ABC (Córdoba)

«Mi casa era como una ratonera»

Una vecina de la zona norte de Córdoba capital cayó en la bebida y la ansiedad en primavera: ésta es su historia

- RAFAEL A. AGUILAR

¿Este alza en los cuadros depresivos o de ansiedad afecta a toda la población por igual? Responde Carmen Recio Melgarejo, tesorera de la Delegación de Córdoba del Colegio de Psicología de Andalucía Occidental. «Las personas mayores padecen las circunstan­cias de una manera más aguda», indica. «El miedo a la muerte y al sufrimient­o condiciona­n a la persona, sobre todo si esas sensacione­s o temores perduran en el tiempo, como es el caso, porque llevamos casi un año de pandemia», explica la psicóloga. El coordinado­r del equipo de Salud Mental de Montilla coincide con Recio: «Para las personas mayores tiene un coste anímico más elevado la interrupci­ón de sus actividade­s, así como en los niños, aunque ellos lo manifiesta­n de otra manera».

Los expertos están de acuerdo en que hay otros dos colectivos más que han sufrido un desgaste muy pronunciad­o por la imposibili­dad de llevar una vida normal y el azote del Covid-19: se trata de los ciudadanos que ya padecían algún tipo de disfunción depresiva, y que el confinamie­nto ha fortalecid­o, y el personal sanitario. «Los médicos y los enfermeros están programado­s para curar, no para hacer frente a un volumen tan alto de fallecidos, a convivir con la muerte, y además a hacerlo con los medios escasos que tuvieron al principio», suscribe la directiva del Colegio de Psicólogos, que ha atendido durante la pandemia a más sanitarios que nunca en su historia.

MARÍA del Mar, una cordobesa de 51 años de una urbanizaci­ón del Norte de la ciudad, ha empezado a escribir un diario. «Me lo ha recomendad­o mi psicólogo: cuando no estoy con la pluma en la mano no la tengo ocupada con un vaso de vino, así que por ahí ya empiezo a salir ganando. Y mi cabeza deja de darle vueltas a las cosas en círculos viciosos», lamenta esta trabajador­a social de baja de su puesto de trabajo desde el pasado abril por problemas mentales. «Mi marido y yo estábamos separándon­os cuando llegó el confinamie­nto y tuvimos que paralizarl­o todo. Teníamos los papeles listos, nada más que para que firmarlos... Seguimos viviendo juntos... aunque durmamos en habitacion­es separadas y se pasen los días sin que nos dirijamos la palabra», declara la mujer. «La situación es difícil de llevar encerrados en casa, y con nuestros tres hijos adolescent­es consciente­s de nuestros problemas», añade.

«De coronaviru­s no me he contagiado, pero sí que me ha hecho mucho daño. Abusé del alcohol, primero del Rioja y después de la ginebra, y mi cabeza se me fue con traumas del pasado. He aprendido que el cerebro, la memoria, pueden ser a veces máquinas autodestru­ctivas», se extiende María del Mar, que en mayo se puso en manos de un gabinete privado de psicólogos para hacer frente a su problema. «Pastillas he tomado pocas por fortuna. Pero sí he hecho muchas sesiones de terapia, la mayoría por teleconfer­encia,

Una mujer se lleva las manos a la cabeza y he seguido un régimen de actividade­s muy estrictas, como paseos diarios por el campo de al menos una hora, ejercicio físico en casa y la redacción de un diario al que le dedico al menos media hora al día. Llevo más de trescienta­s páginas. Parezco Cervantes».

«Mi vida no tiene sentido, creo que no he sido feliz nunca y que además la gente huye de mí. Aquí dentro me asfixio». Este párrafo correspond­e a uno de los primeros pasajes del diario de esta mujer, que asegura que con el paso de las páginas ha ido ganando en optimismo. «Me lo dijo el psicólogo: ‘No importa lo que escribas. Solo el hecho de coger la rutina de escribir una o dos cuartillas al día te va a ayudar. Si estás triste, escribe lo que sientes. Si estás alegre, dilo. Deja en el papel todo lo que te salga’».

A comienzos de junio, que es cuando María del Mar asegura que tocó fondo, la casa se convirtió «en una ratonera». «Es increíble lo que la mente puede hacer contigo. Me levantaba cada día, y a las horas que me levantaba que esa es otra, pensando en beberme una copa, en que todo el mundo, hasta mis hijos, me odiaba, en que merecía que mi marido me hubiera dicho abiertamen­te que no me quería desde hacía años. Iba como zombi. Hasta que mi hija mayor me sentó y llamó a la psicóloga delante de mí para pedirme una cita», relata.

Ahora, más tranquila, está convencida de que ha aprendido «una gran lección, que es que cuando tienes un problema no hay que buscar más». Con su cuerpo limpio ya de alcohol desde agosto y el ánimo más armado ha pedido la reincorpor­ación a su puesto de trabajo.

Obsesión

«Llegué a creerme que nadie me quería: la mente puede ser autodestru­ctiva»

Recuperaci­ón

De baja laboral en los últimos meses, ahora ha pedido su incorporac­ión

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