ABC (Córdoba)

CENSURA PREVENTIVA

Twitter y Facebook echaron el cerrojo a las cuentas de Trump y a varias de sus allegados

- CARMEN DE CARLOS

La censura de Twitter y Facebook a Donald Trump tras el asalto al Capitolio ha destapado la caja de pandora, sobre la libertad de expresión, en esas supuestas correas de transmisió­n de contenidos que son las redes sociales. Despejada su definición como medios de comunicaci­ón, en el sentido tradiciona­l de la expresión, las plataforma­s (privadas) le echaron el cerrojo a todas sus cuentas y a varias de sus «allegados», incluida la de Rudolf Giulani (el del tinte de pelo a lo «Muerte en Venecia»).

Mientras «el loco de la Casa Blanca» ejercía –en serio– como Presidente de Estados Unidos y su tiempo en el poder estaba lejos de las elecciones, a Trump le borraron diferentes mensajes por incitar al odio, ser racista y otras razones de similar naturaleza. Jamás se atrevieron a echarle del club social más prolífico del planeta, donde son cuatro los que mandan.

Trump y sus seguidores (más de 33,3 millones en la red del pajarito azul) buscaron refugio en Parler, una versión de manga ancha –y a la derecha– de Twitter, que se define a sí misma como: «aplicación de libre expresión». Google, Amazon y Apple, decidieron entonces, después del 6 de enero, retirarla de sus tiendas. Únicamente Apple Store le dio un puñado de horas para que ajustara su protocolo a sus normas. La duda sobre libertades y derechos recorría las instalacio­nes del difunto Steve Jobs. Así las cosas, el todavía presidente de EE.UU. y sus millones de seguidores bajo sospecha, por los dueños de la redes, se quedaron sin palabras antes de pronunciar­las. Entre tanto, ejemplares como Nicolás Maduro, Jair Bolsonaro y hasta Bashar Al-Assad, «el rey» de Facebook, se despachan a sus anchas en ese planeta infinito –y caníbal– de las redes, sin que ninguno de los chicos de Silicon Valley se atrevan a dejarles mudos.

Con lo fácil que era seguir borrando las «fake news» y demás disparates de Trump, los que dominan el ciberespac­io prefiriero­n aplicar la censura preventiva al presidente que perdió el poder y a sus fanáticos. Pues eso, aunque moleste, es un atentado contra la libertad de expresión como una catedral o como el mismísimo Capitolio.

Nancy Pelosi, a su llegada ayer al Capitolio

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AFP
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