EL FILÓSOFO DEL FARO
Es la vida, por muy dolorosa que sea en ocasiones, lo que nos permite amar, conocer y pensar
HORRORIZADO por la frivolidad de Mayo del 68, Nicolas Grimaldi decidió dejar París y comprarse un faro en Sokoa, muy cerca de San Juan de Luz. Grimaldi, a sus 87 años, es profesor emérito de Filosofía en la Sorbona y autor de una extensa obra en la que destacan sus trabajos sobre Descartes y los presocráticos.
Durante más de medio siglo, el pensador francés ha vivido en este faro desde el que se domina el Golfo de Vizcaya y la inmensidad de un océano que le ha servido de inspiración a sus libros. Dada su avanzada edad, ignoro si sigue habitando en el lugar donde ha pasado la mayor parte de su existencia.
Una de las aficiones de este hombre ha sido la pintura, que él contrapone a la actividad filosófica, ya que, según sus palabras, pintar supone disolverse en la contemplación de la Naturaleza mientras que filosofar es hacer abstracción de lo sensible.
Nada más apropiado que este viejo faro, construido a mediados del siglo XIX, para la reflexión.
Pensar es una actividad solitaria y, en cierta manera, solipsista. En el aislamiento y frente a un mar homérico, Grimaldi ha escrito sobre la libertad, la esperanza, el deseo y otras muchas cuestiones vinculadas al sentido de la vida.
Grimaldi es un humanista que ha hecho incursiones en el terreno de la historia, de la literatura y del arte, disciplinas desde la que ha intentado profundizar en el misterio de la existencia humana. He encontrado una antigua anotación de una frase suya en un cuaderno: «Lo esencial es comprender que la belleza del mundo y de la vida se halla en cada instante». Esto encaja muy bien con la mentalidad de un filósofo y de un pintor que decidió abandonar la vida social para dedicarse a la contemplación desde la atalaya privilegiada de su faro.
Si mal no recuerdo, Grimaldi acuña el concepto de «drama de la conciencia», que, según sostiene, es la condición natural del ser humano. Ese drama es la falta de esencia que se deriva en una perpetua insatisfacción que deriva de que nunca somos lo que queremos ser. El hombre está fracturado por un deseo inalcanzable, una idea que se puede intuir en el pensamiento de Descartes.
Grimaldi subraya que el valor supremo al que tenemos que aferrarnos es el hecho de vivir, principio y comienzo de todo. Es la vida, por muy dolorosa que sea en ocasiones, lo que nos permite amar, conocer y pensar. La aflicción es el tributo que tenemos que pagar por estar en este mundo.
No puedo evitar el sentimiento de una sana envidia sobre Grimaldi, al que imagino subiendo cada día por las escaleras de caracol del faro para escribir sobre el tiempo y el ser mientras contempla ese océano eternamente cambiante. Si la filosofía de Heidegger tiene mucho que ver con su cabaña en la Selva Negra, a Grimaldi se le entiende mejor al escuchar el viento y observar las olas rompiendo en un acantilado.