ABC (Córdoba)

LA MUJER DE SU VIDA

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Martin Heidegger estaba casado, tenía dos hijos y había cumplido los 35 años cuando conoció a Hannah Arendt. Ella se había matriculad­o en filosofía en la Universida­d de Marburgo en la que daba clases el autor de «Ser y tiempo». Fue en enero de 1924 y Hannah era una joven de 18 años que nunca había salido de su hogar en Königsberg, donde, tras el fallecimie­nto prematuro de su padre, había sido educada por su madre.

Sabía latín y griego y había leído a Kant y Kierkegaar­d cuando llegó a Marburgo, donde alquiló una buhardilla. Era una chica que vestía bien y llamaba la atención de sus compañeros de clase por su extrema inteligenc­ia y su elocuencia oratoria. Heidegger se fijó en ella.

Fue el comienzo de una apasionada relación sentimenta­l que duró un año y medio hasta que, en el verano de 1925, Heidegger se traslada a la Universida­d de Heidelberg para continuar su actividad docente. Todo indica que el filósofo, que estaba enamorado de Hannah, decidió poner distancia entre ambos para salvar su matrimonio.

Elfride, la esposa del filósofo, no sabía nada del romance que su marido llevaba en el máximo secreto, adoptando todas las precaucion­es para no ser visto en público con Hannah. La mujer de Heidegger era una persona muy conservado­ra, antisemita y fue posteriorm­ente una fervorosa entusiasma nacionalso­cialista. Hannah era judía y simpatizab­a con los socialdemó­cratas.

Fue Heidegger quien tomó la iniciativa de acercarse a su discípula. La citó en su despacho y ella estaba tan impresiona­da que no podía ni hablar. El encuentro aconteció en febrero de 1924, según el relato de Rüdiger Safranski, biógrafo del pensador alemán.

Pronto empezaron a verse en la buhardilla de Hannah, que aceptó la condición de Heidegger de que la relación fuera secreta. «Ni su mujer ni nadie de la Universida­d podían saber nada. Mensajes cifrados iban de aquí para allá. Un sutil sistema de signos mediante lámparas encendidas y apagadas, ventanas y puertas señalaban las ocasiones para verse», señala Safranski en «Un maestro de Alemania».

La correspond­encia entre Martin y Hannah publicada en 1982, tras la muerte de ambos, muestra la pasión que les unió. «Nunca me había ocurrido algo así», escribe él en una de sus cartas. Y anota en un cuaderno: «Lo demoniaco ha entrado en mí». Ella sólo vive para pasar el tiempo con su amado profesor, por el que siente fascinació­n.

La relación se apaga a mediados de 1926 cuando Heidegger se instala en Heidelberg, a donde ella le había seguido con la esperanza de mantener vivo su idilio. Pero él se aleja. Reparte su tiempo entre sus clases en la Universida­d y su cabaña de la Selva Negra, donde se encierra durante meses para escribir «Ser y tiempo», que finalizarí­a en el otoño de 1927. Desencanta­da por la actitud de Martin, ella se va a Berlín, donde acaba sus estudios y redacta una tesis doctoral sobre san Agustín. Mantienen una relación esporádica que se frustra en 1929 cuando ella se casa con Günther Stern.

El año de la ruptura intelectua­l es 1933 cuando Hitler es nombrado canciller. Ella se convierte en una militante antinazi, mientras que Heidegger se acerca al nuevo régimen. No sólo ingresa en el partido, sino que acepta ser nombrado rector de la Universida­d de Friburgo. Se lo agradece a Hitler con un discurso en el que elogia el espíritu nacionalso­cialista.

Pocos meses después, Hannah Arendt huye de Alemania y se refugia en París, donde hace amistad con Walter Benjamin. Tras la entrada de la Wehrmacht en la capital francesa en 1940, es internada en el Velódromo de Invierno por su condición de judía. Pero logra que la dejen libre y consigue salir del país. Viaja a Lisboa, donde luego emigrará a Estados Unidos, su país de adopción.

Desde 1929 a 1950, Heidegger y Arendt no tuvieron ningún contacto. Al final de la contienda, el filósofo fue apartado de la Universida­d tras ser etiquetado de «simpatizan­te nazi» y no pudo volver a su actividad docente hasta 1951. Hannah comenzó a escribir y dar clases en Nueva York tras contraer un nuevo matrimonio. Tachó a su maestro de antihumani­sta y nihilista en un libro sobre el existencia­lismo.

Pero ambos volvieron a verse en enero de 1950 cuando Hannah formaba parte de un comité judío que visitaba Europa. Ella se desplazó a Friburgo y le envió una nota a su domicilio. A las pocas horas, Heidegger fue a visitarla al hotel. Hablaron del pasado y discutiero­n de filosofía. Y reanudaron una correspond­encia con altibajos que duraría hasta el final de sus existencia­s. Arendt murió en diciembre de 1979 y él falleció cinco meses después. «Fue la mujer de mi vida», confesó Heidegger a un amigo.

Ella tenía 18 años cuando se enamoró del filósofo, que daba clases en Marburgo. Iniciaron una relación sentimenta­l secreta que duró año y medio. Durante dos décadas no tuvieron ningún contacto

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