el Estado, todo por el Estado, nada sin el Estado, ¡’Resistencia’ incluida!, con sus chistes de Estado, ninguno de ellos superior al del ministro marcándose un Felipe IV en busca de memoriales de Quevedo bajo las servilletas de Palacio.