CORDOBITAS EN MADRID
Mientras, otros cien mil cordobeses, universitarios muchos de ellos, buscan por doquier el pan que aquí no encuentran
Españoles por el mundo, andaluces por el mundo y ahora cordobeses por el mundo. Escasa originalidad. No parece que dé para mucho la inventiva de nuestra Universidad y de su Consejo Social. Al escribir esta frase me han entrado ganas de aprovechar la opción que me ofrece el ordenador, pulsar el intro y añadirle el sufijo «ista», pero he sido capaz de resistir la fácil tentación. No obstante, los promotores no quieren esconderse y llaman a su invento Foro Único. Puestos a ser claros podrían haberlo llamado partido único. Son los tics totalitarios del régimen y de la voz provinciana del mismo. No hubieran encontrado otro día mejor para el agravio a la democracia y a la moralidad política. En ese día, Pedro Sánchez, en la mejor tradición revolucionaria, desautorizaba al Tribunal Supremo, liquidaba el equilibrio de poderes, vulneraba la Constitución y preparaba las condiciones necesarias del sálvese quién pueda leguleyo para el indulto de los independentistas catalanes. Montesquieu había muerto una vez mas en España por mano socialista y tal vez definitivamente. Al mismo tiempo, Carmen Calvo acompañaba a Isabel Ambrosio en ese acto clasista, caciquil, pijo y banal, en el que un centenar de cordobeses favorecidos por la fortuna se miraban al ombligo y se hacían tirabuzones con el cordón umbilical cordobesista. Mientras, acaso, otros cien mil, cordobeses igualmente, universitarios muchos de ellos, buscan por doquier el pan y la justicia que aquí no encuentran, entre otras razones, porque no hace nada serio por procurárselo el fatuo régimen que esos cien mentecatos aludidos más arriba, de un modo u otro, representan o justifican.
No. Carmen no estaba en Cabra el día 7 de noviembre. Era una obligación personal tan evidente que el no detectarla indica algo más que la habitual frivolidad de su conducta. Esa ausencia no solo la despoja de la vergüenza filial, de la decencia política y del decoro histórico que la ocasión requería, también le añade un plus de bajeza moral. No estuvo en su tierra recordando a sus muertos y poniendo su alto cometido político al servicio de la reconciliación nacional. Prefirió estar en Madrid, ajena a la efemérides, trivializando el día en una fiesta de amigotes autocomplacientes, que le correspondían a su mismo nivel de irresponsabilidad. De hecho, la voz provinciana del régimen, nuestro comunicador más caracterizado, estaba allí haciendo las veces de anfitrión, entre graciosa y malaje, como corresponde a un cordobita de ley, sin reparar al parecer en que en ese día, entre sus más de cincuenta páginas, no había hecho una sola referencia a ese criminal hecho, acaecido en su ámbito de distribución, que cumplía ochenta años. El bombardeo de Cabra, como si no hubiera existido. Ignominiosa memoria.
Quizá Carmen y todos ellos, incluida la Universidad, estaban donde debían estar, muy lejos de la realidad, echando sus cuentas clientelares, de espaldas a la inmensa mayoría de la gente a la que representan, administran y engañan. Al amparo de Pedro y su francotirador de cámara, ese lobo de fábula que no le salvará del verdadero. A ninguno de ellos, al cabo.