MEMORIA DEMOCRÁTICA
Pedían aplazar las elecciones gallegas cuando casi no había Covid, ahora exigen las catalanas
CUANDO escuchen a dirigentes socialistas predicar con pose sentida que «la salud de todas y todos es lo primero» pueden chotearse sin mala conciencia. Es solo una máxima de plastilina, maleable según convenga a las elucubraciones electorales del sanchismo. Vamos con un poco de «memoria democrática»:
Debido a la epidemia, el año pasado se suspendieron los comicios gallegos y vascos previstos para abril y fueron trasladados a julio. En mayo, el candidato socialista en Galicia, Gonzalo Caballero, se opuso con firmeza a celebrar elecciones en julio, invocando la situación de la epidemia, y acusó a Feijóo de poner «en peligro la salud de todos los gallegos», «primando los intereses electorales del PP» (al final los comicios se celebraron y hubo toña épica del tal Caballero, aunque ahí sigue, atornillado al cargo sin pudor y hasta impartiendo lecciones).
Cuando el líder socialista gallego pedía suspender las elecciones por una supuesta alarma epidemiológica, en Galicia la cifra acumulada de contagios era de solo seis casos por cien mil habitantes. Ahora los socialistas defienden con ceño irritado en Cataluña que se celebren a toda costa las elecciones del 14-F, cuando la comunidad se encuentra en «riesgo extremo» y con 527 casos acumulados. No querían elecciones cuando el Covid daba una tregua, porque le venía mal al PSOE, y quieren celebrarlas a cualquier precio cuando la epidemia está desmadrada, porque calculan que ahora les viene bien. La hemeroteca, siempre cabronceta con el cantamañanismo político rampante.
Cataluña padece probablemente la peor clase política de España (por libérrima elección de los propios catalanes, por supuesto). Primero arruinaron las arcas de la comunidad con la gestión manirrota del tándem Maragall-Carod y de Artur Mas. Acto seguido, inventaron la huida hacia adelante del «procés», que ya está provocando el estancamiento de Cataluña en todos los órdenes. Ni siquiera la oposición constitucionalista ha estado muy a la altura: tras ganar, Arrimadas dio la espantada a Madrid y dejó tirados a sus votantes; Iceta era un nacionalista más y Albiol resultó tan largo de físico como chato de talla política. El deterioro de la política catalana vuelve a evidenciarse ahora al convertir algo tan grave como una pandemia en parte del chalaneo electoral. ERC quiere prórroga, porque sus sondeos no acaban de chutar. El PSC no considera que una ocupación de las UCI catalanas del 41,6% sea un argumento para replantearse los comicios, porque instalados en el cuento de la lechera de Illa creen que va a arrasar. La presión socialista es tal que hasta ha intervenido el ministro de Justicia, siempre servicial mamporrero de la causa sectaria, para advertir en flipada hipérbole que aplazar las elecciones sería «poner en suspenso la democracia». Qué cosas. Y entre tanto, san Illa como Simeón el Estilita: en lo alto de su columna electoral, atusándose el flequi mientras la pandemia se desborda ante su abúlica mirada.