UNA FUSIÓN GENERALMENTE ACEPTADA
¿Cuántos empleados sobran de los 51.000 que conforma su actual plantilla? Se habla de 8.000 que podrán optar a las consabidas prejubilaciones y bajas incentivadas
La fusión entre Caixabank y Bankia ha sido un prodigio de sigilo, primero, y de aceptación por el entorno, después. Dada la insistencia mostrada por el Banco Central Europeo, y en especial, por su vicepresidente, que no ha dejado pasar una sola ocasión de reclamarlas, los rumores sobre las fusiones han sido incesantes, pero tan diversos que cubrían todas las opciones. Alguna tenía que acertar y esta no era en absoluto descabellada.
La banca se enfrenta a un entorno regulatorio asfixiante. La crisis financiera ha dejado una huella profunda en los políticos que debieron asumir el coste social y político de unas ayudas de tamaño desconocido hasta entonces y que la actual pandemia va a convertir –por comparación–, en minúsculas. Decididos a no repetir la experiencia, las exigencias de capital impuestas por los reguladores han sido y serán crecientes y se agravan cada vez que la rentabilidad asoma la cabeza por sus depauperadas cuentas de resultados.
Todo ello en un entorno de tipos de interés ridículos por inexistentes y en medio de una crisis pavorosa que, tras ahuyentar a la inversión y empujar a la mora convierte eso de la rentabilidad bancaria en poco menos que en un oxímoron. Esta vez no se trata de problemas de solvencia, al menos no por ahora, sino de la esfumada rentabilidad.
Los únicos que se han quejado, y lo han hecho con sordina, han sido Pablo Iglesias y su Combo, que ven cómo sus ansias de crear un banco público alrededor de la participación del Estado en el accionariado de Bankia se diluye en la nueva composición del capital del banco resultante. Bankia supondrá el 30% de la nueva entidad en la que el FROB tendrá un 16%. Con ese porcentaje, el Estado no recupera el dinero invertido en su reflotamiento, pero De Guindos ha advertido que todas las demás opciones hubieran sido más costosas. En efecto, aquí no se salvó a los accionistas ni a los gestores, como algunos propagan de manera interesada, sino los clientes y al sistema.
Pero los porcentajes relativos finales empujan la fusión hacia las proximidades de la absorción. El nuevo banco gestionará 650.000 millones de activos y ocupará el 25% de la cuota total del mercado bancario español, aunque en algunos apartados, como son las tarjetas de crédito, llegará al 40%.
Su sede estará en Valencia, lo cual, además de lógico, es un alivio para todos, menos para el independentismo catalán, quien se equivoca de plano si no ve en esta operación un subproducto indeseable de su falta de sensibilidad ante los efectos causados por sus desvaríos políticos.
Y llevará los dos nombres, al menos en una primera etapa. En esto hay que seguir la doctrina Botín cuando aceptó sin protestar el nombre absurdo de su última fusión: Santander Central Hispano, a sabiendas de que en dos días el galimatías quedaría podado y resuelto.
Como sucede en estos casos ahora es el momento de los parabienes, el del juicio final llegará cuando afloren las sinergias prometidas en mayores ingresos y, sobre todo, en menores costos, que son la esencia del proyecto.
Y esta es la parte negativa del acuerdo. ¿Cuántos empleados sobran de los 51.000 que conforma su actual plantilla? Se habla de 8.000 que podrán optar a las consabidas prejubilaciones y bajas incentivadas. Lo cual es necesario, pero camina en la dirección opuesta a la marcada la pasada semana por el ministro Escrivá, que apoya y pretende la prolongación de la vida laboral. Aquí no podrá cumplir su deseo. Y tampoco será pequeño el impacto sobre el sector inmobiliario, al prever el cierre de 1.400 oficinas, la mayor parte de ellas situadas en lugares prominentes de nuestras geografías urbanas.
El acuerdo crea Caixabank/Bankia, da vida a un nuevo campeón y aparece justo cuando conocemos la nueva composición del Euro Stoxx 50, que es el índice que agrupa a las mayores empresas europeas y del que acaban de ser expulsados el BBVA y Telefónica, lo que demuestra la pérdida de importancia relativa de nuestras empresas y lo mucho que les ha afectado la severa cura de adelgazamiento que la pandemia ha impuesto y que se traduce en pérdidas de valor bursátil a raudales. ¿Llegará el día en que echemos de menos los impuestos que antes pagaban por sus ahora casi extinguidos beneficios?
Además de lógico, es un alivio para todos, menos para el independentismo catalán
son las que se prevé cerrar, la mayor parte situadas en lugares prominentes