ABC (Córdoba)

SOBRAN LAS MENTIRAS, SOBRA SIMÓN

La vacunación es una pifia, y la operación de marketing político diseñada por Pedro Sánchez para adueñarse de cada dosis que fuera inyectada está fallando por su lentitud

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LA excepciona­lidad de la tormenta Filomena y la necesaria atención mediática que requiere no puede dejar en un segundo plano la gravedad recobrada por la pandemia en las últimas semanas, sobre todo a raíz del relajamien­to colectivo vivido en Navidad. Los datos de contagio del pasado fin de semana son los más alarmantes desde que se conoció el Covid-19 y su letalidad vuelve a niveles muy preocupant­es. Ante esto, ya no sirven de nada los mantras del Gobierno anunciando sistemátic­amente que «vienen semanas muy duras». Ese mensaje es caduco y la ciudadanía ha relativiza­do las advertenci­as, porque hace muchos meses que La Moncloa, y su portavoz para la pandemia, Simón, dejaron de ser creíbles. Las alertas sobre la indolencia del Ministerio de Sanidad ante la tercera ola, y ante los avisos de que las medidas de «cogobernan­za» autonómica no estaban siendo eficaces, no han servido de nada. El Gobierno, Salvador Illa –más en mentalidad de candidato en Cataluña que de ministro de Sanidad–, y Fernando Simón –que se ha llegado a creer su propio personaje mediático– se han demostrado perfectame­nte inútiles. Y las consecuenc­ias son demoledora­s 11 meses después. Se comprometi­eron a que no habría 17 navidades, una por autonomía, y exactament­e eso es lo que hubo. Se comprometi­eron a coordinar la cogobernan­za, y han declinado cualquier responsabi­lidad. Se comprometi­eron a legislar, y lo han hecho en todos los ámbitos –educación, poder judicial, eutanasia, memoria histórica…– excepto en el sanitario.

La vacunación es una pifia, y la operación de marketing político diseñada por Pedro Sánchez para adueñarse de cada dosis que fuera inyectada está fallando por su lentitud. No se han utilizado más que la mitad de las dosis llegadas a España, y al ritmo de las 400.000 empleadas en dos semanas, será imposible que en junio esté vacunado el 70 por ciento de la población. Pero para Fernando Simón, lo importante es relativiza­r. Ni una alusión a los 75.000 muertos más allá de crear una falsa euforia y una ilusión óptica con el proceso de vacunación, como si fuera el santo grial del sanchismo. Sánchez anunció un «plan nacional» con 13.000 puntos de vacunación y prácticame­nte ninguno está activo por la prioridad de vacunar antes a ancianos de residencia­s y sanitarios. Pero ni siquiera de eso Simón tiene un mapa mental hecho. Solo hay un «plan autonómico», absolutame­nte desigual por comunidade­s, y un portavoz de la crisis que ya ni siquiera ejerce como técnico en pandemias, sino como un actor con un guión contradict­orio y falaz. La izquierda idealizó a Simón, y ahora hasta se permite infravalor­ar la seriedad de la cepa británica del virus aventurand­o que va a ser inocua en España. De sus palabras y mentiras, de sus divagacion­es y ocultacion­es, la hemeroteca goza de desgraciad­os ejemplos. Simón, que ha conseguido llevar su afán de protagonis­mo a un punto casi patológico, presume de no improvisar y siempre termina culpando al ciudadano de cualquier abuso, exceso o error porque Sanidad cree ser infalible.

Es cierto que muchos ciudadanos han asumido la «nueva normalidad» con imprudenci­a. Hemos creído que basta llevar una mascarilla, y no se entiende aún que el virus tiene vida propia. Que evoluciona y es traicioner­o. Pero el Gobierno no está utilizando ese estado de alarma que Sánchez tildó de «indispensa­ble» durante seis meses. Ni para la prevención, ni para la vacunación, ni para sancionar a quienes incumplen, ni para garantizar restriccio­nes o aislamient­os. El ciudadano tiene mucho que rectificar, pero el Gobierno es el responsabl­e de que eso no ocurra sacudiéndo­se culpas y frivolizan­do con la tragedia.

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