BALBUCEOS SIMÓN
Un uso serio de la estadística sería más útil que sus barruntos
EL médico de familia inglés Harold Shipman, nacido en Nottingham en 1946, casado y con cuatro hijos, inspiraba confianza. El doctor Shipman –Fred para sus allegados–, con su barba cana, sus tranquilos ojos claros y sus modales serenos y amables, era un baluarte en su comunidad de las afueras de Manchester. También era el mayor asesino en serie británico de la historia. Entre 1975 y 1998 mató al menos a 215 pacientes, la mayoría mujeres ancianas, inyectándoles diamorfina, la forma clínica de la heroína. Para tapar sospechas, modificaba a posteriori sus historiales médicos, presentándolos como terminales. Como se trataba de abuelos no se hicieron autopsias y los asesinatos se prolongaron 23 años. Pero Shipman cometió un error. Llevado por la codicia, en junio de 1998 falsificó el testamento de su última víctima para otorgarse 386.000 libras. La hija, abogada, sospechó y exigió una autopsia de su madre. Se hallaron restos de diamorfina y se descubrió que la máquina de escribir con la que se había trucado el testamento era la de Shipman. Detenido, y mudo desde entonces, fue condenado a cadena perpetua por los quince asesinatos que se pudieron probar. Se suicidó en la cárcel en 2004, con 58 años.
La conmoción fue enorme. ¿Cómo pudo el sistema sanitario inglés no detectar unos picos tan anómalos de mortalidad? Durante dos años se llevó a cabo una investigación oficial, en la que participó el estadístico David Spielgelhalter, presidente en su día de la Royal Statistical Society. Mi mujer, a la que por motivos profesionales le interesa la materia, compró en su día su libro «The art of statistics». Se lo he guindado, lo leo a ratos y es muy interesante. Spielgelhalter explica que si se hubiese aplicado la ciencia estadística, ya en 1984 habría saltado la alarma y se habrían evitado 175 asesinatos. El autor nos revela también qué pasajeros del «Titanic» tenían más posibilidades de salvarse (spoiler: eran los niños y mujeres con pasajes de primera y segunda). Cuántos árboles hay en el planeta, si realmente los bocatas de bacon provocan cáncer y si el esqueleto que se halló en 2012 en un parking de Leicester era el de Ricardo III o no. Con estas curiosidades como gancho, nos inicia a los profanos en el funcionamiento e importancia de la estadística, que ha dado un salto extraordinario desde los inventarios babilónicos y egipcios y los cálculos de probabilidades con dados de Pascal y Pierre de Fermant en el XVII, hasta llegar a la informática y el «big data».
En España existen, por supuesto, excelentes estadísticos, capaces, de haber establecido predicciones sobre cómo podían evolucionar los contagios del Covid según el grado de permisividad en Navidad. El Gobierno pudo haberse servido de su conocimiento y actuar en consecuencia. Pero tras una falsa imagen de seriedad todo es chapucero, con el desacreditado Simón improvisando y balbuciendo e Illa más centrado en sus elecciones que en la epidemia, que vuelve a desbocarse mientras Sánchez silba.