ABC (Córdoba)

RABIA DE REDNECK

Pertenecen a la raza de los alucinados perdedores que siempre resisten

- RAMÓN PALOMAR

VAGABUNDEA­MOS un verano por el Sur Profundo a bordo de un Chevrolet alquilado. Dormíamos en moteles infectos y al caer la noche temíamos que Norman Bates se presentase con el cuchillo. Sólo impusimos dos paradas fijas dispuestas a quebrar la aventura: Memphis, para hincar la rodilla frente a la tumba de Elvis; y la destilería Jack Daniel’s en Lynchburg, Tenessee. Satisfecha­s las ineludible­s citas, nos dedicamos a olfatear el rastro de Twain, Faulkner y Barry Guifford a la vera del Misisipí. En Nashville el personal gastaba camperas de chúpame-la-punta y sombrero Stetson. En Nueva Orleans alargamos la juerga en un after ilegal donde todos los alligators eran pardos.

El Sur Profundo... Camioneta pickup y dame bourbon que me quiero morir, armas y metanfetam­inas, barbas ZZ Top y reverendos locos manipuland­o serpientes, banderas confederad­as y abuelitos con pinta de anunciar yogur que vendían porquerías del Ku Klux Klan. Sólo años después logré entender algo de la mentalidad redneck (los rednecks son los palurdos de allí) al leer el ensayo de Jim Goad «Manifiesto Redneck». Abandonado­s hace décadas, los señoritos finos de Hollywood y Manhattan se burlan de ellos concediénd­oles etiqueta de basura blanca, de escoria caminante, de viciosos endogámico­s. Viven en cochambros­os campamento­s de caravanas y los trabajos que consiguen rebajan cualquier dignidad. Lo raro sería que, el fin de semana, visitasen el MOMA para contemplar arte abstracto en vez de largarse a mamar cervezas sentados frente a una patochada de lucha libre. Con lo del Capitolio les han vuelto a usar y les seguirán machacando. Trump les aplaudió y luego les rechazó. Pertenecen a la raza de los alucinados perdedores que siempre resisten. Se tragaron las mamarracha­das del botarate blondo que les manipuló sin sospechar que su presunto líder sólo ama el brilli-brilli de los interiores de sus mansiones. Son la payasa, equivocada turbachusm­a que, sin embargo, ama a su país. La nuestra, en cambio, odia el suyo.

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El filósofo Martin Heidegger y Hannah Arendt, junto a estas líneas

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