«Nunca sabremos qué le atormentaba»
El barrio de La Inmaculada de Priego no da crédito: José Luis era un vecino pacífico «que no hablaba por no molestar»
EL barrio de la Inmaculada, en las faldas de Priego de Córdoba y muy cercano a una de las entradas a la localidad desde la carretera autonómica que viene desde Lucena, no da crédito a lo que ha sucedido. La muerte violenta de uno de sus vecinos, José Luis García Burgos, de 43 años, ha volteado el ánimo de quienes tienen allí su casa. Se trata de un enclave de viviendas modestas en el que se mezclan inmuebles bajos de una o dos plantas de tipo unifamiliar con otras más modernas.
La noticia luctuosa sume al pueblo de la Subbética en la consternación. No se habla de otra. Ni en los bares del entorno de la calle Gabriel Celaya, donde tiene la entrada el garaje en el que se hallaron los cuerpos de las dos víctimas mortales, ni en la zona patrimonial de la villa del sur de la provincia de Córdoba. «No hay quien se lo crea: era un muchacho de lo más discreto», dice una mujer entrada en años en la cafetería Yampe, en la Fuente del Rey. En la sobremesa hay un silencio de luto en Priego. La afluencia de los periodistas al lugar del crimen, entre ellos corresponsales de programas de televisión nacionales de máxima audiencia, aviva las conversaciones a media voz acerca del origen de la tragedia, si bien el respeto que ha ganado durante toda la vida la familia del vecino fallecido amortigua la amenaza de la maledicencia. «Es una familia estupenda. La madre, que era viuda, tenía cinco hijos, tres varones y dos mujeres, y José Luis era el único que vivía con ella, cuidando de las propiedades en el campo y atendiendo a su madre», explica un hombre en la calle Luis Rosales, paralela a la cochera en la que la Guardia Civil lleva toda la mañana enfrascada en la investigación y en la que se halla la entrada a la vivienda de la madre de José Luis; en el buzón figura también el nombre de una hermana de éste.
Luisa coincidió con la progenitora del vecino malogrado en la peluquería el pasado sábado. «La mujer me habló de sus hijos, de lo contenta que estaba con ellos; y de José Luis decía que no sabía de sus relaciones, que a veces salía y entraba con no sabía quién, y que pasaba algunos fines de semana fuera. Pero ella estaba encantada con él», recuerda.
Los familiares del prieguense fallecido han sido los primeros sorprendidos con la triste noticia. «Mi hermano era un muchacho estupendo. No tenía problemas. No vimos venir lo que ha pasado», comenta uno de ellos. Coincide un camarero de una cafetería del barrio de la Inmaculada: «No daba un problema, no hablaba por no molestar. Lo conocía desde que era un chiquillo. Era un hombre tranquilo, quizás demasiado tímido y reservado. Lo que llevaba dentro, lo que le atormentaba, nadie lo sabía ni ya lo vamos a saber nunca». Las campanas de la iglesia de la Asunción tocan a muerto a las seis de la tarde. Llega el coche fúnebre con los restos de José Luis y nadie se explica qué ha pasado.