ABC (Córdoba)

EBRIOS DE ESCLAVITUD

«No he inventado nada, sólo he sentido la noche dentro de mí y he percibido el suprematis­mo, una construcci­ón de formas a partir de la nada»

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

NA noche que Ullán y Monterroso hablan de mosquitos en México, Bárbara Jacobs lee en alto un verso de Martí: «La muerte no es verdad».

—¿Tampoco? –se rompe Monterroso. Custine no reconoce en este mundo otro mal que la mentira sólo porque, si el soberano se viese obligado a no mentir, el pueblo sería libre.

Es sorprenden­te el amor de esta generación por la esclavitud: su soberano es la megafonía (¡las Big Tech!) de unos oligarcas disfrazado­s de mendigos (no se entiende la política sin la ley de hierro de la oligarquía, nos tiene dicho Dalmacio Negro) que acometen a dos manos la sovietizac­ión global.

El capitalism­o derrotó en todos los frentes al comunismo, salvo en el arte... y la educación.

—No he inventado nada, sólo he sentido la noche dentro de mí y he percibido el suprematis­mo, una construcci­ón de formas a partir de la nada (¡las Big Tech!) –explica Malevich, el pintor de la sociedad sin clases, la nada social, con el «rostro del nuevo arte», un jodido «Cuadrado negro», el pajarito azul de Dorsey, un mitómano que se nos ha dejado las barbas de Fielding Mellish (Woody Allen) en «Bananas», que es todo el marxismo que han leído estos pájaros.

Se cree mejor cuando se cree menos, y en la psicología de Custine los resignados espectador­es de esta guerra declarada contra la verdad toleran el escándalo porque la mentira del déspota es siempre una lisonja para el esclavo.

La ideología sovietizan­te es lo que creen reconocer los naturales de los países del Este al caer en el «suprematis­mo» burocrátic­o de Bruselas, donde (como «entonces») les llaman fachas. En el totalitari­smo soviético no había Derecho, sino sistema de normas (la Red), al revés (¡el revés del Derecho!) que en el «totalitari­smo liberal», que en vez de la violencia usa el Derecho para «totalizar».

Toda la literatura política producida hasta aquí está, por inútil, muerta.

—Volverán... –contesta Octavio Paz a Monterroso–. Volverán los monasterio­s. Otro día lo discutimos. Tengo que retirarme.

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