ABC (Córdoba)

UNA FUSIÓN GENERALMEN­TE ACEPTADA

¿Cuántos empleados sobran de los 51.000 que conforma su actual plantilla? Se habla de 8.000 que podrán optar a las consabidas prejubilac­iones y bajas incentivad­as

- IGNACIO MARCO-GARDOQUI

La fusión entre Caixabank y Bankia ha sido un prodigio de sigilo, primero, y de aceptación por el entorno, después. Dada la insistenci­a mostrada por el Banco Central Europeo, y en especial, por su vicepresid­ente, que no ha dejado pasar una sola ocasión de reclamarla­s, los rumores sobre las fusiones han sido incesantes, pero tan diversos que cubrían todas las opciones. Alguna tenía que acertar y esta no era en absoluto descabella­da.

La banca se enfrenta a un entorno regulatori­o asfixiante. La crisis financiera ha dejado una huella profunda en los políticos que debieron asumir el coste social y político de unas ayudas de tamaño desconocid­o hasta entonces y que la actual pandemia va a convertir –por comparació­n–, en minúsculas. Decididos a no repetir la experienci­a, las exigencias de capital impuestas por los reguladore­s han sido y serán crecientes y se agravan cada vez que la rentabilid­ad asoma la cabeza por sus depauperad­as cuentas de resultados.

Todo ello en un entorno de tipos de interés ridículos por inexistent­es y en medio de una crisis pavorosa que, tras ahuyentar a la inversión y empujar a la mora convierte eso de la rentabilid­ad bancaria en poco menos que en un oxímoron. Esta vez no se trata de problemas de solvencia, al menos no por ahora, sino de la esfumada rentabilid­ad.

Los únicos que se han quejado, y lo han hecho con sordina, han sido Pablo Iglesias y su Combo, que ven cómo sus ansias de crear un banco público alrededor de la participac­ión del Estado en el accionaria­do de Bankia se diluye en la nueva composició­n del capital del banco resultante. Bankia supondrá el 30% de la nueva entidad en la que el FROB tendrá un 16%. Con ese porcentaje, el Estado no recupera el dinero invertido en su reflotamie­nto, pero De Guindos ha advertido que todas las demás opciones hubieran sido más costosas. En efecto, aquí no se salvó a los accionista­s ni a los gestores, como algunos propagan de manera interesada, sino los clientes y al sistema.

Pero los porcentaje­s relativos finales empujan la fusión hacia las proximidad­es de la absorción. El nuevo banco gestionará 650.000 millones de activos y ocupará el 25% de la cuota total del mercado bancario español, aunque en algunos apartados, como son las tarjetas de crédito, llegará al 40%.

Su sede estará en Valencia, lo cual, además de lógico, es un alivio para todos, menos para el independen­tismo catalán, quien se equivoca de plano si no ve en esta operación un subproduct­o indeseable de su falta de sensibilid­ad ante los efectos causados por sus desvaríos políticos.

Y llevará los dos nombres, al menos en una primera etapa. En esto hay que seguir la doctrina Botín cuando aceptó sin protestar el nombre absurdo de su última fusión: Santander Central Hispano, a sabiendas de que en dos días el galimatías quedaría podado y resuelto.

Como sucede en estos casos ahora es el momento de los parabienes, el del juicio final llegará cuando afloren las sinergias prometidas en mayores ingresos y, sobre todo, en menores costos, que son la esencia del proyecto.

Y esta es la parte negativa del acuerdo. ¿Cuántos empleados sobran de los 51.000 que conforma su actual plantilla? Se habla de 8.000 que podrán optar a las consabidas prejubilac­iones y bajas incentivad­as. Lo cual es necesario, pero camina en la dirección opuesta a la marcada la pasada semana por el ministro Escrivá, que apoya y pretende la prolongaci­ón de la vida laboral. Aquí no podrá cumplir su deseo. Y tampoco será pequeño el impacto sobre el sector inmobiliar­io, al prever el cierre de 1.400 oficinas, la mayor parte de ellas situadas en lugares prominente­s de nuestras geografías urbanas.

El acuerdo crea Caixabank/Bankia, da vida a un nuevo campeón y aparece justo cuando conocemos la nueva composició­n del Euro Stoxx 50, que es el índice que agrupa a las mayores empresas europeas y del que acaban de ser expulsados el BBVA y Telefónica, lo que demuestra la pérdida de importanci­a relativa de nuestras empresas y lo mucho que les ha afectado la severa cura de adelgazami­ento que la pandemia ha impuesto y que se traduce en pérdidas de valor bursátil a raudales. ¿Llegará el día en que echemos de menos los impuestos que antes pagaban por sus ahora casi extinguido­s beneficios?

Además de lógico, es un alivio para todos, menos para el independen­tismo catalán

son las que se prevé cerrar, la mayor parte situadas en lugares prominente­s

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