Corazón helado
El aeropuerto de Barajas, ayer por la mañana
Media España congelada en cuerpo y alma, tanto que parecería esto la segunda estrofa del poema machadiano, aquel que augura a cualquier españolito llegado al mundo que una de las dos España ha de helarle el corazón. Pues tras Filomena, su furia blanca y sus mercurios en cotas abisales parece que la izquierda gobernante se resiste a declarar Madrid zona catastrófica (sólo en árboles ha perdido 150.000) y prefiere dar «ayudas a los afectados», cualquier cosa menos poner un euro más en manos de la administración de Ayuso y Almeida. Pagan el pato otros municipios, en este caso bajo la administración socialista, y ese aprendiz de verso suelto apellidado García-Page que también clama por la catástrofe pero que casi nunca llega a rematar el soneto con un estrambote manchego. Sánchez, desaparecido en la tormenta hasta el primer rayo de sol, se fue ayer a la UME a sacar pecho del trabajo de los militares [recuerden, no hace tanto deseaba suprimir el Ministerio de Defensa], de la misma manera que Ábalos alababa la labor de «las quitanieves del ministerio», como si fueran suyas o las hubiera pagado él. Las decenas de miles de trabajadores públicos, municipales y autonómicos, que se vienen dejando el lomo desde el pasado jueves con la pala no cuentan para el sanchismo gobernante. Tardará la nieve en irse con estos fríos glaciares pero más tardará en marcharse el sectarismo de Sánchez, obsesionado con hacer frente a Madrid. Volvamos, pues, a Machado para saber lo que le espera: «Madrid, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena/rompeolas de todas las Españas!/La tierra se desgarra, el cielo truena,/tú sonríes con plomo en las entrañas».