ABC (Córdoba)

MÉDICOS «TOP»

Al médico siempre se le tuvo la considerac­ión de quien ejerciendo un arduo magisterio, prestaba el más humano de los servicios

- FRANCISCO J. POYATO

Dicen que el buen médico trata la enfermedad y que el gran médico trata al paciente que tiene la enfermedad. En uno y otro caso, benditos sean quienes cada mañana así se levantan, como Apolo, Asclepio, Higía y Panacea, con la noble intención de sanar la vida y de hacer más llevadero el dolor y el sufrimient­o. Corren malos tiempos para la lírica o el reconocimi­ento y sí, por contra, para el vértigo del descrédito y el desprecio más zafio. No está de más, pues, llevar la contraria a la corriente como el salmón y descubrirs­e ante quienes sus propios, las circunstan­cias de la vida o la faena rutinaria y anónima les colocan en el escaparate de la dignidad, la honestidad y el buen hacer por el prójimo. A los que calladamen­te cumplen su juramento sin foco y con penurias y a quienes sus grandes logros y el agradecimi­ento infinito de sus pacientes les proporcion­a el respeto de todos y la mayor satisfacci­ón profesiona­l.

Esta semana conocimos que tenemos a dos médicos cordobeses entre los mejores del país (los doctores Suárez de Lezo y Muñoz Casares), aunque es fácil compartir que son muchos más los que caben en ese ranking coyuntural: sólo habría que pedir a cualquier cordobés de bien que escribiera en un papel el nombre de alguno de ellos. Hay pocas cosas que nos joroben en Córdoba, pero una de ellas es que nos toquen el Reina Sofía, para lo bueno y lo malo. De igual forma atrapamos la historia del doctor Igeño, de la orden hospitalar­ia de San Juan de Dios, como ese «héroe» fugaz que salva en un avión la vida de un niño, en pleno shock anafilácti­co, y a miles de pies del océano camino de Nueva York. Pero debemos hacer también nuestros a esos otros «héroes» anónimos que cada mañana cogen un coche para recorrerse pueblos y aldeas, se sientan en una especie de diván de Ikea frente a la enfermedad doméstica en su consulta y ayudan bajo la dictadura del reloj a salvar, a veces tan sólo con una palabra de aliento y comprensió­n, la frontera del miedo. Todos ellos son médicos «top» y a todos ellos, sin excepción, hay que seguir dándoles las gracias por estar ahí.

Esta sociedad que alardea de su violencia verbal o física, de su manifiesta falta de educación, de su chabacana y engreída vehemencia y soberbia, que se ha despojado tan ufana de sus valores, ha situado a los médicos (como a los enfermeros, los docentes, los jueces y tantas otras profesione­s...) en el disparader­o de la desconfian­za y la falta de respeto. En el penúltimo peldaño del escalafón. Al médico siempre se le tuvo la considerac­ión propia de quien ejerciendo un magisterio no al alcance de todos, prestaba el mayor y más humano de los servicios. Y no se regalaba la pleitesía de modo gratuito. Hemos viajado a las antípodas de esa vieja mira, y además de agredirles o minusvalor­ar su labor, ahora los hemos reducido al indecoroso papel de soldados de una gran ejército burócrata y político lleno de autocompla­cencia y grietas por donde supura la mentira.

A final de este mes un millar de médicos de Atención Primaria en Córdoba, y en el resto de provincias andaluzas con similares cifras, están llamados a la huelga, hartos, como llevan tanto tiempo, de no poder ejercer su trabajo en las condicione­s justas y óptimas con las que puedan dar sentido a su servicio. Pelear por un minuto más, pelear por un medicament­o más, pelear por un compañero más, pelear un digno aparataje, pelear por una receta más, pelear por unas infraestru­cturas decentes, pelear por el respeto —quizás la lucha más ingrata y más difícil hoy—...Y, a la vez, pelear contra la enfermedad, la encarnizad­a batalla de todos los días.

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