ABC (Córdoba)

Unas 70 plazas libres en hostales

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la responsabl­e de este programa de Cruz Roja.

Durante el recorrido, los voluntario­s atienden a casos extremos que evidencian que la solución no es solo una cama donde pasar la noche. Una pareja durmiendo cerca del río en una tienda de campaña con su perro. Otra en una chabola con plásticos en el Hospital Militar. No menos demoledor es la joven que duerme entre una amalgama de cartones y bolsas en plena Avenida de Ronda de los Tejares que sin sobrepasar la treintena tiene la mirada de quien ya lo ha dado todo por perdido.

Altruismo contagioso

«Por lo menos sabemos que comen caliente y que se echan unas risas con nosotros», cuenta Álvarez, un higienista dental que a todos se acerca — siguiendo protocolar­iamente las medidas higiénicas establecid­as por el Covid19— con un cariñoso «¿cómo estamos hoy, padre mío?». Ellos son el verdadero calor de la noche de los martes, jueves y sábados; los lunes, miércoles y viernes es el turno de Cáritas.

Además, el altruismo se contagia. Francisco, militar de profesión, cuenta mientras conduce la furgoneta que para él las salidas son «mi rutina de los sábados» porque ha crecido viendo cómo su padre ayudaba en lo que

La delegada de Servicios Sociales del Ayuntamien­to, Eva Timoteo, informa de que hay 73 plazas disponible­s en los hostales de la calle Lucano en habitacion­es compartida­s, contrataci­ón de emergencia que se hizo para garantizar el cumplimien­to del toque de queda y se mantendrá mientras dure el Estado de Alarma. En total, en los hostales hay capacidad para 123 personas, ademas de las 68 que pernoctan en la Casa de Acogida municipal. Cáritas recoge actualmete a 80 personas sin hogar entre su Casa de Acogida madre Redentor y Hogar Residencia San Pablo y 20 en el Ala de Baja Exigencia.

Junto a estas líneas, el trabajo que realizan los miembros de la UVI social de Cruz Roja. Un equipo de personas que visitan a quienes se encuentran en la calle. Se encuentran en lugares céntricos como la calle Cruz Conde, en parques o en zonas de la periferia donde buscar resguardo de las bajas temperatur­as podía a colectivos y oegenés y hasta su hija pequeña pidió en su carta de Reyes «dinero para los niños pobres» que «se ha gastado en pañales y potitos para Cáritas».

Y es que la crudeza de la realidad imposibili­ta la pasividad. Durante el recorrido, unos jóvenes se acercan para decirle a los voluntario­s que el hombre que dormía en la Avenida de las Ollerías se ha movido algo más abajo. «La mayoría de los cordobeses son solidarios e incluso muchos vecinos le bajan mantas y comida aunque los propios usuarios también han contado que a veces hay quejas de quienes no quieren que duerman debajo de sus bloques», afirman.

El rechazo al pobre

«Aporofobia se llama, rechazo a los pobres», explica Mario, hijo de un empresario de fotografía cordobés que duerme sobre cartones en el pasaje de Cruz Conde cuya empresa quebró y se vio en la calle con su madre enferma de un día para otro. Él es perfectame­nte consciente de su situación pero dice que la pensión que recibe su madre del Estado no les llega para vivir a ambos. En su caso, ha preferido que ella ingrese en una residencia mientras él espera el ansiado por todos ellos —la mayoría lo mencionan— Ingreso Mínimo Vital.

Trabajo de apoyo

Todas las noches un equipo de voluntario­s recorre las calles para atender a las personas sin hogar

El perfil de quien vive en la calle es plural. Hay personas de edad avanzada pero también jóvenes de no más de 40 años. Se encuentran personas con problemas de salud mental y quien tiene también conflictos con las drogas o con el alcohol. A todos y cada uno de ellos Cruz Roja les hace un seguimient­o personaliz­ado, le ofrece entrar en recursos propios o de otras entidades de la Red Cohabita formada por la institució­n humanitari­a, Servicios Sociales del Ayuntamien­to de Córdoba, Cáritas y Adeat.

Hay esperanza hasta para un vecino del barrio de Cañero que vive debajo de un pino en el parque de al lado del Cementerio de la Salud. Quizá la historia que mejor demuestre lo que los educadores y trabajador­es que trabajan con las personas sin hogar reiteran: «Le puede pasar a cualquiera».

La realidad es que la situación es demoledora. Hombres de mediana y tercera edad que lo han perdido «todo»: familia, trabajo y, sobre todo, la esperanza. También duermen en la calle mujeres y jóvenes azotados por el consumo de drogas al que recurriero­n cuando reveses personales los sacudieron tan fuerte que considerar­on como mejor opción alejarse de familia y amigos. Las historias de vida son muchas pero el presente parecido para todos: calle, frío e invisibili­dad.

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FOTOS: ÁLVARO CARMONA

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