COSTA DEL CRIMEN
«Los índices de criminalidad descienden un 1,1% en la provincia de Málaga; la subdelegada del Gobierno destaca que en los nueve primeros meses de este año se han contabilizado 668 infracciones penales menos que en el mismo período de 2017». La nota gubernativa llegaba ampulosa esta semana a los medios. Qué bien lo estamos haciendo.
Como es lógico, muestra del trabajo bien hecho, había que desplazarse hasta la segunda página del comunicado, última línea del penúltimo párrafo, para encontrar que el número de homicidios perpetrados hasta septiembre en la provincia casi duplicaba ya el de todo 2017. Y luego han caído más. De ello tienen gran parte de culpa los ajustes de cuentas entre bandas rivales dedicadas al narcotráfico que semana sí y otra también están siendo noticia principalmente en la Costa del Sol Occidental.
Es cierto que, como dicen los expertos, este tipo de delitos no siempre tienen relación directa con la percepción de seguridad ciudadana. O así sería si se mataran entre ellos sin molestar a los demás. Pero ocurre que el recrudecimiento de las actividades de las mafias se está produciendo a vista de todos. Crímenes en los restaurantes, secuestros en las terrazas y coches bomba en las calles. Y eso, como es lógico, tiene una honda repercusión tanto en el vecino como en el potencial visitante. Pues resulta que el territorio que han convertido en escenario de guerra vive del turismo.
Consta que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado se dejan la piel en combatir el crimen con resultados, en general, más que positivos. Ello a pesar de las constantes denuncias de falta de personal y recursos de unos organismos que se cubren únicamente con la vocación, el ánimo —y las horas extra— de los propios agentes. Sólo así se logran los éxitos de los que luego presumen los gobernantes vía nota de prensa. Esconderla en el penúltimo párrafo y no escuchar hablar de ella en campaña no quiere decir que la realidad no exista. Es tozuda y mata.