INSULTOS PARA LA INDEPENDENCIA
La independencia no deja tiempo para la lectura; encoge el cerebro hasta colocarlo en el paleolítico de la vida intelectual y emocional
Un uso inadecuado del lenguaje está en el origen de casi todos los conflictos. El periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003, dijo que «una guerra siempre empieza mucho antes de la fecha oficial en la que se declara; comienza con el cambio de vocabulario de los diarios. Empieza en la esfera del lenguaje». Somos lo que hablamos y cómo lo hablamos. Eso se nota en el lenguaje de la mayoría de los independentistas catalanes. La personalidad se les ha ido degradando, hasta quedar reducida a un montoncito de insultos contra España. España merece otro nivel que esos recortados de vocabulario. ¿Para eso la inmersión lingüística en los colegios? ¿Para que los niños aprendan a decir «facha» e «hijo de puta» en catalán? ¿Para eso sirve un idioma que ha dado a Verdaguer, a Joan Maragall, a Carner, a Espriu, a Pla, a Gimferrer?
La independencia no deja tiempo para la lectura, y va encogiendo el cerebro hasta colocarlo en el paleolítico de la vida intelectual y emocional. La oposición españolista, españolista según, se queja de los insultos que recibe. Recojo de aquí y de allí, sobre todo de allí: «Puta España. Arrimadas y Rivera, os mataremos». «Españoles, maricones». Las comas las pone uno, que no es independentista. «Habría que matarlo a él y a su familia —dice otro pensador refiriéndose al jefe de lo que queda del PP—, que vuelva ETA». Parece que el independentismo crea familiaridad con el asesinato. «Esta gente tan hija de puta española que tenemos aquí…». «Fascistas, torturadores, sois la escoria de este país». «Te he llamado fascista. Eso no es un insulto, es una definición». Aquí hay pretensiones de intelectualizar la evacuación del intestino por el cerebro, pero sin citar los maestros en que se apoya la idea. Porque propia no es. Y en el Ayuntamiento de San Sadurní d´Anoia, un concejal de la CUP se mostró conciliador: «Los partidos que han respaldado el 155 tienen suerte de que el movimiento independentista siga siendo un movimiento pacífico». Hombre, visto así, a lo mejor la suerte la tienen los independentistas. A mí la Legión. La manifestación del domingo en Barcelona para ensalzar la paz aportó una novedad al lenguaje, que no debemos minusvalorar. Novedades, por fin. Un conjunto que dice que canta, Eléctrica Dharma, refiriéndose a los que no son como ellos, que es tan fácil, los llamó «cerdos» e «hijos de puta acabados». En el adjetivo está el secreto. Un lenguaje rico es siempre un asunto de adjetivos. De manera que se puede ser también un hijo de puta inacabado, que es lo mismo que barrer para casa. Nosotros no tenemos esa suerte. «Hijo de puta» es un insulto preescolar, el más simple que existe. No requiere inteligencia, sólo instinto.
Si Puigdemont, ahora que tiene tanto tiempo libre, leyera un poco, podría aportar distinción a la republiqueta, que flojea de la cultura. Fugado y perseguido, sí, pero con estilo. El mejor satírico español del siglo XIX, Manuel del Palacio, que atacó a la corte y dedicó un soneto demoledor a la reina, y fue detenido, encarcelado y exiliado, escribió este epigrama al irse de España: «Montado en la diligencia, / me voy camino de Francia. / Me cago en la providencia / del Juez de Primera Instancia / del Distrito de la Audiencia». ¿Por qué Puigdemont no lo imita? De hijo de puta a independentista, le ofrezco desinteresadamente esta fórmula: «Metido en el maletero, / voy camino de Bruselas. / Ir a la cárcel no quiero. / Me cago en las entretelas / del juez, con todo mi esmero». No es lo mismo, pero tampoco Puigdemont es Manuel del Palacio.