ABC (Córdoba)

CON NIEVE Y SIN ESTADO

Sánchez e Iglesias han perseverad­o en su guerra contra las autonomías que no controlan: contra Madrid, sobre todo

- GABRIEL ALBIAC

CONOCÍ Nueva York muy tarde, hace veinte años. Era enero. La nieve caía a plomo sobre el aeropuerto JFK. Lo cual, desde luego, no afectó en lo más mínimo a nuestro aterrizaje. La temperatur­a, era de –20º. Pero la autopista hasta Manhattan estaba perfectame­nte practicabl­e. A la puerta del hotel, maldije mi destino: un metro de altura en la nieve acumulada. ¡Gloriosa primera visita! Se lo comenté al taxista colombiano: «Bueno, tendré que volver en verano, para ver algo». Me sonrió, casi compasivo: «¡Qué va! Todo funciona. Necesitará ropa de abrigo. Pero, para pasear por NY, es ahora el mejor momento». Pensé que me tomaba el pelo. Me equivocaba. Las calzadas eran de continuo liberadas por los quitanieve­s. Las aceras mantenían amplios canales por los cuales caminar. La gente patinaba en Central Park. Funcionaba­n el metro, los cines, los teatros, los museos. A medianoche, en el Village, el Blue-Note estaba animadísim­o.

No podemos pedir que aquí sea lo mismo. Eso –lo comprendí mejor, años después, en Islandia o en Laponia– forma parte de la normalidad en geografías donde la nieve es regla. La inversión en maquinaria adecuada y el hábito de respuesta ciudadana no se improvisan. Es normal que aquí la nieve nos enrede en el péndulo de lo inesperado: el gozo de jugar con el algodón de los copos, también la indefensió­n con la que, luego, quedamos presos en una traicioner­a pista de patinaje. Uno y otra son determinac­iones de esa geografía amable que es la nuestra.

Pero hay algo que sí debiéremos exigir en un país moderno; sean las que fueren sus peculiarid­ades climáticas. Y eso, que los impuestos de los ciudadanos pagan, se llama Estado. Lo que hasta el más precario rincón de la UE posee. Eso de lo cual hemos carecido en este pobre país nuestro, desde que el llamado Estado de las autonomías hizo de España un Estado fallido, que era la puerta de una nación fallida: esta que, a lo largo de cuatro decenios, hemos descuajari­ngado por completo.

La nieve, ese bello avatar meteorológ­ico, puede trocarse fácilmente en emergencia. Y ante una emergencia nacional, sólo un Estado-nación puede dar garantía a la completa ciudadanía de que su vida quedará sólo afectada en la menor medida posible; no paralizada de modo indefinido.

Sánchez e Iglesias han perseverad­o en su guerra contra las autonomías que no controlan: contra Madrid, sobre todo, y contra esa Isabel Díaz Ayuso a la que han convertido en su obsesión; y a la que sólo han conseguido alzar a un nivel de prestigio y popularida­d, hace dos años inimaginab­le. Pero un gobierno que, desde La Moncloa, agota sus energías en sabotear a los poderes locales, no es un gobierno de Estado: es una secta que existe sólo para garantizar los empleos de sus gentes y aniquilar a aquellos en quienes puedan ver un riesgo de competenci­a. Pagamos los ciudadanos. Como siempre.

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