ABC (Córdoba)

LOS EXILIADOS

Corremos el riesgo de celebrar a Companys para atacar a Puigdemont

- SALVADOR SOSTRES

E Lvicepresi­dente Iglesias ha dicho que Carles Puigdemont es un exiliado y en ABC nos hemos convertido en el hogar de la diáspora republican­a. Para que luego nos llamen sectarios. Ningún otro periódico del mundo sabe mejor cómo bailar con sus fantasmas.

Puigdemont y los que perdieron la Guerra se parecen en que huyeron. Se diferencia­n en que muchos de ellos lucharon por lo que creían, sufrieron, y al final perdieron y no tuvieron más remedio que escapar; todo lo contrario de Puigdemont, que no pudo perder porque no luchó, faltó a su palabra y no se atrevió a aplicar los resultados de su referendo ilegal del 1 de octubre, declaró una independen­cia en la que no creía y en lugar de defenderla como había pedido a sus partidario­s, se fugó vergonzosa­mente en el maletero de un coche.

Si los exiliados de la Guerra se hubieran quedado, habrían sido fusilados; a Puigdemont le habría juzgado un tribunal perfectame­nte democrátic­o y con todas las garantías de un Estado de Derecho. No es una diferencia menor y Junqueras está a punto de salir de la cárcel, diciendo incluso que lo volverá a hacer y que no se arrepiente de nada.

Pero hay que guardarse del elogio de los que «por lo menos lucharon» porque corremos el riesgo de celebrar a Companys para atacar a Puigdemont, y pese a todo preferimos a un random idiot de Gerona que un asesino. Una cosa es la reconcilia­ción, y hasta el perdón, y la otra olvidar que hay algo en lo que indiscutib­lemente se parecen los que se marcharon de ayer y hoy: y es en las funestas consecuenc­ias que habríamos tenido que soportar sus vecinos si se hubieran quedado, es decir, si hubieran ganado. Bajo las órdenes del Ejército Rojo, España habría caído en la influencia del Pacto de Varsovia, y al caos de checa y muerte que fue la República, habríamos tenido que añadirle la economía más miserable de la Historia, que tarda décadas en curarse, y un totalitari­smo sovietizan­te que nada deja en pie de la vida de los otros. No deseo ninguna guerra, ni ninguna dictadura, pero la Guerra no la ganó el peor de los bandos y fue un jacuzzi la dictadura si la comparamos con lo que habríamos conocido si Franco hubiera perdido. El antifranqu­ismo, organizado principalm­ente alrededor del Partido Comunista, era tan totalitari­o como el Régimen, y de haber triunfado nos habría sumido en el hambre y el terror que aprendimos en el lado desgraciad­o del Muro. Tampoco deseo que nadie tenga que marcharse de su casa, pero lo único elogiable que hay en el exilio republican­o es que perdieron y que, gracias a Dios, sus deplorable­s ideas no se llevaron a cabo. Es lo mismo que puede decirse de Carles Puigdemont.

El expresiden­te de la Generalita­t no es un exiliado y hasta que los propios independis­tas no lo entiendan, no aprenderán a ganar. Igualmente, los exiliados tampoco son estadistas, ni víctimas, y si simbolizan algo que tengamos que aprender, y recordar, es el dolor y la muerte que con su providenci­al derrota nos ahorramos.

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