ABC (Córdoba)

RENDICIÓN

Esto no lo arregla más que una Europa que se dé cuenta de los problemas que va a traerle el «regalito» de Gibraltar

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

YA tenemos el texto del acuerdo entre España y el Reino Unido, que nos venden como el final de su pleito tricentena­rio sobre Gibraltar, e incluso como triunfo de nuestra diplomacia.

Lo he leído con atención de punta a punta y mi conclusión no puede ser más penosa: se trata de un sell out, de una rendición camuflada, pues aunque de entrada se subraya que «su contenido no prejuzga la soberanía y jurisdicci­ón de Gibraltar», a lo largo de todo él se renuncia a las reivindica­ciones españolas desde que fue cedido en Utrecht (1713), «sin jurisdicci­ón territoria­l alguna», hasta la última posición de la Comunidad Europea, que nos dio carta blanca en el pleito, pasando por la doctrina de la ONU sobre Gibraltar, que «toda situación colonial que destruya parcial o totalmente la unidad nacional y la integridad territoria­l de un país es incompatib­le con los propósitos y principios de la

Carta de Naciones Unidas» (Resolución 2.353/XXII de la Asamblea General). Por no hablar de que se da a Gibraltar un rango que no tiene, ocultándos­e lo que realmente es: una colonia. Y, encima, una base militar. Pero allí no manda el «Ministro Presidente», Picardo, especie de alcalde pedáneo, sino el gobernador, un general usualmente. Y mientras España ha cumplido todos los acuerdos, Inglaterra no ha cumplido ni uno, empezando porque entre Gibraltar y su entorno «no debe de haber comunicaci­ón abierta por tierra», exigido por ellos en Utrecht.

Aunque lo más triste es que, con este acuerdo, facilitamo­s a esa colonia al sur de nuestro territorio, la entrada en el privilegia­do espacio Schengen, donde ni siquiera estaba bajo el Reino Unido. La guinda la pone que el acuerdo habla de la creación de «un mecanismo financiero de cohesión entre El Peñón y su Campo», haciendo realidad el viejo sueño de crear el Gran Gibraltar, especie de Mónaco o San Marino. ¿Son tan tontos nuestros diplomátic­os o, simplement­e, obedecen ordenes de una ministra «económica» a la que conceptos como «soberanía» y «territoria­lidad» le suenan anticuados? ¿No hay en el nutrido gobierno de Sánchez nadie que diga: «Yo no paso por esto»? ¿Hemos perdido los españoles hasta tal punto la dignidad?

Claro que a un Gobierno dispuesto a indultar a los promotores de un intento independen­tista y que anuncian que volverán a intentarlo ¿qué puede importarle una roca donde no crecen ni las flores silvestres?

Esto no lo arregla más que una Europa que se dé cuenta de los problemas que va a traerle el «regalito» de Gibraltar, o un nuevo gobierno en España. Una cosa más difícil que la otra.

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