ABC (Córdoba)

TRES AÑOS SIN PABLO

«Entre el bosque de cruces enseguida resplandec­e la piedra clara del antiguo panteón de los Marqueses de Cabriñana»

- FRANCISCO SOLANO MÁRQUEZ

Querida Córdoba: Ayer hizo tres años que nos dejó Pablo García Baena, poeta excelso e insigne hijo tuyo. Y lo echamos mucho de menos. Ya no invitará por Navidad a sus amigos a ver el Belén sorprenden­te ni los recibirá con campanita y aroma de incienso antes de explicarlo con divertidas fantasías bíblicas. Ya no destapará luego en su mesa camilla la caja de dulces navideños que le enviaba su amigo Paco Campos ni abrirá la botella de Machaquito para brindar. Ya no.

Se me forma un nudo en la garganta cuando evoco su muerte, ay, tres años ya. La capilla ardiente en el Ayuntamien­to, con ofrendas de flores y de versos; la misa abarrotada en San Miguel en medio del silencio doliente y la homilía luminosa de Antonio Gil; la despedida postrera de su Virgen de los Dolores, cómo no, antes de la incineraci­ón liberadora, y finalmente, el cementerio de la Salud, donde sus cenizas duermen el sueño eterno desde entonces. Pero nos quedan sus versos, menos mal; Pablo vive en sus versos, que no mueren. Así que para sentir su voz y su aliento nada mejor que abrir cualquiera de sus libros, que allí está Pablo vivo.

Ayer, aniversari­o luctuoso, evoqué al amigo recorriend­o algunos de sus lugares. El primero la calle de las Parras, en cuya casa número 6 nació, como recuerda un mosaico en la fachada. Rosario Cantillo siguió cuidando el patio que Pablo solía visitar por mayo para sentirse niño junto al pozo, el limonero y los geranios cantando en los arriates. El itinerario vital pasa luego por el cercano colegio Hermanos López Diéguez donde aprendió las primeras letras.

Pero su huella se extendió por todo tu casco antiguo, Córdoba, que Pablo recorría para impregnars­e de tu belleza y llorar las destruccio­nes. La Catedral de las liturgias y el río como «pisada antigua sobre el mármol»; los conventos, los patios vividos, las tabernas de Cántico y las iglesias, especialme­nte los Dolores y San Lorenzo, con su Remedio de Ánimas; el puesto de leche de San Agustín, la calle Armas y la Huerta de la Cruz, perpetuado­s en sus poemas; el Alcázar de los honores y la Universida­d del «honoris causa». Y una calle dedicada en la falda de la Sierra, camino de las Ermitas. Mucho de ti, Córdoba.

Al atardecer me asomé a tu cementerio de la Salud. Entre el bosque de cruces enseguida resplandec­ía la piedra clara del antiguo panteón de los Marqueses de Cabriñana, que el Ayuntamien­to restauró para instalar dos centenares de columbario­s. Frente a la puerta transparen­te, el nicho 31 correspond­e al poeta. Grabado en el mármol gris, su escueta identidad, PABLO GARCIA BAENA, para qué más, encabezada por una crucecita, mientras en el suelo permanecen como noble alfombra las viejas lápidas de los marqueses.

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