EL POPULISMO SOY YO
Gracias a las dudas del Supremo y a su marcha atrás, Sánchez se ha disfrazado en noviembre sin esperar a febrero el carnavalero
CUANDO Pedro Sánchez anunció solemnemente que no pactaría con los populistas sabía bien lo que decía. En este caso no hay que aplicar la doctrina Calvo, versión Carmen. Esa manera de salvar al jefe de los embustes que nos metía cuando era el líder de la oposición es digna de una mente maquiavélica de segunda mano. Como en ese momento no era presidente del Gobierno, pues esas palabras no se pronunciaron jamás. O algo más profundo todavía: el hábito hace al monje, y el cargo a la persona. Pues eso, que no hay que justificar nada, porque Sánchez dijo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Prometió que no pactaría con los populistas… y lo ha cumplido.
En lugar de pactar con Podemos, el autor de la tesis del copirray se ha vuelto populista. Del tirón. Sin enmendarse. Ha aprovechado las indecisiones del Tribunal Supremo, que ha seguido en el caso del impuesto sobre las hipotecas la jurisprudencia de la yenka: izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, detrás, uno, dos, tres… La inseguridad jurídica que espanta a los inversores extranjeros o indígenas es lo de menos. Aquí se trata de ganar votos, aunque el país salga perdiendo. El Supremo le ha hecho a Sánchez el regalo de la legislatura. Si hubiera fallado a favor de los ciudadanos —ahora somos eso, ciudadanos para todo— las autonomías tendrían que haber devuelto el parné. Y la gente se habría dado cuenta de que habían pagado esa tela del telón al barón o a la baronesa de turno.
A partir de ahí se habría formado la tormenta del desierto, porque los bancos están tiesos a la hora de la liquidez. ¿Habría sobrevivido esta España de las autonomías sobredimensionadas, como ayer denunciaba con precisión léxica y económica el profesor Fernando Faces, esta ruina provocada por el afán justiciero de la retroactividad? Gracias a las dudas del Supremo y a su marcha atrás, Sánchez se ha disfrazado en noviembre sin esperar a febrero el carnavalero. Se ha vestido de Robin Hood sin importarle que todo sea mentira. Ese decreto que obligará a los bancos a apoquinar los caprichos de los nuevos caciques autonómicos lo sufrirán los sufridos contribuyentes, que apoquinarán esa pasta a través de las subidas de las hipotecas. Pero el presidente se habrá revestido de peronista, y dejará a Podemos fuera de juego en el campo del populismo.
Esa era la intención del sanchismo populista. Dejar a Iglesias y los suyos a la cola del populismo para recuperar ese trozo de la tarta electoral. La estrategia ya estaba diseñada hace más de un año. Solo había que buscar los momentos para ponerla en práctica. Y el Supremo se lo ha puesto en bandeja de plata. Una medida indefendible con la brocha gorda, como es el hecho de que los curritos paguen y los bancos no. Una agitación perfectamente diseñada. Una fórmula certera para desprestigiar a los jueces, ese poder incómodo para el populista cuando no se pliega a sus intereses. Todo ha cuadrado a la perfección. Sánchez no ha pactado con los populistas porque se ha vestido de Luis XIV en plan posmoderno. El populismo soy yo. Que hay que ganar las próximas elecciones como sea, oiga…