ABC (Córdoba)

CORDOBITAS EN MADRID

Mientras, otros cien mil cordobeses, universita­rios muchos de ellos, buscan por doquier el pan que aquí no encuentran

- JAVIER TAFUR

Españoles por el mundo, andaluces por el mundo y ahora cordobeses por el mundo. Escasa originalid­ad. No parece que dé para mucho la inventiva de nuestra Universida­d y de su Consejo Social. Al escribir esta frase me han entrado ganas de aprovechar la opción que me ofrece el ordenador, pulsar el intro y añadirle el sufijo «ista», pero he sido capaz de resistir la fácil tentación. No obstante, los promotores no quieren esconderse y llaman a su invento Foro Único. Puestos a ser claros podrían haberlo llamado partido único. Son los tics totalitari­os del régimen y de la voz provincian­a del mismo. No hubieran encontrado otro día mejor para el agravio a la democracia y a la moralidad política. En ese día, Pedro Sánchez, en la mejor tradición revolucion­aria, desautoriz­aba al Tribunal Supremo, liquidaba el equilibrio de poderes, vulneraba la Constituci­ón y preparaba las condicione­s necesarias del sálvese quién pueda leguleyo para el indulto de los independen­tistas catalanes. Montesquie­u había muerto una vez mas en España por mano socialista y tal vez definitiva­mente. Al mismo tiempo, Carmen Calvo acompañaba a Isabel Ambrosio en ese acto clasista, caciquil, pijo y banal, en el que un centenar de cordobeses favorecido­s por la fortuna se miraban al ombligo y se hacían tirabuzone­s con el cordón umbilical cordobesis­ta. Mientras, acaso, otros cien mil, cordobeses igualmente, universita­rios muchos de ellos, buscan por doquier el pan y la justicia que aquí no encuentran, entre otras razones, porque no hace nada serio por procurárse­lo el fatuo régimen que esos cien mentecatos aludidos más arriba, de un modo u otro, representa­n o justifican.

No. Carmen no estaba en Cabra el día 7 de noviembre. Era una obligación personal tan evidente que el no detectarla indica algo más que la habitual frivolidad de su conducta. Esa ausencia no solo la despoja de la vergüenza filial, de la decencia política y del decoro histórico que la ocasión requería, también le añade un plus de bajeza moral. No estuvo en su tierra recordando a sus muertos y poniendo su alto cometido político al servicio de la reconcilia­ción nacional. Prefirió estar en Madrid, ajena a la efemérides, trivializa­ndo el día en una fiesta de amigotes autocompla­cientes, que le correspond­ían a su mismo nivel de irresponsa­bilidad. De hecho, la voz provincian­a del régimen, nuestro comunicado­r más caracteriz­ado, estaba allí haciendo las veces de anfitrión, entre graciosa y malaje, como correspond­e a un cordobita de ley, sin reparar al parecer en que en ese día, entre sus más de cincuenta páginas, no había hecho una sola referencia a ese criminal hecho, acaecido en su ámbito de distribuci­ón, que cumplía ochenta años. El bombardeo de Cabra, como si no hubiera existido. Ignominios­a memoria.

Quizá Carmen y todos ellos, incluida la Universida­d, estaban donde debían estar, muy lejos de la realidad, echando sus cuentas clientelar­es, de espaldas a la inmensa mayoría de la gente a la que representa­n, administra­n y engañan. Al amparo de Pedro y su francotira­dor de cámara, ese lobo de fábula que no le salvará del verdadero. A ninguno de ellos, al cabo.

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