¿QUIÉN NOS VACUNARÁ ?
Sobran vendedores de crecepelo y faltan políticos que expliquen que en tanto se produce, distribuye y administra la vacuna vamos a sufrir
La propaganda genera frustración y caos. Los totalitarismos que ayer arrasaron Europa y hoy rodean parlamentos y capitolios cabalgan sobre sus lomos, desbocados; antaño con la velocidad que permitían los medios de masas, hoy con la indómita viralidad de las redes sociales. La vacuna del coronavirus se ha convertido en un lamentable objeto de propaganda. Señalada como solución de la pandemia, poseerla se proyecta como símbolo de poder. Por eso no hay político que no haya vinculado su nombre al hecho «histórico» de la administración de la primera dosis.
En el «esto ya está aquí» de los políticos anunciando la resurrección de la normalidad se han olvidado de la cuaresma, de prepararnos para la espera, para el tránsito, para los inconvenientes. En esa odiosa tendencia paternalista del ejercicio del poder que trata a los administrados como niños, nos prometen el caramelo con tal de que seamos buenos y sigamos queriéndolos. Y este malcriar tiene sus consecuencias en una sociedad de lo inmediato que solo exige, sin hacerse responsable de sus retos. Mientras «la gente» requiere ya «su» vacuna, ésta marca el nuevo orden mundial. La Organización Mundial de la Salud, incapaz de responder al mandato de sus siglas, confía en que las sobras de los países poderosos que acumulan compras millonarias del bálsamo se repartan solidariamente a los países pobres. No tenemos remedio.
Sobran vendedores de crecepelo y faltan políticos que expliquen que en tanto se produce, distribuye y administra la vacuna vamos a estar expuestos a oleadas del virus, que la que ya sufrimos puede ser la peor, que nadie está exento de perder la vida en esta lucha que requiere compromiso común y que la vacuna tardará en generar una protección general si es que responde al reto.
Pedir sacrificios parece ser una humillación para cualquier dirigente en vez de un ejercicio de responsabilidad. En la Junta no son menos, la propaganda esconde la improvisación. Se afanan en decir que se va a poner en el menor tiempo posible, que estamos cerca del fin, o en culpar a terceros si no llega, y ayudan a convertirla en un objeto de deseo, sin explicar con detalle el cómo, cuándo y por qué de un plan de vacunación que no debería ser regional ni nacional, sino mundial. En esta guerra, como en todas, falta información. Que cada uno la haga por su cuenta (y si es de Twitter, mejor). Antes de que llamen a asaltar los laboratorios, alguien debe vacunar sobre esta propaganda mortífera, y en el deber del periodismo está usar la aguja que más duele, la de la realidad.