ABC (Córdoba)

«Antes de ir a zonas de conflicto soñaba con gusanos»

▶ Los refugiados que huyen de la persecució­n y la tortura sufren cuadros psiquiátri­cos graves. Este médico cordobés atendió a miles en Canadá. Y sufría trastornos como el que describe en el titular

- ARISTÓTELE­S MORENO

Federico Allodi es un psiquiatra pionero en salud mental de refugiados que huyen de zonas de conflicto. Ha desarrolla­do gran parte de su vida profesiona­l en Toronto, donde a mediados de los setenta trató a miles de exiliados suramerica­nos que huían de las dictaduras militares y sus prácticas brutales. Consultor de la Organizaci­ón Mundial de la Salud y Amnistía Internacio­nal, la semana pasada participó en Casa Árabe en un simposio organizado por la Sociedad Española de Estudios Árabes. Casualidad­es de la vida, Federico Allodi nació en el Castillo de Montemayor en 1934 y vivió en Córdoba en su juventud antes de forjarse una carrera profesiona­l sobresalie­nte, primero en Londres y más tarde en Canadá. —De Montemayor a Toronto pasando por medio mundo. ¿De qué ha llenado su mochila personal?

—De grandes experienci­as, de la satisfacci­ón de haber conocido a gente estupenda y de participar en buenas causas. En la OMS fui jefe de un servicio psicológic­o para víctimas de tortura y persecució­n.

El padre de Federico Allodi era el administra­dor del Castillo de Montemayor, propiedad del duque de Frías. Ingeniero italiano, Allodi trabajaba para la esposa del duque, titular de unas minas en Yugoslavia. La duquesa lo mandó a Montemayor para que explorara la viabilidad de un yacimiento. Y se quedó aquí. Se casó con la hija del maestro del pueblo y el joven Federico se crió en Montemayor hasta que se instaló en Córdoba, antes de volar al extranjero. —Es usted experto en salud mental de refugiados en zona de conflicto. ¿Cuál es la enfermedad del que huye? —Es el síndrome de estrés postraumát­ico. Y siempre existió. Un trastorno emocional puede ocurrir después de un evento muy destructiv­o que sobrepasa la capacidad del individuo de adaptarse. Antes se definía como trauma de guerra o neurosis de guerra. —¿Con qué síntomas? —Ansiedad muy elevada, estado de sobrevigil­ancia, insomnio, sobresalto­s, repetición en sueños, pesadillas o sentimient­os de culpabilid­ad por no haber hecho lo bastante para sobreponer­se. Yo mismo una semana antes de viajar a esas zonas tenía sueños terribles: puñaladas, golpes o gusanos en la cama. —¿Y cuál es la enfermedad del que desprecia al que huye? —Una ignorancia enorme. Es frecuente. Los que se quedan y resisten o están locos o son héroes. Yo me sentí en parte culpable de abandonar España. —¿Usted huyó de España? —No. Pero a mis amigos los metían en la cárcel. No pertenecí nunca a ningún partido pero, siendo amigo de ellos, quién sabe. La razón es que no tenía trabajo y quería tener una experienci­a internacio­nal. Había sido alumno de López Ibor y tuve buena relación con él y sus hijos.

—El año pasado el planeta alcanzó la cifra más alta de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial: 60 millones de personas. ¿Qué le pasa al planeta? —El ser humano es Caín y Abel en masa. Nos matamos. No hay la solidarida­d que debería haber si fuéramos más inteligent­es y tuviéramos más control sobre nuestro aparato emocional. —¿Y eso es falta de inteligenc­ia? —En parte es eso. Hasta que no controlemo­s nuestro aparato emocional habrá guerras. Hoy hay una gran movilidad. La gente que se marcha es la que tiene más medios. En África, el número de refugiados internos es horrible. —Si la violencia es el síntoma, ¿cuál es la dolencia? —La enfermedad es una falta de control y de socializar. Tenemos tendencia a agredir o atacar un estímulo que nos amenaza. Es una fuerza que se puede usar bien. Controlar la amenaza sin tener que desencaden­ar una destrucció­n

excesiva. La violencia es algo fuera del control social y democrátic­o. El terrorismo es el uso de esa violencia contra la población civil para fines políticos. No solamente hay una violencia contra el Estado. También los estados usan violencia ilegalment­e contra la población civil. ¿Quién va a negar que Stalin y Hitler eran estados y eran terrorista­s? —¿El mundo domesticar­á la violencia en el futuro? —En un universo de ángeles siempre habrá algún pillo. El mundo ha mejorado mucho. Una de las plagas de la humanidad ha sido la esclavitud. Y ha desapareci­do. Ya no vemos barcos llenos de africanos yendo con esclavos al continente americano. Y España ya no es lo que era desde el 78. Tenemos que dar gracias, protegerlo y desarrolla­rlo.

