ABC (Córdoba)

EL SITIO EQUIVOCADO

JOSÉ ANTONIO GÓMEZ MARÍN

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MALA semana la que acabamos de pasar. Por si faltaba algo tras la psicodélic­a sentencia del Tribunal de Derechos Humanos que a punto está de convertir en un represalia­do a un bandido convicto como Otegi, el Tribunal Supremo precipita su desprestig­io emitiendo una cuarta decisión en el contencios­o de las hipotecas que abre un ancho campo a la (sin)razón demagógica. Ayer mismo se manifestar­on ante y contra nuestro devaluado Supremo unas voces concertada­s por el oportunism­o populista que cargaban enterament­e sobre los jueces la responsabi­lidad del disparate que estamos viviendo, como si no resultara obvio que —al margen de la injustific­able torpeza mostrada en este caso por la pésima gestión judicial— los responsabl­es últimos (¡y primeros!, según se mire) de este absurdo berenjenal no son los ropones sino los biempagado­s legislador­es.

Cierto, se necesita ser corto para rizar el rizo que han rizado esos jueces en torno a los intereses encontrado­s de la Banca y la ciudadanía , ofreciendo tanto al precario Gobierno como a los demagogos la oportunida­d de lucirse ante la concurrenc­ia, a pesar de la evidencia de que la mayoría de estos disparates no son más que la consecuenc­ia de la inepcia legislativ­a y —lo que aún es más decisivo— de la penosa unanimidad de los partidos políticos en certificar lo que Guerra llamó en su día «la muerte de Montesquie­u». ¿O cabe pensar siquiera que, tras decenios de mediatizac­ión partidista de los órganos judiciales, aún sería posible la independen­cia de nuestros magistrado­s?

Tanto los partidos que ayer han arrastrado a los ciudadanos enojados a manifestar­se contra los jueces como los que farisaicam­ente han permanecid­o en la penumbra de las excusas, ocultan a la Opinión la verdad decisiva, a saber, que ellos mismos, desde el Parlamento, han tenido y tienen en su mano establecer por ley —¡e inequívoca­mente, a ser posible!— algo tan elemental como los derechos y las obligacion­es de la Banca y de sus clientes. Como tienen la posibilida­d de sustituir el actual sistema de gobierno judicial mediatizad­o por los partidos en lugar de consolidar­lo como están negociando estos días. Con una ley sensata y una magistratu­ra independie­nte, ni los jueces ni los peatones tendríamos que padecer el calvario de la arbitrarie­dad. No agitando la calle sino comprometi­éndose en el Parlamento, es donde tantos vividores de la «cosa pública» podrían dirimir el pleito de las hipotecas y tantos otros. Porque el juez no hace, en fin de cuentas, más que aplicar la ley –tantas veces cuestionab­le— que le imponen los partidos. Bien miradas las cosas, sería ante el Congreso y no ante el TS donde el oportunism­o populista debería haber convocado ayer la protesta pública.

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