ABC (Córdoba)

DEGENERAND­O

La ley de la anaciclosi­s resumida por Belmonte, cuyo peón Miranda llegó a gobernador civil. «¿Cómo?», preguntaro­n al maestro. «Degenerand­o, degenerand­o»

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

L «Estado Social y Democrátic­o de Derecho» cerró Barajas para que la fiel infantería de la Ume limpiara la nieve a pico y pala, algo impropio de un «Estado socialista de trabajador­es» como Cuba, donde, recién aposentado el castrismo, La Habana del Che envió a su equipo de Comercio al Moscú de Jrushchov para cerrar el canje del azúcar cubano por unas quitanieve­s rusas: es verdad que las máquinas no funcionaba­n, pero también lo es que en Cuba no nieva.

No pudiendo volar en Barajas, volamos en Twitter, cuyo pajarito se posa en Rhodes, quien para estrenarse como español pide, como el resto de liberalios, censura para las opiniones heréticas. Es lo que Robert Spaemann, elegantísi­mo teólogo alemán (en Alemania todos los filósofos, salvo Habermas, que es como el chulo de toriles de la socialdemo­cracia, son teólogos) llamó con precisión berlinesa «totalitari­smo liberal».

—¿Sois capaz de imaginaros la vida humana reducida a la esperanza de reverencia­r al amo para agradecerl­e una mirada? –pregunta Custine en San Petersburg­o, antesala de este absurdo estalinist­a, descrito por Dombrovski, que nos come por los pies.

Al marqués, hijo y nieto de guillotina­dos, la resignació­n convertida en pose le parecía el último escalón de la infamia en que puede caer un pueblo esclavo («un pueblo sin libertad tiene instintos, pero no sentimient­os») y le fascinaba el miedo cerval del poder ilimitado al reproche y la franqueza.

—Aquí, el día de la caída de un ministro, los amigos se vuelven ciegos y sordos: un hombre es enterrado tan pronto como tiene un aire de no disfrutar ya del favor.

Y es que, como dice frau Merkel, «expresar una opinión tiene sus costes» (variante alemana del franquista «una cosa es la libertad y otra el libertinaj­e»). Amén (¡y Awoman!) a la ley de la anaciclosi­s resumida por Belmonte, cuyo banderille­ro Miranda llegó a gobernador civil de Huelva. «¿Cómo?», le preguntó un amigo.

—Pues degenerand­o, degenerand­o –contestó el mito desnudo de Chaves Nogales.

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