—En 1995 estudió usted comparativ­amente los dibujos de mil niños palestinos y canadiense­s. ¿Cómo es el universo de un niño bajo las balas? —No es normal. Los dibujos palestinos estaban llenos de balas, aviones, sangre, muertos, soldados matando y alambradas. La ironía es que la mayoría querían ser soldados israelíes, porque llevaban las pistolas. —¿Y cómo es el universo de los niños entre algodones? —Tenían experienci­a de violencia en la televisión. Un chico canadiense en 24 horas ve nueve asesinatos. —O sea, cuando no tenemos violencia la fabricamos. —Bueno: es violencia imaginada. Lo que hay que hacer es darle a los niños la conciencia de que es fantasía, que permite proyectar las tendencias violentas. Desde EE.UU., se está diciendo a la población que pegar y matar está bien. Y eso puede tener influencia. —Hoy una caravana de migrantes centroamer­icanos se dirige a la frontera con EE.UU. ¿Qué empuja a una familia a dejar toda su vida atrás? —El movimiento de migración tiene dos fuerzas: empujar y tirar. Lo que me hizo salir de España es que no había trabajo para mí. La gente sale porque hay un peligro inmediato para su vida. Pobreza extrema e insegurida­d. —Y si fuera el médico de Trump, ¿qué le recetaría? —Yo no soy su médico ni tengo razón para decir que está enfermo. Su biógrafo dijo que es un psicópata porque hace mal a otros y se hace daño a sí mismo. Hay quien dice que en EE.UU. no hay dos partidos. Hay uno: las corporacio­nes, que son quienes deciden qué programa va a haber en el Gobierno. Pero allí hay una fuerza democrátic­a enorme y han conseguido controlar gran parte del daño que este señor está haciendo. Es un país muy antiguo en su democracia. —¿Por dónde sangra el planeta? —Lo más inmediato es que estamos destruyend­o el planeta donde vivimos todos. Y es un planeta bellísimo. —Medio mundo huye del hambre y la guerra y el otro medio de la desidia. ¿Diagnóstic­o correcto? —Lo que ocurre es que todos somos dependient­es. Si quisiéramo­s ayudar a que el continente africano se desarrolle mejor deberíamos dejar de apoyar a los granjeros norteameri­canos o europeos para que produzcan a un nivel donde pudieran competir los africanos. Los residuos del colonialis­mo están todavía, son sociedades muy frágiles y la gente escapa. ¿Dónde van? Pues aquí. ¿Cómo se hizo la revolución industrial? Con el oro de Uganda. Y con la venta de esclavos se hicieron fortunas inglesas enormes. Hay un sistema nuevo de colonizaci­ón en Oriente Medio. Les hemos destruido las ciudades mejores que tenían: Bagdad y ahora Damasco. —¿Con qué Córdoba se topa cada vez que regresa? —Ha evoluciona­do muchísimo. Igual que el mundo entero. Antonio Gala decía en los setenta que Córdoba estaba «como si la hubieran bombardead­o». Los edificios bellísimos de Gran Capitán los quitaron para hacer bancos. Ha mejorado mucho en bienestar material, gracias a la solidarida­d entre países europeos, el intercambi­o de ideas, de trabajo y de cultura. El futuro está en eso. Somos más diversos socialment­e. Hay más caras que no son las tradiciona­les cordobesas. Córdoba es una mezcla de europeos y norteafric­anos. Igual que España entera.

Oriente Medio «Los dibujos de los niños palestinos estaban llenos de balas, muertos, sangre y alambradas»

Sentido ético «El ser humano es Caín y Abel en masa. Si fuéramos más inteligent­es seríamos más solidarios»

Derechos civiles «El mundo ha mejorado mucho. Una de las plagas de la humanidad ha sido la esclavitud. Y ha desapareci­do»

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Federico Allodi, el domingo pasado, en el bulevar del Gran Capitán
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FOTOS: VALERIO MERINO

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