ABC (Córdoba)

«Caminé dos horas para llegar al hospital, tenía que hacer guardia»

▶ Sanitarios se abren paso entre la nieve para atender a los pacientes y dar relevo a sus compañeros Labor sanitaria y transporte­s Labor sanitaria y transporte­s

- CARLOTA BARCALA

A Alfonso Ortega le sonó el teléfono el sábado antes de las ocho de la mañana. Eran sus compañeros del Hospital Puerta de Hierro advirtiénd­ole de que no saliese de casa y diciéndole que ellos tenían que permanecer en el centro sanitario debido a la fuerte nevada que tiñó Madrid de blanco y al estado de las carreteras. Pero en lugar de seguir la recomendac­ión de sus colegas, Alfonso se vistió con ropa de nieve –unas polainas, botas y bastones– y se armó de valor. «A las 8 salí de casa con toda la ventisca, tardé más de dos horas en llegar al hospital, caminando los 10 kilómetros que separan el Puerta de Hierro de mi casa en Boadilla, pero tenía que hacer guardia», relata este intensivis­ta, tras terminar el largo turno de trabajo.

Cuando llegó, las piernas le temblaban por el esfuerzo y se sentía cansado, pero volvería hacerlo. «Me dio cosa por mis compañeros, quedarte dos días de guardia es muy duro. Pude relevarlos y ocuparme yo que, al fin y al cabo, era mi guardia», continúa el doctor. Andando por la carretera, se quedó un par de veces atascado y con la tentación de volver atrás. «No había coches, no pasaba nadie que me ayudase. Pensé: “Estoy muerto, ¿qué hago aquí?”. Casi no veía por la ventisca, me salí de los límites de la carretera. Pero después incluso disfruté, fue algo excepciona­l ver la carretera cubierta de nieve», relata, sobre la travesía que normalment­e le lleva diez minutos en coche. «Los compañeros que viven en Madrid no podían llegar; en mi caso, aunque fueron diez kilómetros andando por la nieve, era posible».

Ayer, tras salir de la guardia, regresó de nuevo caminando pero, esta vez, tardó algo menos de hora y media. «Compensa saber que he ayudado a los compañeros que me habían dicho que no me moviese de casa y atendido a los pacientes», afirma Alfonso, que lleva trabajando quince años como especialis­ta en la UCI.

Al igual que él, el turno de enfermeras a domicilio del Hospital Gregorio Marañón –formado por Teresa, Encarni, Inma, Irene, Ana y Sofía– trabajó el sábado por las calles aisladas de Madrid. Llegaron a su puesto, como cada día, a las ocho de la mañana pero, a diferencia de las otras jornadas y por la falta de medios y el estado de las vías, tuvieron que realizar su trabajo en Metro y andando, cargadas con las medicinas, maletín, mochilas de curas y demás aparatos para poder proporcion­ar una buena atención a los pacientes. En total, atendieron a seis personas en sus viviendas y a 21 por contacto telefónico, ante la imposibili­dad de llegar. «Nos repartimos las rutas por barrios: Vicálvaro, Vallecas, Moratalaz y Pacífico. Cogíamos el metro más cercano y luego íbamos andando hasta cada casa. Hubo muchos compañeros que no pudieron llegar porque viven más lejos del hospital», explica Teresa. Cargadas y sobre la nieve, anduvieron más de diez kilómetros. «Llegamos exhaustas. Cuando timbrábamo­s en las casas, nos preguntaba­n qué hacíamos ahí y cómo habíamos llegado, pero no podíamos dejarlos sin atención», continúa.

Con botas de montaña, ropa de calle y alguna con el uniforme sanitario, se prepararon para salir, llegar a las viviendas y realizar tratamient­os intravenos­os, curas y toma de muestras, además de constantes vitales. «Intentamos ir de dos en dos para que si una se caía la otra le pudiese ayudar», relatan. Encarni fue la úni

MÉDICO RURAL

Me tocaba guardia el sábado, pero no pude llegar. Ayer cogí la bicicleta e hice los 6 kilómetros

ca que se quedó sola: «Fui con miedo porque cambiando de un domicilio a otro, desde Pacífico hasta la Basílica de Atocha, vi cómo se caían tres árboles».

A Inma y a Teresa les tocó desplazars­e hasta Vicálvaro. «La nieve nos llegaba hasta la rodilla, hacía mucho frío», dicen ahora. «Cuando llegamos a las zonas de los domicilios, la gente nos tuvo que orientar. Lo único que nos impulsaba era llegar, poder atenderlos, hacer nuestro trabajo aunque en peores condicione­s», afirman ellas. «Ayer [por el sábado] había mucha gente en la calle con trineos, que es una dificultad añadida. Teníamos la preocupaci­ón de encontrarn­os con alguien que se hubiese caído y tener que atenderlo en la calle», explica Inma.

Bea y Patricia son otras dos enfermeras que se unieron ayer al equipo para prestar asistencia y que sus compañeras no tuvieran que desplazars­e solas, con la complicaci­ón añadida del hielo. «En medio de uno de los desplazami­entos, hemos atendido a un joven en el Metro. Tenía dolor torácico, no se tenía en pie. Sus familiares lo llevaban en brazos», explica esta enfermera, rememorand­o lo vivido durante la mañana. «La familia nos contó que el chico se puso malo la noche anterior, vomitando. Les fue imposible contactar con el 112. Tras atenderlo, lo acompañamo­s hasta Sainz de Baranda. Allí nos encontramo­s con un coche de Policía que fue el que lo trasladó hasta Urgencias», concluye.

En el sur de Madrid, concretame­nte en Fuenlabrad­a, vive Julio, médico del Servicio de Atención Rural (SAR) de Humanes. Sus compañeros lo esperaban el sábado para que les diese el relevo, pero no pudo llegar. Ayer, decidido, cogió su bicicleta y recorrió, entre nieve y hielo, los seis kilómetros que lo separaban del centro de salud. «Me dio mucho pesar por mis compañeros. El otro médico y la enfermera llevaban desde el viernes por la mañana. Se alegraron mucho al verme cruzar la puerta, hasta lloraron», dice ahora. Tardó 20 minutos en llegar al destino. «En muchos tramos me resbalaba con la bici», recuerda: «Los compañeros estaban desesperad­os después de dos días solos, la gente del pueblo y de Cruz Roja tuvo que llevarles comida».

Un parto entre nieve fue a lo que se enfrentó Marisa, enfermera del centro de salud Doctor Pedro Laín Entralgo, en Alcorcón. Su compañera, Mercedes, la avisó de que una amiga empezaba a tener contraccio­nes. Es su sexto hijo y había llegado días antes a Madrid huyendo de la nevada que prometía asolar el pueblo de Cuenca donde vive. «El viernes su marido se quedó atrapado en la M-40 y ella empezó a sentir contraccio­nes, pero lo achacó a los nervios», cuenta Marisa. Al día siguiente, fueron a más. Las enfermeras se desplazaro­n hasta su casa, andando lentas sobre la nieve, y la atendieron siguiendo las indicacion­es de la matrona del centro de salud, que no podía llegar. Como las contraccio­nes no eran constantes, se fueron en Metro hasta el hospital de Alcorcón. «Ella estuvo muy tranquila todo el trayecto», dice sobre la embarazada. El bebé, al final, aguantó hasta la llegada al hospital para nacer.

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ABC Encarni, Ana e Irene, enfermeras a domicilio del hospital Gregorio Marañón
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